Todo lo que sé sobre Pepe Carvalho (VI)
Es el primo Anselmo
VI
Tonia pasa muchas tardes en casa de la Nuri. Se hacen compañía, se cuentan sus vidas, chafardean un rato, cocinan y toman te verde. La Nuri lleva un año sin salir de casa. Podrían detenerla, llevarla a un centro de internamiento de extranjeros. Tiene que cumplir dos años de estancia, esperar que se arreglen los papeles de sus padres, los permisos de residencia, el reagrupamiento familiar. Vive en el limbo número catorce, cuarto E, en San Roque, con sus tíos. La Nuri es prima de Malik, tiene diecisiete años, habla francés, chapurrea castellano y ve telenovelas en los canales españoles. Le gustaría ir a París, graduarse en pediatría, volver a Nador con pasaporte comunitario, poner un consultorio y caminar por la orilla de la Marchica sin miedo al futuro, al rey y a la policía.
A Montalbán le dieron el premio internacional de Literatura Policíaca en Francia por “Los mares del sur”, un empujón a Carvalho hacia las estrellas. Tonia se lo regaló en francés a la Nuri que está al día de sus peripecias. Las actualizan juntas y siguen la trama como si fuera una aventura que la adolescente protagoniza por persona interpuesta. ¿Por qué quema libros el detective? La filóloga intenta dar una explicación con palabras de Montalbán: Carvalho es culto e ibérico, se venga porque la cultura no ayuda a vivir, opone vida y cultura. Hay un límite: “Llevar el juego hasta ese punto sería caer en un aculturalismo casi parafascista, exagerar los valores vitales en contra de los culturales”. El escritor confiesa que es una provocación. Su personaje quema libros de Engels para provocar a los marxistas y el Quijote para provocar a los cervantistas. La mayoría de unos y otros pican como las tencas.
Montalbán utilizó los mares del sur y la huida como columnas de su literatura. Florence Estrade lo llama su “universo simbólico, donde el deseo es sinónimo de utopía”. “Los mares del sur” es un largo poema de Pavese. Tirando de ese hilo poético y reflexivo a lo largo de veinticinco años, llegó al “fugitivo más simbólico de la modernidad”. Dedicó a Paul Gauguin un poema y una biografía: “Gauguin, la larga huida”. Diez años antes de la muerte del pintor en las islas Marquesas, enterraban en Samoa a Robert Louis Stevenson, autor de “En los mares del sur”. Escribió una versión matizada del pensamiento Carvalho: “Los libros tienen sus propios méritos, pero son anémicos sustitutos de la vida real”.
—Carvalho es tonto. Si se casara con Charo le iría mejor.
—Los detectives privados no se casan, Nuri, las mujeres de la calle tampoco y entre ellos menos. Se parecen mucho.
—Charo no hacía la calle. Además está retirada y Carvalho se quiere jubilar. Harían buena pareja. Podrían cenar pato a la naranja en la terraza y luego acurrucados en el sofá ver una película francesa con Trintignant, que le gusta a Charo.
—Las casadas tienen la terraza llena de trastos. Y no se acurrucan.
—Qué aguafiestas eres, hija. Los detectives y las mujeres de la vida hacen lo que quiera el escritor. O la escritora…Pues mira, voy a escribir una novela. Se van a casar. Tendrán salud, tres hijas, coche nuevo, dinero para vacaciones, vecinos majísimos y una casa en la Costa Azul.
—Pues no vas a vender ni una. Sin conflicto no hay historia. Como mínimo tienen que tener goteras en la cocina o un cementerio cerca.
Tonia empezó a leer las novelas de Carvalho sin seguir el orden cronológico. La primera fue “Asesinato en el comité central”, ligada al momento concreto que vivió el PCE en la transición, escrita desde dentro con humor rojinegro. Luego los dos tomos de “Milenio”. Carvalho, después de ir a la Caja de Ahorros y ver su saldo insuficiente para una jubilación tranquila, decide gastárselo, dar la vuelta al mundo con Biscuter, entregarse a la policía y acabar en la cárcel a pensión completa. Siguió con “Quinteto de Buenos Aires”; Maradona, tango, desaparecidos. Carvalho enseña el pasaporte al entrar en Argentina y el nombre impreso extraña al funcionario, no es José, es Pepe. Robinson Crusoe y Viernes, habituales en los ensayos de Montalbán como personajes de la primera novela burguesa, son asesinados. Aparece Madame Lissieux, que en “Milenio” seducirá a Biscuter y un hijo de Borges. “El laberinto griego” no transcurre en Grecia, sino entre la rambla y Poble Nou, en los tiempos del sida como sentencia de muerte. “El Balneario” hizo considerar a Tonia su vegetarianía militante, ahora menos estricta. Se permite probar las albóndigas con salsa tzatziki de su madre o los pappardelle con liebre de su padre. La silueta borrosa de Carvalho ya le resulta familiar aunque solo es descrito físicamente en “Tatuaje”, la primera novela en la que es protagonista, escrita en quince días. Empieza a conocer sus costumbres, sus gustos, sus calles, los personajes que le rodean y sus manías. Las recetas al principio la aburrían, ahora su madre y ella las cocinan y su padre se las come. Le agrada Biscuter, no tiene un mal gesto, vive en un despacho churretoso, hace la cobertura a Charo y espera que algún día a “su maestro, el señor Carvalho” se le escape un elogio a su comida. La siguiente será “La soledad del manager”.
