Todo lo que sé sobre Pepe Carvalho XVIII (FIN)
Morirá esta historia en la Historia
XVIII
El tren negro ha llegado a Mieres, el corazón de la cuenca minera, en el valle del río Caudal. Escritoras y escritores, acompañantes y curiosos, forman una corriente humana que cruza perezosa el puente de Seana. La marea se descompone en grupúsculos bajo un sol terracero. Desde la rotonda, a la izquierda, el parque de Jovellanos, a la derecha, la Mayacina, de frente, al fondo, con tendencia hacia la izquierda, Requexo. A los poetas le gusta Requexo, o Requejo, o la plaza de la sidra. José Hierro lo explicó: “Hay tres lugares en el mundo donde uno puede encontrarse realmente a gusto porque supieron no perder su sabor a pueblo: la isla de Manhattan en Nueva York, el barrio romano de Trastevere y la plaza de Requejo en Mieres”.
Santos Palacio escancia sidra en Casa Flora. Nadie en Mieres del Camín conoce mejor a la clientela de la plaza. Santos se pagó la carrera sirviendo culines, montando terrazas y aguantando borrachos. Ahora es politólogo en paro y hace encargos para un abogado algo irregular. En Casa Flora le conocen desde guaje, no han puesto pega ninguna a su extraña petición, trabajar un día. No un día cualquiera. Hoy. José Andrés dirige las operaciones desde el centro de la plaza. Como Santos, José Andrés, el cocinero más famoso del mundo, nació en Mieres, es hijo predilecto. Santos Palacio sabe que la llegada del tren negro desde Gijón y la celebración de la jornada mundial del Bacalao, han provocado la presencia masiva de medios de comunicación y turistas. Conoce la operación Carvalho, Juan Madrid, recuperado del ictus, le ha puesto al día. El homenaje en Gijón y un festival gastronómico, con el bacalao de protagonista, deberían atraer al detective.
El dispositivo de Salmorejo, disfrazado de control rutinario de la policía nacional, preparado desde primera hora de la mañana y vigilado a su vez por la guardia civil, ha detenido a Carvalho. Joao Carvalho, un taxista de Braga. La descripción se ajusta al retrato robot de Lifante, una imagen imprecisa y poco fiable, han pasado veinte años desde que lo detuvo. Las huellas no coinciden. Diez minutos después Carvalho es arrestado por dos policías de paisano en el mercado mientras probaba cecina de chivo. Aleixo Carvalho, profesor de literatura en Coimbra, también es descartado por Lifante y las huellas dactilares. Salmorejo empieza a jurar en lenguas hamito-semíticas con el tercer Carvalho sospechoso, un psiquiatra de Oporto. En Oñón están aparcando autobuses. Alguien en Portugal tuvo la feliz idea de organizar viajes económicos a Mieres, a las jornadas del bacalao. El anuncio en redes sociales, octavillas, radios y periódicos, especifica el precio y la gratuidad para todos los apellidados Carvalho. Salmorejo se caga en la puta de oros sentado en el Rinconín, dándole a los chipirones y al tintorro de prieto picudo. Santos vuelve a escanciar. No pierde de vista al comisario. Sigue el despliegue de fogones en la plaza dirigido por José Andrés. Acaba de llegar a saludarlo Aníbal, el alcalde, un minero comunista jubilado, recolector de mayorías absolutas. Un alcalde muy particular para una ciudad/pueblo/cuenca que se levantó en armas, sola en mitad de la tierra, contra el nazifascismo, pocos años antes de que ardiera el mundo en una ópera de Wagner. Casi un siglo después los nietos pardos de los militaristas quieren volver a los muros, alambradas y campos de concentración.
Se ha corrido por Mieres la voz de la invasión de los Carvalhos. Tonia graba la estatua del sidreru con la niña en el carrito, desde el quiosco de la Churre, colgado sobre el rio San Juán. Encuadra una panorámica de la plaza, sus edificios con corredores y buhardillas, los nenos jugando en la gradería y las terrazas de los bares. Salmorejo sentado al sol, el Sordo yendo y viniendo, el alcalde y José Andrés departiendo, Santos escanciando sin mirar al vaso, la guardia civil patrullando la carretera general. Envía el video a Maruja que le habla por los cascos.
