Caldo de Carvalho (VII) Esos ángeles...
Esos ángeles...
VII
Biscuter corría con los gastos, se ocupaba de la logística y el triunvirato tomaba las decisiones. No daba órdenes ni nada parecido, se limitaba a financiar y cocinar. Confíaba más en las mujeres que en los hombres, incluído él. Primero Charo después, el jefe. La decisión de Mari Luz dolió. No podían, ni querían, hablar de ello. Se enteraron tarde y mal. No llegó al encuentro programado en Paros. Había muerto en la Barceloneta, en abril. Dejó una maleta con ropa, el pasaporte falso y unos dibujos a lápiz. Maruja la sabia, sabía. Marieta quiso saber. Charo lo acabaría sabiendo. Tonia nunca supo, ni sabrá. Aquella noche todo se torció. Dentro de su cabeza estaba sola. No quería seguir huyendo. La medicación no le hacía efecto. Los huesos aspiraban hacia dentro. Había cumplido los compromisos, no debía nada a nadie. Maruja no es amiga de la compasión, nolo era Mari Luz. Ni de sentimentalismos, propone un brindis rebelde. Biscuter hierve un homenaje, sopa negra. Siguen adelante.
PARA ENTREGAR EN MANO AL COMISARIO MONTALBANO
Remitente: Nino Castellano Belmont, Bronx NYC.
Queridísimo Salvo mi nombre no te dirá nada. Quedan muy pocas personas vivas en Sicilia que puedan darte señas sobre mí y todas tienen más de noventa años. Hace tiempo que me retiré, no me quedan amigos ni enemigos, nadie puede hacerme mal. Mi vida en EEUU no ha sido plácida, tampoco me quejo. Formé una familia, me gané bien la vida y he llegado a viejo. Se lo debo a tu abuelo. Me escondió en su casa cuando era un huérfano sentenciado a muerte por mi apellido. Hizo posible mi llegada a Nueva York con ocho años, veinte dólares y una carta para la honorable familia genovesa que me acogió y me dio un futuro. Nadie hizo nunca tanto por mí. No pude agradecérselo. Conservé desde que salí de Catania una medalla de plata con la imagen de Santa Águeda y la fecha grabada de mi partida. Me la puso al cuello tu abuelo y se quedó con otra igual. Me dijo que si algún día volvíamos a cruzar nuestros caminos serviría para identificarnos. La envío como prueba por si te surgieran dudas de la autenticidad de esta carta. Estoy casi ciego, pero no sordo. Oí tu apellido, común en nuestra tierra, y quise saber quien eras. La sorpresa fue muy agradable. Me alegra, no sabes cuánto, que seas un funcionario honesto y que hayas podido evitar depender de las familias. En memoria de tu apellido y de tu abuelo quiero hacer algo por ti. No será suficiente para pagar la deuda. Sé que estuviste en Barcelona y lo que fuiste a hacer allí. Carvalho trabajó para la CIA, eso ya lo sabes, en los años de Kennedy. Lo conocí en el Flamingo de Las Vegas en 1962. Me lo presentó Sinatra como uno de los guardaespaldas del presidente. Los de la CIA y los cubanos de Miami decían que un excomunista gallego podía ser muy útil contra Fidel. Me encargaron pegarme a él para descartar que fuera un topo de los soviéticos. Nos hicimos grandes amigos. Me descubrió los secretos de la calderada gallega y el rabo de buey y te aseguro que se le saltaban las lágrimas con mis arancini. Meyer Lansky, socio del Flamingo, el primer gran hotel-casino de Nevada, el único estado donde el juego era legal en Norteamérica, aún soñaba con recuperar el Habana Riviera de Cuba, en el que había invertido millones de dólares, y los demás hoteles y casinos cerrados por la revolución en los que tenía un porcentaje. Idearon un plan para introducir en la isla a Pepe convirtiéndolo en cantante de boleros. Fue un fracaso. Tenía muy mala relación con el ritmo. Al morir Kennedy algunas sospechas se dirigieron contra él. Decidieron borrarlo del mapa, nunca había existido. Diseñaron un pasado y una nueva identidad. Carvalho cogió los nuevos documentos, certificados de estudios, fichas médicas, pasaporte suizo y desertó. Cruzó la frontera por El Paso, Texas. En Ciudad Juárez perdieron su pista. No le culpo, yo habría hecho lo mismo. Un consejo, busca a la mujer. Una gitana portuguesa llamada María, Marieta. Estuvo en sierra Maestra con los barbudos y se infiltró en un grupo anticastrista de Florida. A primeros de los setenta viajó a España con el objetivo de matar a Batista, protegido por Franco. Hay dos personas en La Habana que pueden ayudarte. Mario Conde, un detective con vicios de escritor y Chinolope, amigo del Che Guevara, el hombre que fotografió para “Life” el cadáver de Albert Anastasia en la barbería del Hotel Park Sheraton de New York y a Santo Trafficante en en el cabaret Sans Souci de La Habana. Suerte. Que dios te bendiga.