En fiestas, con las calles petadas de compradores, ejerce de vecino malasañero el escritor más negro de la capital, Juan Madrid. El alcalde, yerno ideal del franquismo, y la presidenta de la comunidad gracias a la compra de diputados, controlan la ciudad. Haro Tecglen, el periodista madrileño más creíble del siglo XX, escribió sobre sus actitudes cristofascistas. Madrid es el paraíso del pelotazo, del saqueo de lo público y de los tecno-macarras del opus dei. Hay más grúas que palomas y más desahucios que bares. Pasaron, vaya si pasaron. Y se han quedao. A bailar sobre el ladrillo. La ciudad mesetaria de fundación árabe y memoria mora, comunera, afrancesada, republicana y roja, sigue enterrada por personajes sacados de las peores bromas históricas.
En los tugurios nocturnos, antros con luminosos a los que siempre les falla alguna letra, se mezclan aguas pestilentes. No vienen de la sierra. De día, Juan Madrid, su memoria y Moré, el abogado polaco, pasean entre Daoiz y Velarde. Hablan con frases cortas hasta que doblan por San Andrés. En Casa Camacho huele a boquerones en vinagre. Entran y piden vermú con seltz.
—Aquí somos muy realistas, muy de Galdós y Baroja. Me gustaría contar en prosa poética, sin el sonajero del que hablaba Marsé, cómo la caballería roja baja al galope por esta calle y Budionny señala con su sable el barrio de Salamanca. Pero no soy cosaco, ni ruso, ni constructivista, ni contemporáneo de Lenin. Cada uno cuenta lo que tiene delante. A mi alrededor veo los bajos fondos de Madrid cervantinos, goyescos, llenos de pícaros, majas y cabrones. Para Montalbán, un poeta, la revolución acaba con el suicidio de Maiakovski. Para mí, con la ejecución de Babel.
—Suicidios y ejecuciones. No es un final feliz.
—El final feliz es en los musicales, los detesto, me dan alergia. El caso es que tengo prisa. ¿De qué periódico dice que es usted?
—Soy abogado. Vicent Moré. Me manda Carmen Balcells. Vengo por lo de Carvalho. Acabo de estar con Toni. Dice que Carvalho no existe.
—¿Qué confianzas son esas? Antonio Carpintero, oiga.
—Hombre…hemos tomado unas cañas, tenemos un trato.
—¿Qué quiere?
—Yo otro vermú. Carmen Balcells saber de Carvalho. ¿Montalbán le contó algo sobre el detective? ¿Puede ser que se inspirará en una persona real?
—Manolo era de pocas palabras. Una cosa sí recuerdo. Me explicó que Carvalho es un apellido portugués, en gallego sería Carvallo. Creo que se lo cambió su padre, harto de ser español.
—¿Conoce algún detective portugués?
—Vivo no. Pessoa escribía novelas negras pero no terminó ninguna. Su detective debía ser un inútil. Abilio Quaresma creo que se llamaba. Para todo lo que tiene que ver con Portugal pregunto al Trini, un inspector joven y prometedor de la comisaría de Vallecas. Su madre es portuguesa. Me habló de él un escritor, Alejandro Gallo, el jefe de la policía local en Gijón. ¿Qué hora tiene?
—No tengo. Serán cerca de las dos.
—Pues encantado de hablar con usted. Hasta la próxima. Dé recuerdos a Carmen.
Moré con la frase en la boca y el vermú a medias canturrea Cabaret. No acaba bien. Mañana pasará la Nochevieja con Dolors y Vania, habrá karaoke y cava. El vuelo de vuelta es a las diez de la noche. Puede que esté paralizado el aeropuerto y coja el último tren. Tiene tiempo de comer y darse una vuelta por Vallecas.
