Caldo de Carvalho XVIII Morirá esta historia en la Historia (FIN)
XVIII
El tren negro ha llegado a Mieres del Camín en la cuenca del río Caudal. Escritoras y escritores, acompañantes y curiosos, forman una multitud que cruza perezosa el puente de Seana. La marea se descompone en grupúsculos bajo un sol terracero. Desde la rotonda, a la izquierda, el parque de Jovellanos, a la derecha, la Mayacina, de frente, al fondo, con tendencia hacia la izquierda, la plaza Requejo. A los poetas le gusta Requexo, o Requejo, o la plaza de la sidra.
Santos Palacio escancia sidra en Casa Flora. Nadie en Mieres del Camín conoce mejor a la clientela de la plaza. Santos se pagó la carrera sirviendo culines, montando terrazas, aguantando borrachos y tomando nota de los pequeños detalles. Ahora es politólogo en paro y hace encargos para un abogado algo irregular. En Casa Flora lo conocen desde guaje, no han puesto pega ninguna a su extraña petición, trabajar un día. No un día cualquiera. Hoy. José Andrés dirige las operaciones desde el centro de la plaza. Como Santos, José Andrés, el cocinero más famoso del mundo, nació en Mieres, es hijo predilecto. Santos sabe que la llegada del tren negro desde Gijón y la celebración de la jornada mundial del Bacalao, han provocado la presencia masiva de medios de comunicación y turistas. Conoce la operación Carvalho, Juan Madrid, recuperado del ictus, le ha puesto al día. El homenaje en Gijón y un festival gastronómico con el bacalao de protagonista, deberían atraer al detective. Se cazan más moscas con miel que con vinagre. El dispositivo de Salmorejo, disfrazado de control rutinario de la policía nacional, preparado desde primera hora de la mañana y vigilado a su vez por la guardia civil, ha detenido a Carvalho. Joao Carvalho, un taxista de Braga. La descripción se ajusta al retrato robot de Lifante, una imagen imprecisa y poco fiable, han pasado veinte años desde que lo detuvo. Las huellas no coinciden. Diez minutos después Carvalho es arrestado por dos policías de paisano en el mercado mientras probaba cecina de burro. Aleixo Carvalho, profesor de literatura en Coimbra, también descartado por Lifante y las huellas dactilares. Salmorejo empieza a jurar en lenguas hamito-semíticas con el tercer Carvalho sospechoso, un psiquiatra de Oporto. En Oñón están aparcando autobuses. Alguien en Portugal tuvo la feliz idea de organizar viajes económicos a Mieres, a las jornadas del bacalao. El anuncio en redes sociales, octavillas, radios y periódicos, especifica el precio y la gratuidad para todos los apellidados Carvalho. Salmorejo se caga en la puta que los parió sentado en el Rinconín, dándole a los chipirones y al tintorro de prieto picudo. Santos vuelve a escanciar. No pierde de vista al comisario. Sigue el despliegue de fogones en la plaza dirigido por José Andrés. Acaba de llegar a saludarlo Aníbal, el alcalde, un minero comunista jubilado, recolector de mayorías absolutas. Se ha corrido por Mieres la voz de la invasión de los Carvalhos. Tonia graba la estatua del sidreru con la niña en el carrito, desde el quiosco de la Churre. Encuadra una panorámica de la plaza, sus casas con corredores y buhardillas, los nenos jugando en la gradería y las terrazas de los bares. Salmorejo sentado al sol, el Sordo yendo y viniendo, el alcalde y José Andrés departiendo, Santos escanciando como tiene que ser, sin mirar al vaso, la guardia civil patrullando la carretera general. Envía el video a Maruja que le habla por los cascos.
—Estupendo plano Tonia, huele a escalopines al cabrales. Vete a “Los valles mineros”. Pide vermú y un pincho de carne guisada, es un consejo, no una orden. Zanón llegará en unos minutos. Y pon la capota al carrito, mujera, con esta solana vas a freír a la niña.