Un rapaz con berretes sentado en la playa junto a la toalla de Montalbano, le entregó al salir del baño la carta de América sin decir una palabra. El comisario no lo había visto llegar y no lo conocía. Aseguró, después de leves presiones, llamarse Piero, tener diez años, y que un hombre en una motocicleta, con el casco puesto, le había dado diez euros por entregar el sobre. Señaló con el dedo la carretera. El motorista se dejó ver a menos de cien metros, presenció la entrega antes de alejarse sin prisas. El comisario no pudo identificar el modelo del vehículo, ni se planteó un intento de persecución. Piero muy serio se marchó andando por la arena sin prestar atención al señor mayor: No vuelvas a coger dinero de extraños o te detendré, llamaré a tus padres y acabarás en prisión el resto de tu vida entre asesinos y maestros. Piero volvió la cara sin detenerse dedicándole su mejor repertorio de muecas.
Las cuartillas escritas a mano con una caligrafía excelente le produjeron una mezcla de inquietud, orgullo familiar y dudas. Examinó la medalla, la había visto antes. Ni su padre ni su madre viven para contestar preguntas. El apellido no es desconocido. Ha leído las novelas de Leonardo Padura y Mario Conde, expolicía, es su otro yo. Viajar a Cuba en busca de Mario Conde y un fotógrafo, que tal vez puedan ponerlo en la pista de una anciana relacionada con Carvalho cuarenta años antes, no es viable. Puede rastrear el apellido en la isla, preguntar a los viejos por Nino Castellano, lo demás queda fuera de su alcance. Copia la carta eliminando la parte más personal y la envía a la agencia de Carmen Balcells.
Tonia ya sabe que Carvalho le pegó un tiro mortal a Jordi Anfruns, un sociólogo psicópata, en “El hombre de mi vida”. Es el asesinato que lo lleva a la cárcel. Se entregó. Carvalho en el módulo, en el patio, en el chabolo, en las duchas, en el comedor. Carvalho definitivamente alejado de Charo, de Biscuter. Carvalho renunciando a ser el viajero que huye y a los mares del sur.
Tonia acude con preguntas a Machado cuando se encuentra perdida. El profesor poeta pasó la primera noche del exilio en un vagón sin uso, en una vía muerta de la estación de Cerbere.
A dos horas de Barcelona, en su tumba, Tonia deja todos los años una nota. Esta vez ha ido sola. Una pregunta a Don Antonio: ¿Existen los personajes? Mira la lápida conmemorativa, el buzón lleno. Al oír el canto de los pájaros recuerda que veinte años después de la muerte del poeta, Pau Casals llegó con su cello un día frío, a tocar para él.
En la pequeña playa de Colliure, con los zapatos en la mano y los pies en el agua de la orilla, suena el móvil. No es Don Antonio, es de la agencia. Tiene la tentación de tirarlo al mar. Es Moré.
Traducir la carta enviada por Salvo Montalbano le llevó media hora. Abre un mundo; ancianos italianos, cantantes, agentes de inteligencia, mujeres preparadas para matar, revolucionarios, gánsteres, y santa Águeda, la patrona de Catania.
El sábado a primera hora Tonia entra en la librería. La librera prepara una salsa en un fogón pequeño. Interrumpe el guiso y se quita el delantal mientras saluda, intrigada por las gafas oscuras de la joven en un día con cielo color panza de burro. Paco se levanta del escritorio y abre los brazos.