Vázquez Montalbán insistió a finales de los noventa en el olor a gamba que impregnaba Barcelona. Los mocos invernales y un trancazo impiden a Moré captar los olores madrileños. Busca Atocha. Según las pocas nociones que tiene está cerca de Vallecas. Después de una caminata encuentra el Manzanares en el Puente de Toledo. Reconoce que se ha perdido y su seguidor no. Sube a un taxi y se planta en la puerta de la comisaría vallecana. A punto de entrar le parece poco serio preguntar por “El Trini”. Estira la americana, se peina con las manos y ajusta el nudo de la corbata. El cristal de la puerta le devuelve la imagen de alguien que ha dormido en un cajero de Caja Madrid. Respira hondo y entra como si tuviera a un cliente detenido.
—Buenas tardes. Soy abogado. Querría hablar, si es posible, con un inspector llamado Trini.
El agente evalúa la situación durante unos segundos. Observa con disgusto una gota brillando en la punta de la nariz del señor que lo ha abordado en el pasillo. Huele a vermú.
—Deme su documentación por favor.
—Desde luego. Aquí tiene. Lo primero es lo primero.
Es un error limpiarse los mocos con la manga pero el pañuelo del bolsillo haría aún peor efecto. El agente lo mira fijamente.
—¿Se encuentra usted bien?
—Estupendamente. El invierno que me ha cogido por sorpresa.
—El inspector Trinidad Ramalho no está. Si me explica lo que quiere puedo atenderle.
—Uff… Es muy largo de contar, le aburriría y no creería una palabra. Puedo darle mi número, si fuera tan amable de pasárselo al inspector le estaría muy agradecido. Dígale que me ha hablado de él Juan Madrid, el escritor. A las diez cojo un avión. ¿Podría cargar aquí el teléfono? Lo tengo sin batería.
—Un poco más abajo hay un bar. Tómese algo caliente y pregunte al camarero. Daré el aviso. Buenas tardes.
Obedece, cruza la calle, pide un carajillo y permiso para cargar el móvil. No ha comido. Mira un poster gigante del Madrid. Reconoce a Breitner, Amancio, Del Bosque, Pirri, Camacho, Santillana y Miguel Angel. Debajo del As y del servilletero, encuentra una carta plastificada y descolorida con platos combinados. Pide un siete. El dueño intenta explicarle con la mirada que llevaba pantalones cortos la última vez que sus padres sirvieron una comida. Las salchichas de Frankfurt verduzcas y las patatas fritas blandurrias le resultan familiares. El huevo frito tiene amarillos que harían vomitar a Rambo. Lo ahoga todo en kétchup y mostaza. Desde la barra observan por si fuera necesario intervenir. Para quien cena sopa de tetrabrick, empanadillas congeladas o tortilla precocinada a diario, aquello es comida casera. Cuando el pan chicloso revienta la yema se hace la oscuridad. Un pívot de tres cuerpos con la cabeza rapada, botas camperas y chupa de cuero negro cierra todo su ángulo de visión.
—Soy Trinidad Ramalho. Me han dicho que quería verme. Usted dirá.
—Vicent Moré.
—No, por favor… No me de la mano.
—Disculpe. Me sabe mal… Juan Madrid me habló de usted. Verá, vengo de Barcelona enviado por Carmen Balcells, una agente literaria muy importante. El ministro Rubalcaba puede hablarle de ella.
—Claro.
—El caso es que la interpol, supongo que lo puede comprobar, ha emitido una orden internacional de búsqueda de Pepe Carvalho, un detective privado. Desapareció en 2004. Tiene una hija en Los Ángeles, con otro apellido, que firmó el permiso. Yo me encargo de coordinar todo. El comisario Salmorejo anda detrás. Luego está Rigalt i Mataplana, un notario amigo de Pujol ¿Me sigue?
—Lo intento. Me distrae el olor a carajillo. Hágase un favor, no coma eso y váyase a dormirla.
—No se deje engañar por las apariencias, soy un prestigioso abogado y me gano muy bien la vida. Noto cierta desconfianza, joder. Compruebe, compruebe, consulte a sus superiores. Es un caso prioritario. Puede estar en riesgo la unidad de España. No es que me importe, por mi si España que españe, pero hay gente que... Mire, haré lo siguiente, voy a llamar al director general, tengo su teléfono personal. Personal. ¿Entiende?