Santos ve bajar a Tonia por la rampa de la plaza. Detrás de ella llega Cadu, Carlos Barrio, el escritor mierense de novela negra, saludando a todas y a todos. Santos es un personaje suyo. Viene a echarle la bronca, el politólogo hace lo que le da la gana, va por libre, cambia la música programada y se pasa el día escuchando a Stiv Bators. Cadu quiere saber de donde ha sacado Santos la idea de esconder en la cámara de cervezas una escopeta. A las doce de la mañana las campanas de la iglesia de San Juan dan por inaugurada la jornada gastronómica con la pequeña ciudad repleta y la plaza a reventar. En los montes que rodean la plaza arrancan las desbrozadoras.
Antonio Carpintero, Toni Romano, enciende un cigarrillo en la Pasera, frente a la estatua del poeta Teodoro Cuesta, sentado en un banco público. Los poetas, en bable o en cualquier idioma, le dan igual. Le hierve la sangre, ha visto a Salmorejo y al Sordo. Está viejo, cansado y harto. Que si Carvalho esto o lo otro, que si Biscuter y Charo. No soporta ni un comentario más sobre el personaje y sus andanzas. Se han vuelto todos imbéciles. Ya ni toma notas, en su cabeza solo hay una idea, pasear jubilado por la Malagueta. Anoche, en el hotel, engrasó la Gabilondo. ¿De quien tenía que protegerse? ¿A quien espera sentado allí? Ah, claro. Se lo dijo el Trini. Va a haber hostias. No le extraña.
Paco Taibo ha organizado en el Muselín de Gijón la división del Norte. La forman estibadores y mariachis emigrados, armados hasta los dientes. Esperan en el Padrún órdenes del triunvirato central, Marieta, Maruja y Charo, instaladas en el mirador del picu Siana. Al sur, en Santullano, tienen su cuartel general Héctor Belascoarán y el Zurdo Mendieta; cuatro Humvees, dieciséis AK-47. Todos esperan una señal de Santos, el escanciador de Requejo. Como buen politólogo, Santos estudia la realidad concreta. Rosa Mari se acerca a Salmorejo con la primera bandeja de pinchos, bacalao al pil-pil. El comisario coge uno, lo mastica, traga y se desploma. Santos se abalanza sobre él. Le quita el móvil y la cartera antes de que se forme un corrillo y los clientes pidan un médico a gritos. El Sordo llega a la carrera. Interviene la cruz roja, presente en la plaza. Suena la sirena de la ambulancia y se llevan al comisario caminito del hospital. El Sordo llama al bunker, pide instrucciones. Stewart y Nicholas no escuchan nada por los cascos, ha empezado la guerra electrónica. Nerviosos, como último recurso, reinician el ordenador. El alcalde y José Andrés prueban los pinchos de la bandeja, dan fe de su perfecto estado. Santos le pasa a Tonia el celular y la documentación del comisario.
A Leonardo Padura el bacalao no le hace ni fu ni fa. Está preocupado. A miles de kilómetros Industriales ha vuelto a perder. A pesar de su fe inquebrantable le entran achaques de cansancio histórico. Tiene presentes a sus lectores lituanos, ajenos a la liga élite del béisbol. Busca juntarse con amigos, beber una botella de vino con algo para picar y hablar mierda sin tener que medir las palabras. Pasea al lado del río con Mario Conde, lo más parecido a un amigo que tiene a mano. El expolicía, exlibrero de viejo, y a día de hoy vigilante en un restaurante, no se imaginaba Asturias así. La cuenca minera le resulta familiar, Carvalho, un primo lejano. Ahora está en medio de una conspiración. Su trabajo, pagado en dólares, ha sido fácil, solo tenía que hacer una cosa, mentir. Su presencia en la Semana Negra haría inevitables las entrevistas, Marieta contaba con ello. Cuando le preguntaron por Montalbán se lo pusieron fácil. Carvalho y él eran amigos desde hace años, mantenían el contacto. Iban a verse en Gijón, tenían pendientes unos panchinos y unos culetes. Un bisabuelo inventado de Turón garantizaba un espacio en la portada de “La Nueva España”. Por la otra orilla, en dirección contraria, discuten Kostas Jaritos y Salvo Montalbano. Son funcionarios, no deben entrar en asuntos internos de otro país. Les asalta la ausencia dolorosa de Andrea Camilleri, el hueco abierto en la literatura italiana contemporánea. Aplauden con ardor el reconocimiento de su indiferencia ante el fútbol y de su incapacidad para cocinar. Desde el puente de La Perra, con una caña de pescar en la mano, Petros Márkaris sigue el trayecto de los comisarios. Decide introducir en la situación una llamada de Adrianí. Recuerda a Jaritos, dando por hecho que lo ha olvidado, el cumpleaños de Lambros, su nieto.