—Estupendo plano Tonia, huele a escalopines al cabrales. Vete a la sidrería “Los valles mineros”. Pide vermú y un pincho de carne guisada, Zanón llegará en unos minutos. Y pon la capota al carrito, mujera, con esta solana vas a freír a la niña.
Santos ve bajar a Tonia por la rampa de la plaza. Detrás de ella llega Cadu, Carlos Barrio, el escritor mierense de novela negra, saludando a todas y a todos. Santos es un personaje suyo. Viene a echarle la bronca, el politólogo hace lo que le da la gana, va por libre, cambia la música programada y se pasa el día escuchando a Stiv Bators. Cadu quiere saber de donde ha sacado Santos la idea de esconder en la cámara de cervezas una escopeta cargada. En los montes que rodean la plaza atruenan las desbrozadoras. A las doce de la mañana las campanas de la iglesia de San Juan dan por inaugurada la jornada gastronómica con el pueblo repleto y la plaza a reventar.
Antonio Carpintero, Toni Romano, enciende un cigarrillo en la Pasera, frente a la estatua del poeta Teodoro Cuesta, sentado en un banco público. Los poetas, en asturiano o en cualquier idioma, le dan igual. Le hierve la sangre, ha visto a Salmorejo y al Sordo. Está viejo, cansado y harto. Que si Carvalho esto o lo otro, que si Biscuter y Charo. No soporta ni un comentario más sobre el personaje y sus andanzas. Se han vuelto todos imbéciles. Ya ni toma notas, en su cabeza solo hay una idea, pasear jubilado por la Malagueta. Le falla la memoria, ya son muchos años. No se acuerda del motivo por el que anoche, en el hotel, engrasó la pistola que le pesa en el bolsillo. ¿De quien tenía que protegerse? ¿A quien espera sentado allí? Ah, claro. Se lo dijo Ramalho, el Trini. Juan Madrid se lo confirmó. Va a haber hostias. No le extraña. Desde que los fascistas han vuelto a enseñar la patita nunca anda desarmado. Perdió media familia en la Desbandá. En el pozo Funeres, en la otra cuenca, la del Nalón, falangistas y guardias civiles arrojaron vivas al fondo, en 1948, a nueve personas acusadas de colaborar con fugaos socialistas y comunistas. Los gritos de los supervivientes se escucharon en el valle hasta que volvió la brigadilla unos días después. Los callaron con dinamita y gasolina. La batalla cultural. Toni Romano siempre se ha cagado en la madre que los parió. No esperaba volver a verlos desafiantes y chulos gritando por las calles. Los comisarios son de esa cuerda, portadores de banderitas de España, un país que asesinaron y enterraron en las cunetas. Manuel Vázquez Montalbán, como millones de personas, se pasó la vida soportando gentuza que decidía quien tenía derecho a un pasaporte, qué libros podía leer, qué libros podía escribir o quien era ejecutable, perseguible o encarcelable. Ahora, proxenetas de las palabras, claman por la libertad. De la Cierva, el entusiasta historiador del franquismo, murió afirmando sin ninguna vergüenza que Gernika había sido dinamitada por mineros asturianos. Su parentela promociona una consigna electoral: que te vote Txapote. Juan Madrid ha recorrido unas cuantas fosas comunes. Hay todavía más de cien mil españoles asesinados extrajudicialmente en las cunetas de las modernas autovías. Los fachas nunca pagarán lo que hicieron. Lo sabía Montalbán, lo sabe Juan Madrid, lo saben Maruja y Zanón, Tonia y Mendinho, el Trini y Toni Romano. Lo supieron siempre Carvalho, Biscuter y Charo. Lo sabe todo el mundo.
