Caldo de Carvalho (III) Movimientos sin éxito
Movimientos sin éxito
III
Estaba escrito que Andrea Camilleri y Petros Márkaris no se cruzarían con sus comisarios al salir del restaurante. Se sentaron en una terraza frente al mar para comentar la propuesta de la agencia debajo de una sombrilla. Café y licor, la pipa del griego, los cigarrillos del italiano, risas. Recuerdos de Manolo. Sus poetas favoritos. Márkaris le achaca debilidad por Pavese, Camilleri por Kavafis. Machado, Cernuda, Gil de Biedma, Eliot. Brindaron y miraron pasar las garotas de la Barceloneta caminho do mar.
Sus personajes, Jaritos y Montalbano, acababan de conocerse en el restaurante. Tonia y Moré, ya con hambre, asistieron a la repetición de la ceremonia. Presentación, carta, elección de platos. Los comisarios no encontraron un idioma común y la traductora tuvo que esforzarse. Jaritos pidió arroz con calamares y sobrasada. Montalbano dudó. Hizo a Malik preguntas de tercer grado y se decidió por un suquet de rape y gambas. Moré eligió el plato más caro y blanco del Penedés. Pagaba la agencia, le podía costar una bronca. No parecía intimidado. Tonia se apuntó a unas berenjenas con miel.
—¿Quién es Pujol?
A petición de Moré, ocupado con el besugo y las angulas, contestó la traductora. Datos básicos: Barcelonés, hijo de banquero. Estudios de medicina. Cumplió dos años y medio de cárcel durante el franquismo por escribir panfletos. Fundador de Convergencia Democrática de Catalunya. President de la Generalitat de Catalunya entre 1980 y 2003. Tonia añadió algo de su cosecha. Recién contratada por la agencia había asistido a un acto de Maruja Torres. Presentaba una novela “sobre la búsqueda de la madurez y contra el olvido”. Hablaron, se entendieron, compartieron una copa. Citó de memoria una de sus respuestas, en griego y en italiano.
—"Viví Barcelona los años en que existía una cosa que estaba muy bien: éramos catalanistas, de izquierdas, anticensura, libertarios y todo lo cosmopolitas que podíamos. Cuando ganó Pujol eso se fue al carajo".
Salvo Montalbano prefiere comer solo para no distraerse de lo importante, los sabores. Sabor y saber, la misma etimología. Eso no le impidió dirigirse a Tonia. Para empezar a hablar se interesó por el tatuaje que asomaba bajo la manga de la traductora en la parte interior del brazo.
—Si vas a cometer un crimen tapa eso, podríamos identificarte fácilmente.
—Es de cuando estuve presa en Sing-Sing. Para matar me pongo el chándal.
Kostas Jaritos, más circunspecto, enternecido, también estudiaba a Tonia. Encontró cierto parecido con su hija Katerina. Calculó que era algo más joven, menos idealista y con una actitud muy parecida ante las berenjenas.
Un hombre grueso de andares torpones, pasados los sesenta, con gafas ahumadas y visera, se acercó a la mesa. Llevaba un whisky en la mano y una carpeta en el sobaco, palabra que los censores encontraron inapropiada en un poema de Montalbán y recomendaron sustituir por axila.
—Que aproveche, señores. Encantado de conocerles.
Tonia no devolvió el saludo, no es un señor. Jaritos y Montalbano miraron al caballero y le hicieron una ficha rápida para sus archivos mentales. Moré con la boca llena, tragó el bocado y se limpió el bigote antes de hablar.
—Joder, tres comisarios. ¿Qué haces aquí, Salmorejo?
—Una casualidad abogado. Pero continúa, no te cortes, no quiero molestar. Puedo ayudaros. He oído que buscas a Carvalho, nosotros también. Queremos darle una medalla, agradecerle los servicios prestados y tal.
—¿Quienes sois vosotros? ¿Los visigodos? ¿El comando alioli? ¿La sexta flota?
Tonia tradujo hasta llegar al alioli y se enredó con la explicación. Aunque es ajo y aceite, hay quien pone huevo. Montalbano se mostró interesado. Jaritos interpretó que hablaban de mayonesa. Salmorejo se sentó sin que nadie se lo pidiera.
Moré carraspeó, pegó un trago, miró cruzado a Salmorejo y retomó el discurso, no iba a desvelar ningún secreto. La agencia había conseguido incluir a Carvalho en la lista de desaparecidos buscados por la Interpol. Tardaron meses en localizar a su hija en Los Ángeles. Convencerla de que activara la denuncia fue trabajoso, no quería saber nada. Para ella su padre siempre había sido un desaparecido, una ausencia. Tenía tres años la última vez que lo vio. Ni recuerdos, ni fotografías, ni odio. Indiferencia, desinterés. Accedió a colaborar porque todo el papeleo estaba hecho y no lo buscaban por ningún delito. Solo tenía que firmar.