Salmorejo despierta en el hospital con dolor de cabeza y medio cuerpo paralizado. Intenta hablar, no lo consigue. Frente a él, Stewart y Nicholas, esperan órdenes saliendo por turnos a fumar. Li, un agente chino de la guardia civil, a las órdenes de Bevilacqua, toma nota de sus movimientos, les da conversación. En Requejo, el Sordo ha asumido el mando.
A Carlos Zanón le ha gustado el helicóptero. Vigila las partidas diseminadas por el monte, cargadas de voladores y dinamita. Va a haber follón. Da información por radio de las maniobras al triunvirato. Charo se queja.
—Ay jesús, qué recoña…
—No te quejes tanto, cariño. A Pepe que le den. Bastante te ha amargado la vida.
—Que no, Maruja, que no. Que no va a venir. He visto el folleto, cien formas de cocinar el bacalao. No va a venir, falta la fundamental, el pan de bacalao de las Reparadoras, con su bechamel, su zumo de limón, su manteca de vaca y sus langostinos. Me lo dijo Biscuter. Nunca antes había visto a Pepe con los ojos en blanco.
—joder con las monjitas...
—A ver si estamos a lo que estamos. Primero tomamos Mieres y luego tomamos Madrid.
—Pero vamos a ver, Marieta. ¿Tú crees que se dan las condiciones?
—¿Qué condiciones? ¿Con ochenta años me van a importar a mí las condiciones? Estuve en Sierra Maestra, en Angola, en Vietnam, en Palestina y en Afganistán. ¿Quieres que te cuente las condiciones? Payo cabrón que vea, payo cabrón que me cepillo. Así hasta la Puerta del Sol.
—Mujer, si no digo que no. Lo que pasa es que lo de Madrid no lo veo. Mira Zanón ¿Se ha ido a vivir a Madrid? No, se ha instalado en Málaga. Por algo será. Maruja, hija, díselo tú.
—A mí esto de la revolución me parece muy bien. Ahora, también te digo, nos van a mandar a la legión. Y a la OTAN si hace falta.
—¿Qué diría Manolo?
—Que esto de echarse al monte sin apoyo aéreo, artillería y una correlación de fuerzas favorable, es una frivolidad.
—Después de Messi Manolo estaría dispuesto a todo.
A cincuenta metros acaba de aterrizar el helicóptero. El ganado se asusta y se dispersa. Zanón se acerca a la carrera hasta el mirador. Viene gritando.
—¡Ha venido! ¡Ha venido! ¡Está en el ayuntamiento!
—Ay, mi Pepiño…
—No, joder, Pepe no. Ha venido el Rey. Acaba de llegar, está con el alcalde.
—¿El padre o el hijo?
—Ninguno de los dos. El de Inglaterra. Lo está transmitiendo en directo la BBC. Le acompaña Simeón de Bulgaria.
Las tres mujeres intercambian miradas incrédulas. Es un imprevisto. Charo se pronuncia la primera.
—Yo lo de Diana no se lo perdono.
Responde Maruja escéptica.
—Hace años que perdí la fe en la BBC. Desde la guerra del golfo.
Marieta se subleva y saca la pistola.
—Ni rey ni nada. Es una maniobra de distracción. Tú, al helicóptero. Vosotras a callar.
—No seas autoritaria, Mari. A mi no me ha callado ni el sardinita de Juan Luís Cebrián.
—Dimito. Hacéis la revolución vosotras solas. Me vuelvo a la residencia.
—De eso nada, guapa. No hemos preparado este circo para hacer el ridículo. Carlos...pon un mensaje a Tonia. Que empiece la fiesta.
—Vale. ¿Qué hacemos con la guardia civil?
—Nada, están avisados.
En medio de la plaza de Requexo Tonia abre el maletín del violín y saca un pistolón. Dispara al cielo una bengala. Las partidas del monte cortan las carreteras por detrás de la división del Norte y las fuerzas revolucionarias del Sur. En el ayuntamiento rodeado por los humvees son retiradas las banderas oficiales. Los revolucionarios despliegan una pancarta que cubre la fachada: “Bacalao sostenible o muerte. También tenemos bacalao de soja”. En el salón de actos están retenidas las autoridades, el rey de Inglaterra y los periodistas. Una división vegana instalada en la casa de cultura se ocupa de las redes sociales. Aníbal, el alcalde, habla desde el balcón del ayuntamiento a las masas.