—Mi clienta favorita. Me alegro de verte. Los sábados traemos mejillones del mercado. No están hechos todavía ¿Quieres un vino? Es tinto sangriento.
—Hola, si es joven sí. Huele bien.
—¿Cómo vas con la lectura? ¿Te gusta lo de Carvalho?
Tonia prueba el vino antes de contestar.
—Carvalho va perfecto para mi metabolismo sentimental. Pondría alguna pega a la temperatura de este vino, demasiado alta. Resalta lo dulce y el sabor a alcohol. El tinto no debe beberse frío, pero sí más fresco cuanto más joven. De todas formas no me gusta el vino.
Paco intenta procesar la frase. La joven parece víctima de una sobredosis de detective gallego. La librera no quita ojo a la joven que habla como un personaje de novela.
—¿Has leído todo?
—Sí. ¿Conoce a Mario Conde?
Paco termina su vaso de un trago. Tonia pregunta por sorpresa como los policías veteranos.
—Claro, coincidí con Padura en Gijón al final de los ochenta.
Enciende el disco duro mental. Leonardo Padura, escritor, cubano, admirador de J.D Salinger, licenciado en literatura, periodista, bebedor y fumador, aficionado a la pelota, el beisbol. Mario Conde, personaje, expolicía, aspirante a escritor, cubano, admirador de J.D Salinger, bebedor y fumador, aficionado a la pelota.
—Padura tiene en Tusquets tres novelas. Algunas anteriores, diría que dos, publicadas en Cuba.
—Me las llevo. Se está pegando la salsa de los mejillones.
Titubea Paco. Mira a Montse que reacciona y retira la sartén. Busca los libros. Se gira con “Adiós Hemingway” en la mano. Aparece otra, “Paisaje de Otoño”.
—No encuentro la que falta. Te la pido si quieres.
—De acuerdo, gracias. Ah...tomillo, falta tomillo. En la cocina con memoria es conveniente el olor antropológico.
El librero la ve salir sin reponerse, la respuesta se le ocurre tarde. Su compañera olisquea la salsa valorando la proposición. Un atracón de Carvalho en plena juventud puede afectar a la digestión. No parece grave. Si la próxima vez viene hablando con acento habanero, empezarán a preocuparse.
Malik llama por el chivato del portal y Tonia baja. Sube de paquete en la moto, van a San Roque. En el corro de vecinos, muchos de ellos amigos de Malik, circulan cervezas, pastelillos de la panadería, algún peta. Se escucha cantar al Faliyo por el parque. La Nuri, asomada a la ventana, saluda. Osorio, el voluntario, también. Es parte del paisaje. Recorre los portales, habla con los que no tienen papeles, da consejos legales. Antes de subir, Tonia escucha un rato la conversación. Malik pregunta por alguien que está a punto de salir, el Cholo, un preso habitual. Todos lo conocen. Sale en la conversación Messi, el chavalín nuevo que la rompe. Ahí pierde el interés y tira para donde la Nuri, espera novedades sobre Charo y Pepe. Va a flipar con la carta de Nueva York. Trae miel, mató y nueces. Ha leído la última: “Los mares del sur”.
—Ya nadie me llevará al sur.
La Nuri arruga la cara pidiendo explicaciones.
—Es un verso. El sur es una metáfora. Ese sitio del que no querrías volver.
—Eso no existe y no sé qué es una metáfora.
—Los fugitivos necesitan un final, una ilusión. Tu sur es París.
—Nadie me llevará a París, iré sola. Y no huyo, busco.
—Eres africana, mujer y pobre. Todo el mundo te persigue.
—No me amargues la tarde, Tonia. Ya veremos. Voy a hacer un tecito.
La jefa los ha llamado al despacho. Moré tardó cinco minutos en apuntarse al viaje a Cuba. Por una corazonada, Tonia introdujo en el buscador de WikiLeaks a Carmen Balcells. Encontró un cable de 1976.
MAY BE POSSIBLE CONTACT DONOSO THROUGH HIS LITERARY AGENT, CARMEN BALCELLS, AGENCIA LITERARIA, AVDA. GENERALISSIMO FRANCO 580, BARCELONA, PLEASE ADVISE. KISSINGER
UNCLASSIFIED
Kissinger intentando contactar con José Donoso, un escritor chileno, en pleno pinochetismo. ¿Qué interés podría tener para un secretario de estado?