Paco Taibo ha organizado en el Muselín de Gijón la división del Norte. La forman estibadores y mariachis emigrados, armados hasta los dientes. Esperan, cantando la internacional en el Padrún, órdenes del triunvirato central, Marieta, Maruja y Charo, instaladas en el mirador del picu Siana. Al sur, en Santullano, tienen su cuartel general Héctor Belascoarán y el Zurdo Mendieta; cuatro Humvees, dieciséis AK-47. Todos esperan una señal de Santos, el escanciador de Requejo.
Como buen politólogo, Santos estudia la realidad concreta. Sabe que, como Zapata, Carvalho vive, la lucha sigue. Rosa Mari se acerca a Salmorejo con la primera bandeja de pinchos, bacalao al pil-pil. El comisario coge uno, lo mastica, traga y se desploma. Santos se abalanza sobre él. Le quita el móvil y la cartera antes de que se forme un corrillo y el público pida un médico a gritos. El Sordo llega a la carrera con dos policías detrás. Interviene la cruz roja, presente en la plaza. Suena la sirena de la ambulancia y se llevan al comisario caminito del hospital. El Sordo llama al bunker, pide instrucciones. Stewart y Nicolás no reciben retorno por los cascos. Nerviosos, como último recurso, reinician el ordenador. El alcalde y José Andrés prueban los pinchos de la bandeja, dan fe de su exquisitez inocua. Santos le pasa a Tonia el celular y la documentación.
A Leonardo Padura el bacalao no le hace ni fu ni fa. Está preocupado. A miles de kilómetros Industriales ha vuelto a perder. A pesar de su fe inquebrantable le entran achaques de cansancio histórico. Tiene presentes a sus lectores lituanos, incomprensiblemente ajenos a la liga élite del béisbol. Busca juntarse con amigos, beber una botella de vino con algo para picar y hablar mierda sin tener que medir las palabras. Pasea al lado del río con Mario Conde, lo más parecido a un amigo que tiene a mano. El expolicía, exlibrero de viejo, y a día de hoy vigilante en un restaurante, no se imaginaba Asturias así. La cuenca minera le resulta curiosamente familiar, Carvalho, un primo lejano. Ahora está en medio de una conspiración. Su trabajo, pagado en dólares, ha sido fácil, solo tenía que hacer una cosa, mentir. Su presencia en la Semana Negra haría inevitables las entrevistas, Marieta contaba con ello. Cuando le preguntaron por Montalbán se lo pusieron fácil. Carvalho y él eran amigos desde hace años, mantenían el contacto. Iban a verse en Gijón, tenían pendientes unos panchinos y una botellina. Un bisabuelo inventado de La Felguera garantizaba un espacio en la portada de “La Nueva España”. Dinero fácil y limpio. Por la otra orilla, en dirección contraria, discuten Kostas Jaritos y Salvo Montalbano. Son funcionarios, no deben entrar en asuntos internos de otro país. Les asalta la ausencia dolorosa de Andrea Camilleri, el hueco abierto en la literatura italiana contemporánea. Aplauden con ardor el reconocimiento de su indiferencia ante el fútbol y de su incapacidad para cocinar. Comenta Salvo la exactitud de sus novelas, todas de ciento ochenta páginas. Dieciocho capítulos, diez páginas cada uno. Desde el puente de La Perra, con una caña de pescar en la mano, Petros Márkaris sigue el trayecto de los comisarios. Decide introducir en la situación una llamada de Adrianí. Recuerda a Jaritos, dando por hecho que lo ha olvidado, el cumpleaños de Lambros, su nieto.
Salmorejo despierta en el hospital público con dolor de cabeza y medio cuerpo paralizado. Intenta hablar, no lo consigue. Frente a él, Stewart y Nicolás, esperan órdenes jugando con los móviles y saliendo por turnos a fumar. Li, el agente chino de la guardia civil, a las órdenes de Bevilacqua, toma nota de sus movimientos, les da conversación, les explica la mejor manera de pasar la pantalla, se las da de ultra, les invita a cazalla. En Requejo, el Sordo ha asumido el mando.