Carvalho recorrió el mundo para inaugurar el milenio, despedirse de los grandes viajes y gastarse los escasos ahorros que no iban a mejorar su vejez. Huyó hacia el este con Josep Plegamans Betriu, Biscuter. Hizo escalas en Italia, Grecia, Egipto, Turquía, Afganistán y muchos países más, antes de volver a Barcelona y acabar en la cárcel por el asesinato de un viejo cliente, el sociólogo sexual Jordi Anfruns. Luego se evaporó.
—Ustedes podrían ayudar con la búsqueda de información en sus países. El ministro de exteriores ha hecho gestiones, Carvalho es ciudadano español y su desaparición podría no ser voluntaria. Los escritores Petros Márkaris y Andrea Camilleri se han comprometido a colaborar. Para el gobierno de la Generalitat también es asunto de estado.
Interviene Salmorejo. Tonia no traduce.
—Bueno, estado, estado…Eso es un decir, un purparlé. Estado solo hay uno y está interesado en encontrar a Carvalho porque puede que tenga material valioso para el centro nacional de inteligencia y tal. No creo, Carvalho no es nadie. Yo soy un subordinado, Moré, si me piden un servicio cumplo. Asuntos de estado, ya sabes, con la madre y la patria con razón o sin ella.
—Los dos gobiernos son estado. No me interrumpas, estamos en una reunión privada y nadie te ha invitado. ¿Dónde estaba?... Ah sí, La administración tiene unos cauces, la literatura otros…
Salmorejo soltó una risa.
—No jodas Moré, ahora sabes de literatura y tal y cual. Pide otra copa y nos das una conferencia. ¿Cuantas llevas?
—No has pedido permiso para grabar. ¿Quieres dedicar alguna canción a nuestros oyentes? Un, dos, tres, probando. En el número uno de nuestra lista “Mi jaca”.
Moré rompió a cantar afinando sorprendentemente bien, a un volumen molesto incluso para los clientes del piso superior. Tonia dudó entre hacer un coro o pedir excusas. Se abstuvo, ni se sabía la letra de aquella canción de sentimentalidad agraria ni tenía por qué hacerse responsable de los disparates de Moré. Los comisarios extranjeros sonreían sorprendidos. El autóctono se levantó, dirigió a Moré un gesto ofensivo con el dedo y se marchó limpiándose el sudor con un pañuelo.
En la transcripción de la conversación grabada a los cuatro días de que el gobierno publicara la reforma del estatuto de Cataluña, Salmorejo parece más interesado en Pujol que en Carvalho. Una semana más tarde la oposición recurrió al tribunal constitucional el estatuto aprobado por las urnas en Cataluña y por las cortes en Madrid. Empezó un proceso kafkiano.
Jaritos y Montalbano indulgentes con Moré, molestos por la irrupción inesperada y las formas de Salmorejo, decidieron dar por terminada la reunión. El abogado balbuceó con voz pastosa proponiendo un nuevo encuentro. Tonia se despidió de Moré con un cabeceo y de los comisarios con dos besos. Antes de irse pasó por la barra.
—¿A qué hora sales, Malik?
El camarero se giró al escuchar la voz.
—A la una. He quedado en San Roque. ¿Vienes?
—Sí, pero no me quedo hasta tarde, mañana madrugo.
—¿Y eso?
—Cosas mías, ya te contaré. Ciao.
Según el informe entregado a Carmen Balcells por un periodista que confirmó el olor a perfume japonés de la agente 009, una firma de abogados suiza sacó de la cárcel a Carvalho. Enterraron al juez en demandas y alegaciones, el sumario desapareció. En el otoño de 2004 un coche blanco con matrícula de Andorra, recogió a Carvalho en la puerta de la cárcel. Nadie, que se sepa, ha vuelto a saber de él, ni el recién nombrado ministro del interior, Rubalcaba, adicto a las novelas policíacas, ni los copríncipes andorranos, el obispo de Urgel y el president de la republique, Monsieur Chirac.