La jefa, a medio retirar, está de mal café. No hay avances. Que Moré ponga en duda la existencia de Carvalho le enerva ¿Quién mató al sociólogo Anfruns?
—Pepe Carvalho es un camuflaje, detrás hay alguien. Tiene que aparecer. Seguís teniendo carta blanca pero no quiero volver a recibir videos tuyos, Moré, ni facturas de besugo y angulas. Mírame, ¿Tengo cara de idiota?
—No, Carmen. La próxima vez pido tortilla, no te preocupes. O sopa. Me encanta la sopa. Te lo agradezco mucho y, si no es mala pregunta...¿Por qué me has elegido a mí para este lío?
Carmen dejó pasar unos segundos. Se transformo en oráculo cardenalicio.
—Sé algo de editoriales. Tengo amigos en Uruguay y en Panamá. Uno me dijo literalmente que Salmorejo te recagó. Una razón para que no te dejes engatusar. ¿Por donde te llegas?
—Estoy a punto de contactar con Doña Rosario, Charo. De momento no coge el teléfono.
—Tenme informada. Quiero una llamada diaria. A la vuelta vienes con las facturas, los mojitos te los pagas tú. A la próxima estupidez, Moré, vuelves a las catacumbas. He llamado a Leonardo Padura, os recibirá. Tonia, hija… ¿Desde cuándo fumas?
Moré respira al dejar de ser objetivo de la jefa. Tonia hace girar un puro con los dedos mientras lo enciende.
—Es un Cerdán. Los hacen en Santo Domingo. ¿Quieres uno?
—Lo que me faltaba. ¿Estás bien, cariño?
—¿Preguntabas eso a Montalbán cuando encendía un cigarro?
—Contestas con otra pregunta. ¿Te estás haciendo gallega?
—Un pouquiño. Hay que medir los riesgos de fumar poco y bien, decía Montalbán, como un servicio a la supervivencia de una cultura.
Carmen arruga la frente, señala a la traductora con el dedo.
—Te estás pasando. Cuando hayas escrito miles de artículos, poemas, ensayos, novelas, prólogos, guías y recetarios, te tomaré en serio y escuchare tus comentarios. De momento o dejas de citar a Manolo todo el rato o te pido hora con el psiquiatra.
Tonia ignora el reproche, pone la espalda recta y cambia de tema.
—¿Quién te llamó en 1976 para que le pusieras en contacto con José Donoso?
—¿Me preguntas por una llamada de hace treinta años?
—¿Eres de Pontevedra? ¿Has leído “El jardín de al lado”? Es una novela de Donoso. En ella dice que el boom latinoamericano fue un invento de alguna agente oportunista y los editores catalanes.
Esa crítica la ha oído antes muchas veces. No la altera.
—No soy inventora, Tonia querida. Sí, leí esa novela. Es sobre la envidia.
—Donoso te cambia el nombre pero eres fácil de identificar.
—No te preocupes por mí, no me busca el FBI. Céntrate en Carvalho. Por cierto, a Donoso le alquilé una casa en Vallvidrera. Fue vecino de Manolo y de Carvalho.
Moré no expresa nada, ni verbal ni gestualmente. Tiene la sensación de estar perdiéndose algo. Nunca ha oído hablar del tal Donoso.
Sin la aparición de Charo para dar confirmación, la existencia de Biscuter sigue siendo imaginaria. El personaje se ha pasado la mitad de su vida haciendo la compra para el jefe en La Boquería. El mercado, nacido extramuros de la ciudad, convertido en atracción turística, tiene, o debería tener, memoria. Malik va dos veces por semana a recoger pedidos del restaurante. Lleva una descripción borrosa de Biscuter y cien pavos en el bolso para gastos. Según las indicaciones de Tonia, el tal Josep Plegamans, al que podrían conocer por cualquier alias, incluido el de Biscuter, busca material de primera, es proclive a husmear, a preguntar y al palique. Las paradas antiguas son el objetivo. Palmira i Neus venden buen marisco y llevan muchos años con el puesto abierto. Decide ir a última hora, cuando están recogiendo y los agobios son menores. No sabe por dónde empezar. Improvisa, saca una libreta. Palmi se adelanta con una caja de mejillones en las manos.