A Carlos Zanón le ha gustado el helicóptero. Vigila las partidas diseminadas por el monte, cargadas de voladores y dinamita. Va a haber follón. Da información por radio de las maniobras al triunvirato. Charo sprotesta.
—Ay jesús, qué recoña…
—No te quejes tanto, vida. A Pepe que le den. Bastante te ha amargado la vida.
—Que no, Maruja, que no. Que no va a venir. He visto el folleto, más de cien formas de cocinar el bacalao. Pero no va a venir, falta la fundamental, el pan de bacalao de las Reparadoras, con su bechamel, su zumo de limón, su manteca de vaca y sus langostinos. Me lo dijo Biscuter. Nunca antes había visto a Pepe con los ojos en blanco.
—joder con las monjitas... ¿Manteca de vaca?
—A ver si estamos a lo que estamos. Primero tomamos Mieres y luego tomamos Madrid.
—Pero vamos a ver, Marieta. ¿Tú crees que se dan las condiciones?
—¿Qué condiciones? ¿Con ochenta años me van a importar a mí las condiciones? Estuve en Sierra Maestra, en Angola, en Vietnam, en Palestina y en Afganistán. ¿Quieres que te cuente las condiciones? Payo cabrón que vea, payo cabrón que me cepillo. Así hasta la Puerta del Sol.
—Mujer, si no digo que no. Lo que pasa es que lo de Madrid no lo veo. Mira Zanón ¿Se ha ido a vivir a Madrid? No, se ha instalado en Málaga. Por algo será. Maruja, hija, díselo tú.
—A mí esto de la revolución me parece muy bien. Ahora, también te digo, nos van a mandar a la legión. Y a la OTAN si hace falta.
—¿Qué diría Manolo?
—Que esto de echarse al monte sin apoyo aéreo, artillería y una correlación de fuerzas favorable, es una frivolidad.
—Después de que Messi se haya ido del Barça, Manolo estaría dispuesto a todo.
A cincuenta metros acaba de aterrizar el helicóptero. El ganado se asusta y se dispersa. Zanón se acerca a la carrera hasta el mirador. Viene gritando.
—¡Ha venido! ¡Ha venido! ¡Está en el ayuntamiento!
—Ay, mi Pepiño…
—No, joder, Pepe no. Ha venido el Rey. Acaba de llegar, está con el alcalde.
—¿El padre o el hijo?
— El de Inglaterra. Lo está transmitiendo en directo la BBC. Le acompaña Simeón de Bulgaria.
Las tres mujeres intercambian miradas incrédulas. Es un imprevisto. Charo se pronuncia la primera.
—Yo lo de Diana no se lo perdono.
Responde Maruja escéptica.
—Hace años que perdí la fe en la BBC. Desde la guerra del golfo.
Marieta se subleva y saca la pistola.
—Ni rey ni nada. Es una maniobra de distracción. Tú, al helicóptero. Vosotras a callar.
—No seas autoritaria, Mari. A mi no me ha callado ni el sardinita de Juan Luís Cebrián.
—Dimito. Hacéis la revolución vosotras solas. Me vuelvo a la residencia.
—De eso nada, guapa. No hemos preparado este circo para hacer el ridículo. Carlos...pon un mensaje a Tonia. Que empiece la fiesta.
—Vale. ¿Qué hacemos con la guardia civil?
—Nada, están avisados. Lorenzo Silva es amigo mio. Bevilacqua y la Chamorro tienen lo que querían, ya pueden empaquetar a Salmorejo. Stewart y Nicolás le han contado a Li todas sus hazañas y Tonia les ha dado las pruebas, el móvil y la agenda. Como mínimo veinte años por cohecho, sobornar a los policías que le acompañan, tráfico de influencias, utilizar material público, revelación de secretos, falsedad en documento público, organización criminal y malversación. Y al Sordo lo mismo.