El Trini se pasa la mano por la nuca intentando estimular su capacidad de decisión. El nota parece inofensivo. Lo estudia. Moré marca el teléfono con los dedazos como si entrara a matar. No puede negarlo, le pica la curiosidad. En la cuenca minera del Nalón, de la que procede Trinidad Ramalho Da Costa, se ha bebido mucho y más. Los alcohólicos le dan pena y ternura cuando no son violentos. A los que se ponen gallos no los aguanta. Cada cual es libre de estropear su vida como quiera, hay millones de maneras. El vaso es una de las más deprimentes. Las hay peores.
—Señor Mesquida, buenas tardes. Sí, efectivamente, Moré…No, novedades ninguna. Verá estoy en Vallecas, en la comisaría, con el inspector Trinidad. Un hombre amabilísimo. El caso es que, y yo lo entiendo, no me da credibilidad. ¿Sería tan amable de….? Sí, sería de gran ayuda. Se lo agradezco…No, no será necesario. Le paso.
Le alarga el teléfono y el Trini no lo coge. No parece dispuesto a participar en una comedia.
—Una voz al otro lado del aparato. Podría ser el obispo de Cuenca. Me está haciendo perder el tiempo.
Moré vuelve a colocarse el teléfono en la oreja.
—No quiere. Piensa que estoy haciendo broma…De acuerdo. Gracias otra vez, a su disposición.
Guarda el teléfono. Ve a un inspector joven y desconfiado, a punto de perder la paciencia. Le parece natural, la confianza no es un atributo policial. Si fuera uno de los de antes ya le habría amenazado con calzarle un guantazo. Las generaciones nacidas en democracia tienen más escrúpulos. No ha decidido todavía como clasificar al Trini. Ve en sus ojos el hartazgo. El inspector le pone el brazo en el hombro y susurra.
—Vamos a dejarlo pa prao, tengo cosas que hacer. Cuídese.
Ejemplar. Un comportamiento exquisito. Trinidad Ramalho ha pasado a su lista de inspectores favoritos. En el plato ve formas y colores. Unta y traga. El efecto es inmediato. La jornada en Madrid se le está haciendo larga. Necesita ir al váter y meditar allí. Las condiciones higiénicas del servicio son aceptables aunque tiene que pedir papel en la barra. Los clientes no le miran bien con el rollo en la mano.
Sentado y concentrado se pierde en algunos pensamientos. Lleva una vida algo desordenada, así no puede seguir. ¿Por qué no? No tiene contestación. Dolors está curada, no depende de él, no le necesita para nada. Sin padres, ni hijos, no tiene responsabilidades. Si dejara de beber y fumar viviría más tiempo. Beber o no beber. Enciende un cigarro. Fumar sano, no es. La droga es peor. ¿Qué droga es peor? El pegamento. No esnifa pegamento. Es un tanto a su favor. Podría esnifar pegamento para que el cerebro haga el helicóptero y abrasarse las vías respiratorias. Los porros dan mucho sueño. Puede fumar porros otra vez como cuando era joven y quitarse el sueño con anfetaminas. A los cocainómanos, por lo general, no hay quien les aguante, salvo que vayan borrachos, pero entonces son más borrachos que cocainómanos. El fetichismo de la mercancía también funciona con las drogas. Y el efecto placebo. La coca cola no es droga pero es peor, lo pone todo perdido de accionistas. Tiene mucho azúcar salvo que sea sin azúcar. Vender una cosa por lo que no tiene es el último grito, croquetas de pollo sin pollo. La droga sin droga es buena, no droga. Las guerras del opio no fueron por las drogas, fueron por los puertos. A los chinos les encanta el té. Tira el cigarro a la taza, se limpia ahorrando papel, aprieta el botón de la cisterna, se sube los pantalones y se lava las manos.
Al salir le miran peor que al entrar. Pide un té para saber a qué sabe. Ramalho Da Costa, en un taburete al lado de la máquina de tabaco, le observa temeroso. Puede que vuelva a intentar darle la mano.
A Trinidad Ramalho Da Costa le asaltan las ideas de Wittgenstein, el tratado lógico-filosófico, las cosas lógicamente posibles. La llamada del director general de la policía el día que ETA revienta el aeropuerto, para pedirle que colabore en la búsqueda de un personaje de ficción, le lleva al terreno de lo absurdo. Ahí no se desenvuelve con naturalidad. En la universidad no le explicaron mucho sobre el pensamiento irracional. Recuerda un dato perturbador, Wittgenstein y Hitler coincidieron en la escuela secundaria de Linz.
—Cuénteme otra vez esa historia Moré y dígame que puedo hacer por usted.