—Yasta bien de tanta comedia. A partir de esti momentu queda declará la semana del madreñazu. Tamos faciendo historia. Los jubilaos de les bicicletes a repartir sopa. Las paisanas a quemar los mandilines. Ta to pago. A tomar pol culo el desorden internacional, home ya...
El paisanaje parece de acuerdo con el manifiesto. Un joven pide la palabra.
—¿Y la contradicción de primer plano?
El alcalde no duda. Señala al interior.
—Eso ye cosa del concejal de cultura, a mí no me líes guaje. ¿Alguna pregunta más?
—La revolución o ye mundial o no tien futuro ¿Pa cuando invadimos el lejano Oriente?
—Eso yastá hablao. El jueves.
—El jueves juega el Caudalín.
—Pues el viernes. No hay más preguntas. A cascala.
Llegan noticias preocupantes. Un corrillo de enfadicas se ha hecho fuerte en la calle de los bares. Piden entrevistarse con el comité revolucionario, no les gusta la sopa. Mendiño se hace cargo de las negociaciones y ha ofrecido tropezones. Explica los beneficios de la sopa y su consumo desde el paleolítico. Los sublevados quieren colgarlo de una farola. Duluc intercede; si no quieren sopa que coman queso. Se aprueba la llamada “excepción de Urbiés” a mano alzada. En el puerto de Santo Emiliano se concentran fuerzas de la otra cuenca, la del Nalón. Quieren un helicóptero para ellos y ñoras para la sopa. Se produce la entrega y el acuerdo de usar el helicóptero días alternos. El abrazo de la Collaona sella la unidad entre la alcaldesa de Langreo y los sindicalistas alleranos. Un comando intercuencas, Tonia entre ellos, se dirige a Villabona para sacar a los presos, qué presos no importa.
En la plaza de Requejo los Carvalhos portugueses y el coro minero de Turón interpretan “Grandola vila morena”. El jurado delibera sobre los bacalaos finalistas. José Andrés solicita al piloto del helicóptero que abra el espacio aéreo y permita el paso de una avioneta amiga. Ha pedido permiso para aterrizar en el Polígono de Gonzalín. Son fuerzas internacionales, un amigo estadounidense de José Andrés; Barack Obama. Trae un mensaje de la OTAN: Estáis rodeados, rendíos. Barack Obama se ofrece como mediador y trae las medicinas del Rey de Inglaterra. La policía local de Gijón, comandada por Alejandro Gallo y Trinidad Ramalho, está a las puertas de Oviedo. El triunvirato hace cálculos. Han interceptado comunicaciones del enemigo.
—Charlie uno a Charlie dos. Charlie uno a Charlie dos. Cambio.
—Aquí Charlie dos. ¿Que quieres, Charlie uno? Cambio.
—Aquí Charlie uno. Han llegado las hamburguesas congeladas. Cambio.
—Aquí Charlie dos. No es suficiente. Necesitamos albóndigas del catorce. Cambio.
—Aquí Charlie uno. Houston no contesta. Cambio.
El Twitter de Maruja bulle. Llegan novedades de todos los rincones. Acaba de estrenarse Fast and Furious catorce y se ha lesionado en la ducha Giorgios Habilidousou.
—Hay apagón informativo. Esto ya pasó en la guerra de los seis días. Pon la SER a ver qué dicen.
—Llevan veinte minutos de publicidad.
Todo va bien a juicio de Marieta. Tiene experiencia. La llegada de Barack Obama solo puede significar una cosa, la sopa está haciendo efecto. Los arsenales de la OTAN no pueden neutralizarla. En Oviedo se defienden con churros, el aceíte empieza a oler. Los ordenanzas del ayuntamiento sirven en el salón de plenos, té al rey de Inglaterra y un chupito a Simeón de Bulgaria. Felipe VI habla por televisión pero no se le entiende. Los alleranos piden en Santullano fabes, tocín y morcielles. Les sirven sopa de bacalao. Primero protestan, luego la prueban. La mano de Biscuter hace efecto y por el puerto de Vegarada cruzan la linde de León, enganchan la ruta del Curueño, sublevan a los cuatreros de ganado y se suben al hullero en la estación de Matallana. En la capital leonesa les espera el batallón de Genarín. Toman sin resistencia el barrio húmedo y el gobierno provisional se instala en el Besugo. Un destacamento se dirige a Boñar. En Cistierna declaran la guerra a Alemania otra vez como hicieron en 1917. En Sabero cortan la vía y aíslan la región. En La Gitana, enfrente del Besugo, los más exaltados quieren ir a Valladolid a por vino.