En medio de la plaza de Requexo Tonia abre el maletín del violín y saca un pistolón. Dispara al cielo una bengala. Las partidas del monte cortan las carreteras por detrás de la división del Norte y las fuerzas revolucionarias del Sur. En el ayuntamiento rodeado por los humvees y retiradas las banderas oficiales, ondea una transparente. Los revolucionarios despliegan una pancarta que cubre la fachada: “Sopas Plegamans patrocinan la revolución. Bacalao sostenible o muerte”. En el salón de actos están retenidos, vigilados por una compañía de vegetarianos, las autoridades, el rey de Inglaterra y los periodistas. Una división vegana instalada en la casa de cultura se ocupa de la guerra electrónica y las redes sociales. Aníbal, el alcalde, habla desde el balcón del ayuntamiento a la multitud congregada.
—Yasta bien de tanta comedia. Nun piensu daibos explicaciones. El que quiera explicaciones a la universidad que ya somos mayorinos. A partir de esti momentu queda declará la semana del hasta aquí hemos llegao. Tamos faciendo historia. Los jubilaos de les bicicletes a repartir sopa por las caleyas. Las paisanas a quemar los mandilines. A follar tol mundu. Ta to pago. A tomar pol culo el desorden internacional, home ya...
El paisanaje parece de acuerdo con el manifiesto. Un joven pide la palabra.
—¿Y la contradicción de primer plano?
El alcalde no duda. Señala al interior.
—Ni contradicciones ni poyes. Eso ye cosa del concejal de cultura, a mí no me líes guaje. ¿Alguna pregunta más?
—La revolución o ye mundial o no tien futuro ¿Pa cuando invadimos el lejano Oriente?
—Eso yastá hablao. El jueves por la tarde.
—El jueves juega el Caudalín.
—Pues el viernes con la fresca. No hay más preguntas. Esta noche en el parque, el señor Plegamans dará más explicaciones. A cascala.
Llegan noticias preocupantes. Un corrillo de enfadicas se ha hecho fuerte en la calle de los bares. Piden entrevistarse con el comité revolucionario, no les gusta la sopa. Mendinho se hace cargo de las negociaciones y ha ofrecido picatostes. Explica los beneficios de la grasa vegetal y su uso desde el paleolítico por los grupos humanos. Quieren colgarlo de una farola. Duluc intercede; si no quieren sopa que coman queso. Se aprueba la llamada “excepción de Urbiés” a mano alzada. En el puerto de Santo Emiliano se concentran las fuerzas de la otra cuenca, la del Nalón. Quieren un helicóptero para ellos y proponen una sopa más picante. Se produce la entrega de pimentón, el acuerdo de usar el helicóptero días alternos y el abrazo de la Collaona, que sella la unidad entre la alcaldesa de Langreo y los sindicalistas alleranos. Un comando intercuencas encabezado por Tonia se dirige a Villabona para sacar a los presos, qué presos no importa.
En la plaza de Requejo los Carvalhos portugueses y el coro minero de Turón interpretan “Grandola vila morena, patrona de los mineros” mientras el jurado delibera sobre los bacalaos finalistas. José Andrés solicita al piloto del helicóptero que abra unos minutos el espacio aéreo y permita el paso de una avioneta amiga. Ha pedido permiso para aterrizar en el Polígono de Gonzalín. Son fuerzas internacionales, un amigo estadounidense de José Andrés; Barack Obama, Barack Obama. Trae un mensaje de la OTAN: Estáis rodeados, rendíos. Barack Obama, Barack Obama, se ofrece como pacificador. La policía local de Gijón, comandada por Alejandro Gallo y Trinidad Ramalho, está a las puertas de Oviedo. El triunvirato hace cálculos. Han interceptado comunicaciones del enemigo.
—Charlie uno a Charlie dos. Charlie uno a Charlie dos. Cambio.
—Aquí Charlie dos. ¿Que quieres, Charlie uno? Cambio.
—Aquí Charlie uno. Tenemos hamburguesas y pizzas. Cambio.
—Aquí Charlie dos. No es suficiente. Necesitamos albóndigas. Cambio.