Para empezar a buscar Moré pensó, como habían indicado los montalbanólogos y carvalhófilos consultados, en Charo, la mujer con la que compartió los momentos más creíbles de su vida. Cansada de esperar que su Pepiño dejara de compadecerla, cogió la maleta y se marchó a Andorra. Dejó atrás el mar, puteros que en otro tiempo habría llamado clientes, Barcelona y al detective. Siete años después volvió. Era improbable que su trabajo en un hotel de Andorra o la boutique de dietética y cosmética abierta en el Port Nou, financiada por Rigalt i Mataplana, dieran para pagar abogados suizos. Mezclar Suiza, Andorra y bufetes caros en la misma frase despierta sospechas en ministerios de medio mundo, en algunas consejerías autonómicas y en todo tipo de servicios de información. Moré hace girar el vaso sobre la barra del bar. ¿Cuándo se había vuelto tan importante Carvalho? ¿El Centro Nacional de Inteligencia estaba interesado en alguien tan insignificante como él? ¿Era el detective, como había insinuado Montalbán, el barcelonés más popular desde la muerte de Copito de Nieve?
Con la mirada perdida y la mente sepia, a las cuatro de la mañana, hora inusual para Moré un día de diario, en un bar cerca de la estación de Sans, cometió un error garrafal. Dejó el coñac y se pasó al whisky. Vomitó el coñac en Sarriá y el whisky en Sant Gervasi. A eso de las seis, sentado en un bordillo a la puerta de una cafetería cerrada en la Avenida de la República Argentina, tardó diez minutos en sacar de la americana el paquete de tabaco, otros diez en encontrar el mechero y cuarto de hora en conseguir que coincidieran lumbre y cigarrillo. Lo encendió al revés. A punto de cumplir los cincuenta era una hazaña repetir la operación, conseguir introducir el humo en los pulmones sin un ataque de esa jodida tos que revolvia bilis, flemas, lágrimas y mocos. Por eso se divorció Norma, su mujer, no soportaba estas escenas. Diez años después sigue siendo un abogado ajeno a ese gran mundo con más dimensiones de las que tiene interés en percibir. Su única ambición es la tranquilidad.
Necesita encontrar a alguno de los “familiares” de Carvalho, darle algo a la jefa. Seguir pasando facturas sin avanzar no tiene futuro. Charo, Biscuter, Fuster, o Carvalho no existen. Daniel Vázquez Sallés, escritor aburrido de los aduladores de su padre y de la agencia Balcells, se lo deja claro después de rogarle que no llamara más: “Carvalho no era más que un alter ego imprescindible para no tener que pedir perdón constantemente”. La jefa insiste en lo contrario. Si ella lo dice, no hay nada que discutir.
Moré suele retirarse a una hora prudente y mantiene el alcoholismo dentro de un orden funcional. Cumple en el trabajo sin entusiasmo. No empieza a beber antes de las dos, al salir del despacho. A las once de la noche llega a casa y calienta algo precocinado o abre una lata para cenar con un vaso de leche. Se derrumba en la cama con el programa futbolero en la radio. Nunca mencionan a su equipo. Se despierta con anuncios.
Desde niño quiso ser un pirata malo, de adolescente aspiró a deportista. Corría los cuatrocientos metros en una marca prometedora. El atletismo resultó incompatible con la panda, el parque, el tabaco y los litros de cerveza. Ya entonces tenía problemas reales y filosóficos con el futuro, sobre todo con el no futuro. Estudió derecho sin querer, para que lo dejaran en paz. Toda la parentela insistía, podrás salir del barrio Vicent, tendrás un mañana Vicent, el bar ya no renta Vicent. Aprovecha, Vicent, puedes ir a la universidad. Le volvió, entre sollozos, el lamento habitual por la muerte de su tío, veinte años atrás. Lo había llevado de niño al campo del Español. De golpe abrieron la persiana metálica de la cafetería. El ruido le voló la cabeza como si se la pisara a la salida de un corner en el último minuto, el central más veterano de la Ponferradina.
—¿Otra vez Moré?
—Oh la lá, mesié Vanplís. Penalti y expulsión.
—Anda, siéntate ahí en lo que se calienta la cafetera.
Dos cafés solos, un botellín de agua y tres cuartos de hora después, el local está concurrido. Los cerebros empiezan a espabilar, de la cocina salen olores, ha ganado el Barça. Moré pide un carajillo. Le sirven un pincho, zumo de naranja y gelocatil. La tortilla está en su punto de sal, de temperatura, de consistencia, el pan cruje, el zumo es natural. Juan, camarero desde los quince, vecino de su hermana, fresco, con la camisa blanca reluciente, recoge tazas y limpia la barra.
—Aunque me alegro de verte, malo, a estas horas sólo vienes cuando estás jodido. ¿Qué pasa?