Los puertos de Pajares y San Isidro están bajo control revolucionario. Trenes, barcos, aviones y camiones transportan toneladas de sopa enlatada procedente de la fábrica de Plegamans en las Oubiñas.
Una pescadora de Nazaré ha ganado el campeonato mundial de Bacalao. Le da derecho a incorporarse al triunviriato dirigente. Los mozos la suben al Picu Siana en volandas. La reciben circunspectas Marieta, Maruja y Charo. No hay tiempo que perder. France Presse acaba de anunciar la presencia detectada en Asturias de Bouvard y Pecuchet. Navegan por la costa a la altura de Llanes en un yate privado. Los rumores señalan un posible desembarco en la playa de La Ñora.
El Rosario V navega a la altura de Punta Escalera. Biscuter cocina taramá con huevas de bacalao para acompañar una de las tres botellas de The Dalmore Trinities que se fabricaron hace 140 años. Carvalho dormita al sol en la popa, tumbado en una hamaca. El que fuera su ayudante está a punto de aparecer en la lista de los personajes más influyentes de Europa. Coincidió con José Andrés en la Escuela de restauración y hostelería de Barcelona. El asturiano trabajaría en el Bulli y acabaría emigrando a los Estados Unidos. Después de la vuelta al mundo, con Carvalho preso, Biscuter se hizo adepto de una secta partidaria de negociar la inmortalidad con los extraterrestres. Lo encargaron de la cocina, sus gurús lo llamaron catering, en la acampada de bienvenida. José Andrés ayudó con la logística y el éxito fue sonoro. Las naves no aparecieron. Eso no impidió el delirio de la concurrencia por los pimientos rellenos, las setas con piñones y el bacalao al horno. Los frustrados inmortales esperaron en Utah treinta días con sus desayunos, comidas y cenas, por si la fecha dada por la organización tenía algún error de traslación al calendario alienígena o hubieran surgido imponderables. La espera y la impaciencia volvieron descreído a Biscuter en lo tocante a contactos, no importa en qué fase. Como efecto secundario el evento proporcionó ingresos suficientes a la sociedad de Biscuter y José Andrés, Bisjoan Inc, para consolidar una franquicia implantada hoy en más de treinta países. Josep Plegamans Betriú factura cientos de millones anuales, ha invertido en negocios recomendados por Charo, accionista principal, asesorada por Rigalt i Mataplana, recién enterrado.
Carvalho no tiene interés en los acontecimientos. Reconoce que la sopa enlatada por Biscuter está lograda, no ha perdido el paladar. Recuerda bien a Salmorejo, a Lifante y a Contreras. Recuerda bien su paso por la dirección general de seguridad, cuando era un joven revolucionario y los policías se reían de él, sentado en la celda: “cuando lleguen los tuyos, nosotros seguiremos aquí y tú seguirás ahí”.
Sí, Rigalt i Mataplana le encargó la creación de los servicios secretos catalanes. Al ver la cifra del ingreso en el Banco no encontró motivos para negarse. Contrató asesores de confianza: Marieta, superviviente de la guerra fría, Maruja, superviviente de guerras en general, y Charo, superviviente a secas. Ninguna de las tres habría aceptado sin la oferta de Biscuter. Serían agentes dobles, formarían un servicio paralelo con sus propios objetivos. Biscuter escuchó por fin lo que tanto había esperado.
—Biscuter, la taramá es perfecta, ni siquiera se nota el acenocumarol. Ya puedo morir tranquilo.
—Nada de morirse, jefe, está hecho un chaval. Aceno...¿qué?
—El principio activo del Sintrom. ¿Crees que no te he visto echarlo en el sofrito?