La explicación es larga. El Trini escucha imperturbable con un par de vistazos al reloj. Cuando Moré empieza a hablar en círculos y menciona la enfermedad de su hermana, le para.
—Carvalho es un apellido común en Portugal. Significa roble. Los hay por todo el mundo. Miles en España y millones en Brasil. De ahí no va a sacar nada, gallegos con raíces portuguesas hay a dolor y al revés igual. Tengo leídas las novelas de Montalbán. Tendría que consultarlo, pero su segundo apellido tiene más interés porque unas veces era Tourón y otras Larios. Mire Moré, Toni Romano conoce su trabajo. Si no encontró nada es muy posible que no haya nada. Tenemos Madrid boca abajo buscando a los que han volado el aeropuerto. Gente real, con asesinatos de verdad y que pueden estar en este barrio. No puedo ayudarle.
—Entiendo Ramalho, entiendo. No le molesto más, siento haberle hecho perder el tiempo, muchas gracias…Ah, joder, ¿conoce a ese señor al volante del coche negro en la acera de enfrente?
Del Audi baja, al segundo intento, el comisario Salmorejo. Dirige sus pasos disparejos hacía el bar. Entra con una sonrisa que parece una disfunción. Se acomoda en la barra.
— Puede marcharse Ramalho. Yo me ocupo de Moré.
El Trini no se mueve. Salmorejo no es su jefe. No tiene que darle permiso ni órdenes para irse o quedarse. No le gusta que conozca su apellido.
—¿Le ha contado aquí el amigo que está buscando a un personaje de novela y tal?
Moré enciende un pitillo. Da una calada honda y bosteza. Se pasa la mano por la cara antes de hablar.
—Hablábamos del Madrid ye-yé. ¿Sabe el ministro que estás aquí? ¿Le llamo?
—Creí que lo de Ramalho era el boxeo. Deja tranquilo al ministro que bastante tendrá que hacer. Llevas un día muy entretenido, abogado. No encuentras nada ¿eh? Te voy a dar una primicia, tu jefa te va a despedir por inútil. Llevas meses gastando pasta y lo único que sabes es que Carvalho es un apellido portugués. Tengo unos cuantos videos tuyos mamao perdido haciendo el ridículo. Con eso, las facturas que pasas a la agencia por no hacer nada y el cheque que le has dao hoy al Toni, te vas a tomar por culo.
Moré se dirige a Ramalho que asiste a la conversación como a un partido de tenis en pista lenta.
—Éste presume de comisario pero es técnico de sonido. Lo graba todo. Me parece que Carvalho está a punto de aparecer, Salmorejo. Lo vas a encontrar tú, tendrá un informe sobre Pujol redactado por ti y se lo darás a tus periodistas. Luego, volverá a desaparecer. Lo sé yo, lo sabe mi jefa, lo sabe el ministro, lo saben en la Generalitat y lo saben en los cuarenta principales.
—Qué listos sois. El caso es que no van por ahí los tiros, abogado. ¿Has leído Masa y poder? No, tú sólo lees el Mundo Deportivo y tal. Tengo contactos en la CIA, esos si saben cómo funciona el poder. Los informes que necesito me los darán ellos. Tienen ficha de Carvalho desde que era comunista y se llamaba Ventura.
—Contactos en la CIA. Venga, Salmorejo que nos conocemos, joder. Mandas que me vigilen, ¿Para qué? Tienes menos que yo. Tus fuentes de información son el Google y los seguratas de los puticlubs que habéis montado.
—Me subestimas Moré, no trabajo sólo. Lo digo por tu bien, podemos colaborar, no seas cabezón. ¿A ti que más te da?
El Trini se hace una composición de lugar. Salmorejo va por libre. Monta negocios privados para recoger información. La información, fuera de los cauces oficiales, sirve para comerciar o chantajear. Moré no conoce el juego y anda a tientas. Busca a Carvalho por encargo y no parece que tenga mucho que ganar ni que perder. Se reconcilia con Wittgenstein. El pensamiento es lenguaje y el lenguaje tiene una gramática. Los enunciados del comisario son todos dudosos, su gramática es parda. Nombrar objetos no es inocente, incluye la semiótica. En una conversación de unos pocos minutos el comisario ha desvelado varios delitos. Le acaba de conocer, aunque le había visto antes, y ya le cae gordo. Trinidad Ramalho Da Costa se levanta. Desde las alturas mira al comisario. Se despide de Moré con un apretón de manos.
—Le mantendré informado de lo que me ha pedido. Le llamaré.
Salmorejo rumia más que masca algo que lleva en la boca. Niega con la cabeza. Ramalhito, Ramalhito.
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