—Aquí Charlie uno. Macdonals no contesta, burguer King tiene puesto el contestador. Cambio.
—Aquí Charlie dos. ¿Y las albóndigas?. Cambio.
Ruido ininteligible. Marchas militares. Tacos en perfecto castellano. Música de reinicio en el Windows.
El Twitter de Maruja bulle. Llegan novedades de todos los rincones. Acaba de estrenarse Fast and Furious catorce, se ha lesionado Giorgios Inútilis durante el entrenamiento en Valdebebas y ha sacado un disco en solitario un señor mayor de Salamanca.
—Hay apagón informativo. Esto ya pasó en la guerra de los seis días. Pon la SER a ver qué dicen.
—Llevan veinte minutos de publicidad.
Todo va bien a juicio de Marieta. Tiene experiencia. La llegada de Barack Obama, Barack Obama, solo puede significar una cosa. La sopa está haciendo efecto y los arsenales de la OTAN no pueden neutralizarla. En Oviedo se defienden con torrijas. Los ordenanzas del ayuntamiento sirven te con frisuelos al rey de Inglaterra y un chupito a Simeón de Bulgaria, vigilados en el salón de plenos. Felipe VI habla por televisión pero no se le entiende. En madreñas bajan desde Felechosa cuatro alleranes. Llegando a Santullanu piden fabes, tocín y morcielles. Les sirven la sopa de bacalao. Primero protestan, luego la prueban. La mano mágica de Biscuter hace efecto. Vuelven de un volao sobre sus pasos y por el puerto de Vegará cruzan la linde de León. Enganchan la ruta del Curueño, sublevan a los cuatreros de ganado y se suben al FEVE en la estación de Matallana. Objetivo el Barrio Húmedo. En la capital leonesa les espera el batallón de Genarín. El gobierno provisional de León Solo se instala en el Besugo. Un destacamento se dirige a Boñar para hacerse cargo de las dos cosas que tienen allí y no hay en León. El maragato de la torre no quiere bajarse y reivindica el descubrimiento del ajoarriero en tiempos inmemoriales. El Negrillón de la plaza está seco. En Cistierna declaran la guerra a Alemania, otra vez, por un viejo pleito pendiente desde 1917. En Sabero cortan las vías y aíslan la región. En La Gitana, enfrente del Besugo, los más exaltados quieren ir a Valladolid a por vino.
Los puertos de Pajares y San Isidro están bajo control revolucionario. Trenes, barcos, aviones y camiones transportan toneladas de sopa enlatada procedente de la fábrica de Plegamans en las Oubiñas.
Una pescadora de Nazaré, Amalia Eusebia, ha ganado el campeonato mundial de Bacalao. Eso le da derecho a incorporarse al triunviriato dirigente con poder ejecutivo. Los mozos la suben al Picu Siana en volandas. La reciben circunspectas Marieta, Maruja y Charo. No hay tiempo que perder. France Presse acaba de anunciar la presencia detectada en Asturias de Bouvard y Pecuchet. Navegan por la costa a la altura de Llanes en un yate privado. Los rumores entre periodistas señalan un posible próximo desembarco en la playa de La Ñora.