Tarda en contestar. Tose, se acomoda para respirar. Se rasca la cabeza. Bebe agua. Resopla.
—Nada. Anoche quería subir a Vallvidrera y me lie antes de llegar.
—¿Qué se te ha perdido en Vallvidrera?
—Un escritor y un detective. Vivían allí. Uno ha muerto y el otro no aparece. De nota la tortilla, Juanito. ¿Has visto a Dolors?
—Sí. Va mejor, ya se incorpora. Si vas a ir hoy compra El Jueves, ayer se me olvidó.
—Pasaré esta tarde, me voy a dormir.
Deja un billete de veinte encima de la barra sin esperar la vuelta. De espaldas levanta una mano a modo de despedida. Camina hasta la salida andando como si se acabara de bajar de un caballo. Puede que Moré interprete una de vaqueros pero Juan, al verlo alejarse, escucha la banda sonora de “Cazafantasmas”. En la calle hace un día soleado, la resaca está en retirada, su hermana se recupera bien, los árboles de la calle están exuberantes y no hay sioux en las ventanas.
Tonia había escuchado a Carmen Balcells y a Maruja hablar de Montalbán. Ella no llegó a conocerlo. Está leyendo sus poemas, memoria y deseo. Al servicio de Moré por orden de la jefa, se dedica en exclusiva a Pepe Carvalho. ¿Quien es Carvalho? Lo dice él: “Soy un personaje literario. Mejor dicho, subliterario, porque protagonizo novelas más o menos policíacas. Digo más o menos policíacas porque así las califica el autor, al que en el fondo no le gusta que le consideren un novelista policíaco. Más… o menos policíaco”. Carvalho rellena de madrugada patitos de toda confianza para compartirlos con Fuster, su gestor, y quemar un libro. “Bebe para recordar y come para olvidar”.
Dolors, la hermana convaleciente de Moré, está feliz, fuera de peligro. Ya se levanta sola de la cama con paciencia, esfuerzo y muletas. Lleva ocho meses de congoja, quimioterapia, radioterapia, operaciones, pastillas, fisioterapia, manchas en el techo, codeína, noches en blanco, pérdida del pelo y dieta blanda. Moré para ella es Vicent. Viene de visita todas las semanas. Hoy trae horchata de Figueres, “El Jueves” y la paga de Vania, la cuidadora guatemalteca.
Dolors lidió con niños en los barrios más exclusivos del Londres tatcheriano y atendió ancianos en Pedralbes cuando el pujolismo aspiraba a ser eterno. Conoce bien la vida diaria de emigrantes y mestizajes. En los países de las mujeres cuidadoras un candidato a presidente repite en campaña electoral una frase que explica la emigración. En su boca es una amenaza: “La peor comida es la poquita”.
Vicent Moré conoce las debilidades de su melliza. Le trae un secreto que está deseando contar. Trabajar para la agencia Balcells, aunque sus responsabilidades sean menores, le supuso mil puntos de interés ante su hermana. Desde su niñez de lectora encamada por enfermedades ficticias, admira a las autoras y autores de los libros que han acompañado su vida. Cuando Vicent tuvo la oportunidad de conocer a algunas de esas figuras se emocionó.
Moré inventa encuentros con escritores famosos a los que rara vez ve. Una cena con García Márquez, un paseo por el Gòtic con Carmen Laforet, una anécdota graciosísima con Ana María Matute. Su despacho ni siquiera está en el mismo edificio y a él solo lo llaman cuando los principales administradores de derechos de autor están ocupados. Su hermana sabe que miente, él sabe que su hermana sabe que miente. Es un juego. No entiende por qué lo han elegido para buscar a Carvalho. Conoce a Salmorejo, puede que sea por eso. En los años noventa el comisario, retirado del servicio, montó una pequeña editorial con sede en Uruguay y le ofreció ser abogado de la marca. Le hablaron de una operación policial encubierta en la que todo era legal y acabó firmando contratos. Testaferro. Iban a pagarle cincuenta mil euros de fondos reservados sin moverse de Barcelona. No vio un euro, ni había vuelto a ver al comisario desde que en una cena le agradecieron los servicios prestados y se lamentaron por la falta de liquidez. El dinero acababa en una cuenta en Panamá.
Su hermana conoce hasta el más pequeño detalle de las vidas publicadas de Salvo Montalbano y Kostas Jaritos. Quiere saber los detalles del encuentro con los escritores Camilleri y Márkaris.