—Hola, vida, lo tuyo no está hasta mañana.
—Ya, venía por otra cosa. Quería preguntaros algo. Será solo un minuto, si no os importa.
—Venga, empieza, que termino de guardar esto en la cámara y cerramos. Te contesto yo que la Neus está con las cuentas.
—Gracias, no tardo nada. ¿Sabes quién era Manuel Vázquez Montalbán?
—Claro, corazón, Manolo, el escritor. Vino alguna vez. Miraba al pescado a los ojos. Un sol.
—¿Has leído alguno de sus libros?
Cierra el grifo de duchar nécoras, abre la cámara y contesta.
—La duda ofende. Galíndez, el Pianista, el Estrangulador…
—¿Sabes quién es Biscuter?
—No, Carvalho me cae mal, no se porta bien con Charo. Prefiero las otras novelas y los ensayos. Me gusta “Contra los gourmets”. No aguanto a los listos. No distinguen un bogavante de una sandía.
—Pero…entonces sí has oído hablar de Biscuter.
—Sí, hijo, sí. El ayudante del detective.
—¿Biscuter compraba aquí?
—No. Aquí venía a por cangrejos Elvis Presley. ¿Me estás vacilando?
—No, mujer. Verás…
Palmi se quita los guantes y se pone en jarras. Podría arrancarse con una jota.
—Es que…Tengo una amiga que quiere saber si existe Biscuter o alguien que se le parezca.
Se lava las manos. Dobla el delantal, hace ademán de ir a preguntar a la Neus. Se planta.
—Un fetillo como nacido con forceps, pequeñajo y tirillas, poco pelo, rubiajo, ojos saltones, y el cráneo aplastado. Nunca se me habría ocurrido…Sí, Pep, el Bacalao. Hace mucho que no viene. Era cocinero, o eso decía.
Malik pregunta en otros puestos. Pep el Bacalao era Pep el Bellota en La Llar Del Pernil, Pep Cabrales en la Formatgería Forés, Pep el Moras en la frutería de Laura i Marc Besora, Pep el Esparrago en Verdures Peña, Pep el Riñones en Carnissería Tere, Pep el Embuchao en Tocinería Víctor i Paqui. Mínimo común de las descripciones: exigente, amable, nervioso. Hace años que no han vuelto a verlo. Lo que Tonia le había contado de Josep Plegamans, Biscuter, coincide al cien por cien con el Pep más conocido de la Boquería. No pudieron dar ni un dato concreto para localizarlo. Ni dirección, ni amistades. Salió a la Rambla.
—Eh, morito.
Malik se giró molesto, de mala gana. Una anciana pintada a pistola chupaba un polo de limón sentada en el capó de un coche. Puede que llevara ahí más tiempo que el Liceo.
—He oído que buscas a Pep, el Chochos.
No estaba seguro de querer conocer la historia. Tonia la trataría de usted.
—Dígame, señora.
—Señorita. Me cuesta hablar, hijo.
La mirada también es un lenguaje. Aquella era fácil de traducir a pesar de las gafas de espejo.
—¿Cuánto?
—Cuanto más mejor.
Sacó veinte lereles del bolsillo. Ella los cogió con manos de madera de olivo, los dobló y los guardó en el bolso.
—Ahora nos sentamos en una terraza, me invitas a un café con ensaimada y te cuento. Eres muy guapo, niño.
Se sentaron en el bar más cercano y el camarero los miró como un mosso d’escuadra. Mantuvo la distancia por si tuvieran algo contagioso. La mujer se transformó en una niña con dudas entre lo que quedaba de polo y la llamada del bollo. Pegó el último mordisco al hielo amarillo, tiró el palito y se echó en el café los sobres de azúcar. Los suyos y los de Malik. Encendió un Fortuna y se fue a la infancia.