—No se le escapa una. Es para que la sangre no se haga morcilla. ¿Me explica ya a qué hemos venido?
—Todavía no lo sé. Dicen que los ordenadores tienen memoria. Qué tontería, la memoria es otra cosa. Nunca sabrán de sabores, olores, tactos, dolores.
“Solo
las viejas ruinas lo dicen todo
y no dicen nada
al cibernético
le sobran los tirabuzones, el vuelo
del organdí
las lágrimas, los recuerdos”.
—Hostia, jefe, qué bueno.
—¿Ves esto? Una memoria electrónica. La conectas a un ordenador y ahí tienes lo que quieren todos, información. Hay números de cuentas de reyes y presidentes con todos sus movimientos, códigos de acceso a las redes militares más secretas, dossieres sin desclasificar de los últimos cien años. Los trapos sucios de la élite mundial. He matado a gente para conseguir esto, me enseñó Mr Wonderful. Mucha gente sabe matar, es fácil, hay cientos de maneras. Abre el Dalmore y pon unas gotas en el hielo. Pruébalo. El resto échalo por la borda. Mete esto en la botella y tírala al mar.
—No somos náufragos, jefe. Y ese whisky me ha costado ciento cuarenta mil euros, era para su cumpleaños...Vale, tiene razón. Somos quienes somos, venimos de donde venimos. Al agua va. Blup.
“Descubrió
que finalmente morimos de uno en uno
y se echó a llorar
a orillas del mar
la, lá, la, lá
la, lá, la, lá”.
—Te queda por dar unas explicaciones a lectoras y lectores. Están en la penúltima página y tendrán cosas que hacer.
—Siempre me toca a mí, jefe. ¿Qué quiere que explique?
—El sentido de la vida.
—Eso es fácil. La gente no es tonta. Ahí va:
Y ahora quédese aquí tranquilo. Tengo que hacer unas llamadas a la fábrica. En Requexo ya se ha liao, ya está armada. Muy mal se nos tiene que dar para que esta vez no sea la buena.
No todo es jarana en la plaza de Requexo. En el Correor un paisano muy mayor apura la copa. Está serio, no participa del jaleo general. Es foriato, está solo. Se levanta de la terraza y se aleja hacia la carretera de Sama. Con el puro en la boca, tose al subir la cuesta de la caleya. Va fijándose en las flores; claveles, dalias, hortensias, cosmos, hibiscos, geranios y rosas. Viejas casas en ruinas comidas por el monte, manzanos, cerezos y una higuera. Un caseto con pites, huertas. Empieza a orbayar. Llama a una puerta con los nudillos. Abre en pijama alguien desconocido para él.
—Buenos días. ¿El señor Rodríguez?
—Sí, soy yo.
—¿Es usted el que me ha traído hasta aquí?
—Sí, Méndez. Pase. ¿Quiere un café?
—Se lo agradezco, con gotas si es posible. Voy a cumplir noventa años. Subir cuestas me mata.
—Usted y Carvalho son inmortales. ¿Unas galletas?
—No...Pues usted dirá.
—Sí. Quiero confesarle algo. Yo maté a Mari Luz, a Moré, al Toto y a Regulero.
—Virgen Santa. ¿Puede probarlo?
—Claro, claro. Con su permiso robaré otra frase a Manuel Vázquez Montalbán: “el asesino de mi novela es el escritor. Es decir, yo. Y si no soy detenido en las horas que siguen a esta revelación es que ya no puedes fiarte ni de la literatura”.
El Gran Gato cantó geométrico y compasivo:
Quisiera ser poeta...
Para no ver de cerca,
A mis amigos tristes,
A nuestros hijos grandes
Y a nuestros viejos lejos...
Tonia Calógero subrayó antes de irse a dormir, una última cita de Montalbán: “Un escritor posromántico todavía podía imaginar o soñar que con un poema podía cambiar el orden de las cosas; ahora sabemos que la historia no cambia ni bajo los efectos de toda la programación de la televisión americana”.
Un escritor ultraliberal, más o menos de Chicago, todavía podía imaginar o soñar que con un tratado de economía podía cambiar el orden de las cosas; ahora sabemos que la poesía no cambia ni bajo los efectos de toda la caterva de encantadores.
—“Bacía, yelmo, halo, / éste es el orden Sancho”.
—“Po fueno, po fale, po malegro”.
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