Moré se explaya al contar a Dolors los encuentros en el restaurante de la Barceloneta, hace pausas dramáticas, estira el suspense. Diserta dándose importancia, sobre los entresijos del asunto Carvalho. Se le salió la horchata por la nariz cuando Dolors dijo:
—Verás cuando le cuente a Doña Rosario que estás buscando a su Pepiño.
En una etapa hasta hoy desconocida por Moré, Dolors cuidó al ancianísimo padre de Joaquim Rigalt i Mataplana, un notario tan cercano a Pujol como para susurrarle estrategias al oído. Joaquim Rigalt i Mataplana, Quimet, fue cliente habitual de Charo desde sus tiempos de puta telefónica hasta que la hizo socia del hotelito en Andorra (te conviene, dijo Carvalho) y pudo dejar el oficio. Se convirtió en Doña Rosario al jubilarse, cerrar la boutique del puerto e instalarse en el Eixample. Fue la única persona que se dirigió a Dolors en el entierro del patriarca. Se preocupó por su situación al perder el trabajo.
—¿Qué vas a hacer ahora hija? ¿Cómo te quedas?
—Bien, no se preocupe, gracias. Me han ofrecido vender libros por las casas, ser comercial del Círculo de lectores.
—Ven a verme. Tengo una librería con chinerías y escayolas que podemos rellenar con novelas.
—¿Es lectora?
—No, es venganza.
Muchos meses repasaron juntas la revista para elegir los títulos. Dolors hacía al principio recomendaciones de amor. Doña Rosario se reía. Me cago en el amor, Dolors. Otras veces lloraba. Acabó hablando de Pepiño y de su manía de quemar libros. Era el hombre de su vida. Ella le convenció de que hiciera el cursillo de espionaje que organizó Quimet.
Al dejar atrás el piso familiar y pisar el primer bar, Moré pide un Torres quince, prende un Chiston y se deja caer por el tobogán. Al tercer coñac oye voces de alguien a su lado con quien parece ser que conversa. La camarera ecuatoriana, licenciada en historia y filosofía, embarazada, vestida con el uniforme de una franquicia, le explica mientras barre antes de cerrar, las violencias y contradicciones detrás de cualquier configuración de la modernidad capitalista. Ante ellas se puede manejar, desde una estrategia para alejar el horizonte de escasez, un ethos realista, clásico, romántico o barroco. Otro día se los desarrolla. Da por terminada su exposición, lo invita a pagar y marcharse a casa.
Moré tiene diagnóstico, medicación, episodios en los que pierde el control, voces que le gritan desde lugares en los que no hay nadie. En esos momentos lo ve todo como una inmensa red neuronal, un universo interconectado en el que cada movimiento, sonido o corriente de aire, se dirige a él con mala intención. Al callar las alucinaciones no encuentra el sitio, lo ve todo desde fuera, flota en un mecanismo de precisión fluido del que no forma parte. Entonces vuelven las voces. Sigue la luz, traspasa el umbral y pide otra copa.
Moré sale pedo del penúltimo bar con gratitud incondicional a las médicas y enfermeras del Clínic, el hospital público universitario. Unas décadas atrás la enfermedad de su hermana habría sido una sentencia de muerte.
Volver a ver a Salmorejo no ha sido agradable. Un fantasma del pasado con acceso a información restringida, las comisarías abiertas y fondos reservados, es peligroso. Antes de viajar a la capital para ver a Antonio Carpintero, otro personaje, y a Juan Madrid, otro escritor, necesita saber en qué anda metido el policía más turbio que ha conocido. Quiere hablar con el Rubio. El Rubio, rumboso y sarandunguero, el rey del Achilipú, tiene oídos en los rincones más insospechados. Le puede echar un cable.
Luis “El Rubio” sigue viviendo en Can Baró y alterna en los mismos bares, los que aguantan, desde hace casi cuarenta años. Tiene la partida en el Bar Delicias, su oficina a partir de las cinco, hora de la botifarra. Al ver entrar a Moré, el Rubio se levanta y lo abraza. Se criaron juntos en la calle y en la escuela. Al terminar Moré la puta mili el Rubio esperaba a la puerta del cuartel en un Seat Panda de segunda mano. Lo financiaron con dinero de la farmacia militar, en la que ponía el cazo todo el escalafón. Se fueron a Lisboa, “la ciudad de los espías y los héroes”. La Alfama y Mouraira, los barrios más antiguos de una ciudad anterior a Roma, fueron testigos de su particular serenata en Portugal. Era la primera vez que salían de Cataluña y para ellos aquel viaje de una semana fue lo más parecido a dar la vuelta al mundo. Al volver, a la entrada de Barcelona, les dio un piñazo un Ford Escort.
Comentarios
Publicar un comentario