—El Pep me trataba bien. Cuando estaba interno con los curas, en el asilo Durán, en la Bonanova, mi madre trabajaba limpiando para una familia de las de mucho dinero. A mí me dejaba toda la mañana esperando en la calle con un cucurucho de chochos. Tenía doce años. Veía a los niños en el patio, detrás de la verja, y un día el Pep me pidió unos pocos. Pasaba más hambre que nosotras. A mi madre le dio pena y empezó a comprar dos cucuruchos. Cogimos confianza y cuando salió seguimos viéndonos. Robaba coches. Dimos algún paseo por el Tibidabo y nos traía tortilla de patatas. Mi madre le llamaba “El chochos”. Entraba y salía de la cárcel. Cuando me quedé sola y vine al chino a buscarme la vida, me ayudó. Me daba veinte duros cuando podía y me invitaba a un aguachirri. Esto de ahora sí es café. A mí los tíos me dan asco. Todos. Por mí como si revientan, pero al Pep le tenía cariño. Uno que conocía de la cárcel le dio trabajo y se quedó a vivir en su oficina. Se volvió un señor y todos los días venía al mercado. Cuando necesité mil pesetas me las dio y me traía raciones de los platos que cocinaba. Un día me dijo que se iba. Al jefe le habían metido en la trena y estaba en el paro. Tenía algo ahorrao y quería ir a Francia, a París. No he vuelto a saber de él. Estará en algún restaurante, cocinaba bien. Si lo ves, dale recuerdos de Margot.
Malik sacó otro billete azul. Al dar las gracias y mirar a la señora subiendo la Rambla, le entró urgencia por fumarse cuatro porros y desnucarse con el programa de televisión más estúpido que pudiera encontrar. No pudo, nada más sentarse en el sofá compartido del piso compartido, aparecieron Sofiane y Rubén. Necesitaban un portero solvente para jugar contra los de Frutas Juli, líderes de la liga.
Malik pasó sus primeros meses en Barcelona vendiendo un emplaste prensado de jena, leche condensada y cera, por la rambla y alrededores. En una esquina de la calle Lancaster un policía de paisano lo pilló distraído, lo enganchó del pescuezo y lo puso contra la pared echándole en la cara un aliento al ajillo. Llevaba un abrigo raído, zapatos gastados, un periódico en el bolsillo y era viejo. Menos Malik todos en el Raval lo conocían. Méndez.
Cuando Barcelona hablaba latín el inspector Méndez ya era experto en madamas, gonorreas, abortos clandestinos, sadomasoquismo, exhibicionistas, grifa y cocaína. Conocía mejor el barrio chino que el reglamento. A Malik le pegó un pescozón profesional, le quitó el material, lo tiró a una alcantarilla y le explicó que a la siguiente, se encargaría personalmente de que le dieran por el culo todos los presos de la modelo, especialmente los sifilíticos. Se marchó por la calle del Arco del Teatro en dirección a la Rambla. No había vuelto a verlo hasta hoy. Le tocó el hombro por la espalda cuando salía del restaurante. Se dirigió a él por su nombre. No recordaba habérselo dicho.
—Hombre, Malik. ¿Cuánto tiempo llevas ya en Barcelona?
—Cuatro años.
—¿Por qué buscas a Plegamans?
Méndez. Sólo oír su nombre vaciaba, y sigue vaciando, calles en las que el agua va más rápida que la luz. Méndez no será comisario, ni pasará de la escala básica. Nunca le cayó bien a sus jefes, ni a los de antes, ni a los de ahora. Vigila los urinarios desde época romana para salvaguardar la ley, el orden y el decoro. Lo suyo es pisar las calles de una Barcelona que desparece. La del Campo de la Bota, por ejemplo, con pasado de ejecuciones y presente de primavera sound y feria de Abril. Malik no cree que Tonia tuviera inconveniente en que contara la verdad y eso hizo. Biscuter, Josep Plegamans, tenía ficha policial y había pasado la mayor parte de su vida en territorio Méndez.
A Méndez, lector e investigador, vestigio de otro siglo, lo quieren jubilar. Por viejo, por testigo del pasado. Aguanta como puede a su manera; un pistolón de la guerra de Filipinas, libros, fijarse en la ropa tendida, un oído fino y la amenaza de una birria de pensión. Méndez leía a Montalbán y Montalbán a Méndez: “Las centrales de policía ni se crean ni se destruyen, simplemente repintan sus fachadas”.
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