A bordo del Rosario Biscuter, el patrón del barco que navega a sotavento a la altura de Punta Escalera, cocina taramá con huevas de bacalao para acompañar una de las tres únicas botellas que se fabricaron de The Dalmore Trinities, hace 140 años. Carvalho dormita al sol en la popa, tumbado en una hamaca. El nombre del que fuera su ayudante está a punto de aparecer en la lista de los personajes más influyentes de Europa. El fetillo coincidió con José Andrés, muchos años atrás, en la Escuela de restauración y hostelería de Barcelona, antes de que el asturiano trabajara en el Bulli y acabara emigrando a los Estados Unidos. Después de la vuelta al mundo en Milenio, perseguidos por el líder de una secta partidaria de negociar la inmortalidad con los Visitantes, Biscuter, de un ramalazo místico, se hizo adepto. Lo encargaron de la cocina, sus gurús lo llamaron catering, durante la acampada de bienvenida a los extraterrestres portadores del secreto en los montes Wasatch. José Andrés le ayudó con la logística y el éxito fue sonoro. Las esperadas naves no aparecieron. Eso no impidió el delirio de la concurrencia por los pimientos rellenos, las setas con piñones y el bacalao al horno. Los frustrados inmortales esperaron en Utah treinta días con sus desayunos, comidas y cenas, por si la fecha dada por la organización tenía algún error de traslación al calendario alienígena o hubieran surgido imponderables siderales. La espera y la impaciencia volvieron descreído a Biscuter en lo tocante a contactos, no importa en qué fase. Como efecto secundario proporcionó ingresos suficientes a la sociedad de Biscuter y José Andrés, Bisjoan Inc, para consolidar una franquicia implantada hoy en más de treinta países. Factura varios cientos de millones anuales, ha invertido en negocios recomendados por Charo, accionista principal, asesorada por Rigalt i Mataplana, recién enterrado.
Carvalho no tiene interés en la revolución. Reconoce que la sopa enlatada por Biscuter está lograda, no ha perdido el paladar. Ni la memoria. Recuerda muy bien a Salmorejo, a Lifante y a Contreras. Pasó por la dirección general de seguridad, cuando era un joven revolucionario y los policías se reían de él, sentado en la celda detrás de los barrotes. No olvida una frase: “cuando lleguen los tuyos, nosotros seguiremos aquí y tú seguirás ahí”. Se la apuntó. Se la habría tatuado si no fuera tan larga y no necesitara contexto.
Sí, Rigalt i Mataplana le encargó la creación de los servicios secretos catalanes. Al ver la cifra del ingreso en el Banco no encontró motivos para negarse. Montó su equipo de confianza: Marieta, superviviente de la guerra fría, Maruja, superviviente de las guerras en general, y Charo, superviviente de la guerra y de la paz. Ninguna de las tres habría aceptado sin la mediación de Biscuter y su oferta. Serían agentes dobles, formarían un servicio paralelo con sus propios objetivos.
Biscuter escuchó por fin lo que tanto había esperado.
—Biscuter, esta taramá es perfecta, ni siquiera se nota el acenocumarol. Ya puedo morir tranquilo.
—Nada de morirse, jefe, está hecho un chaval. Aceno...¿qué?
—El principio activo del Sintrom. ¿Crees que no te he visto echarlo?
—No se le escapa una. Es para que la sangre no se haga morcilla. ¿Me explica ya a qué hemos venido?
—Todavía no lo sé. Dicen que los ordenadores tienen memoria. Qué tontería, la memoria es otra cosa. Nunca sabrán de sabores, olores, tactos, dolores.
“Solo
las viejas ruinas lo dicen todo
y no dicen nada
al cibernético
le sobran los tirabuzones, el vuelo
del organdí
las lágrimas, los recuerdos”.
—Hostia, jefe, qué bueno.
—¿Ves esta mierda de aparatito? Lo conectas a un ordenador y ahí tienes lo que quieren todos. Información. Para ganar dinero, hacer guerras, sucias o limpias, triunfar y mantener el desorden. Aquí hay números de cuentas corrientes de reyes y presidentes con todos sus movimientos, de todas las naciones, de los cárteles, códigos de acceso a las redes militares más secretas, dossieres sin desclasificar de los últimos cien años y hasta la última cuenta del último vecino en cualquier red social. He matado a gente para conseguir esto, me enseñó Mr Wonderful. Estoy cansado, no quiero huir más, ni en invierno, ni en abril. Mucha gente sabe matar, es fácil, hay cientos de maneras. Abre el Dalmore y ponme una gota en el hielo. Pruébalo. El resto échalo por la borda para que lo prueben los peces. Mete en la botella el cacharrito y tírala al mar.
—No somos náufragos, jefe. Y ese whisky me ha costado ciento cuarenta mil euros, era para su cumpleaños...Vale, tiene razón. Somos quienes somos y venimos de donde venimos. Al agua va. Blup.
“Descubrió
que finalmente morimos de uno en uno
y se echó a llorar
a orillas del mar
la, lá, la, lá
la, lá, la, lá”.
—Nada de llantos por el whisky derramado. Te queda por dar unas explicaciones a lectoras y lectores. Están en la penúltima página y tendrán cosas que hacer.
—Siempre me toca a mí. ¿Qué quiere que explique?
—El sentido de la vida, la receta de la sopa y los cabos sueltos.
—Eso es fácil, Jefe. La gente no es tonta. Ahí va: La sopa es de letras. Eso sí, solo tiene tres. Mayúsculas, claro. La U la H y la P. La versión de mar es de bacalao ahumado y algas. La de montaña es caldo de cocido hecho a fuego lentísimo con verdura y cecina. Añado por mi cuenta chamón y un majao de ajo y perejil. Para vegetarianos sustituyo la carne o el pescado por puerros y arbejos tratados con las manos mágicas de las guisanderas de Mieres. Y ahora quédese aquí tranquilo. Tengo que hacer unas llamadas a la fábrica para llevar al pueblo a la emancipación. En Requexo ya se ha liao, ya está armada. Muy mal se nos tiene que dar para que esta vez no sea la buena.
No todo es jarana en la plaza de Requexo. En el Correor un paisano muy mayor apura la copa. Está serio, no participa del jaleo general. Es foriato, está solo. Se levanta de la terraza y se aleja de la plaza hacia la carretera de Sama. Con el puro en la boca, tose al subir la cuesta de la caleya. Va fijándose en las flores; claveles, dalias, hortensias, cosmos, hibiscos, geranios y rosas. Viejas casas en ruinas comidas por el monte, manzanos, cerezos y una higuera. Un caseto con pites, huertas. Empieza a orbayar. Llama a una puerta con los nudillos. Abre en pijama alguien desconocido para él.
—Buenos días. ¿El señor Rodríguez?
—Sí, soy yo.
—¿Es usted el escritor de esto y quien me ha traído hasta aquí?
—Sí, Méndez. Pase. ¿Quiere un café?
—Se lo agradezco, con gotas si es posible. Voy a cumplir noventa años. Subir cuestas me mata.
—Usted y Carvalho son inmortales. ¿Unas galletas?
—No...Pues usted dirá.
—Es por lo de Moré.
—¿Moré? ¿El abogado?
—Sí. Quiero confesarle algo que no me deja dormir. Yo maté a Moré.
—¿Puede probarlo?
—Claro, claro. Volveré a robar, con su permiso, una frase a Manuel Vázquez Montalbán: “el asesino de mi novela es el escritor. Es decir, yo. Y si no soy detenido en las horas que siguen a esta revelación es que ya no puedes fiarte ni de la literatura”.
El Gran Gato, desde la orquesta, cantó en su momento un deseo rumbero, bailable, geométrico y compasivo:
Quisiera ser poeta...
Para no ver de cerca,
A mis amigos tristes,
A nuestros hijos grandes
Y a nuestros viejos lejos...
Nadie sabe todavía como acabará la revolución de la sopa. Lo que si se sabe es que Tonia Calógero recibió un mensaje de Carvalho, con una cita subrayada de Montalbán: “Un escritor posromántico todavía podía imaginar o soñar que con un poema podía cambiar el orden de las cosas; ahora sabemos que la historia no cambia ni bajo los efectos de toda la programación de la televisión americana”. Habría que añadir a la tele, con el paso de los años, las redes sociales, la realidad cibernética y la inteligencia artificial. Un escritor ultraliberal, más o menos de Chicago, todavía podía imaginar o soñar que con un tratado de economía podía cambiar el orden de las cosas; ahora sabemos que la poesía no cambia ni bajo los efectos de toda la caterva de encantadores. “Bacía, yelmo, halo / éste es el orden Sancho”. Apoyado en una esquina del barrio chino alguien dijo...“Po fueno, po fale, po malegro”.
Mieres, Asturias, 2021-2023.
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