Todo lo que sé sobre Pepe Carvalho (XVI)
Inútil escrutar tan alto cielo
XVI
La vida de Dolors ha mejorado, ya no es dependiente. La recuperación ha ido bien, puede pasear, ir al cine y al parque de los patos. Aunque ya no necesita cuidadora Vania se ocupa de compras y comidas. Sigue instalada en la habitación de su hermano, comparten el piso. Dolors se encarga de limpieza y lavadoras. La guatemalteca habla una vez a la semana con su familia de Totonicapán, en la Sierra Madre, y envía el poco dinero que puede. A Dolors, muerto su hermano, no le queda nadie. El Rubio mueve la cucharilla en el café sentado frente a ella en la cocina. Josep Guardiola revolucionó la industria del café en San Pablo Jocopilas, al sur de Totonicapán en 1891. Regresó con una fortuna a L'Aleixar, Tarragona. Dejó a su viuda capital suficiente para financiar la construcción de la Casa Milá, la Pedrera. El rubio, muy cafetero, se lo toma hirviendo. Esperaba sorprender a Dolors con su visita, la historia de Suñé sobre Carvalho, la posibilidad de encontrar a Charo. Ha llegado tarde. Charo estuvo llorando sentada en la misma silla que él ahora, una semana después de la muerte de Moré. Ha visto a Pepe tres veces en cinco años. Una relación en punto muerto. Rigalt i Mataplana está senil. Biscuter se preocupa por ella y llama a menudo para dar noticias de Pepiño. Parece que al exayudante le va bien, tiene un cochazo y chófer. El rubio se despide deprimido con dos besos. Dolors le coge de la mano y le arrastra a su habitación. Primero un beso profundo con las manos en la nuca del rubio titubeante. Segundo, desabrocharle la camisa con calma. Tercero, una noche larga y lenta. Cuarto, el rubio derretido.
Hasta Méndez ve venir curvas en la economía. Habrá más de todo, camellos, desahucios, chulos, putas, violencia, policías corruptos, muertos en los portales, niños sin desayuno, emigrantes perseguidos. Méndez ya era viejo en el crack del 29, ha visto triles de todos los colores. Visita en su despacho a la inspectora jefe Margarita García. Cómo cambian los tiempos, Méndez, qué te parece. Qué te parece, Méndez, cómo cambian los tiempos. Le parece bien, los señores y sus santos cojones se le atragantan.
— Méndez, es usted una institución. ¿No hay una estatua suya con peana en el museo de la policía?
—Ya me gustaría, ya. Me dolerían menos los pies. ¿Tiene un minuto?
—Sea breve.
—El caso del abogado Moré. Lo llevan Lifante y Contreras. El muerto buscaba a Carvalho, conocía al comisario Salmorejo y los inspectores son sus amigos. No van a encontrar nada.
La inspectora jefa se tensa. Son palabras de guerra. Coge un folio y un bolígrafo.
—Desarrolle, concreto y sintético.
—La última vez que investigué un homicidio era ministro Romanones. Me han adjudicado la muerte del Toto, un confidente de Lifante y Contreras. Le clavaron un destornillador al día siguiente del asesinato de Moré. El distrito V se ha llenado de gente preguntando por Carvalho. Han venido inspectores de Madrid, detectives, franceses y el comisario Salmorejo. Ha habido muchas quejas, no puede uno prostituirse tranquilo. En la calle no hay nadie con un motivo para quitar al Toto del medio. Tenía respaldo, abogados del centro, recursos económicos y protección policial. Me gustaría saber por qué.
Ha tomado alguna nota la inspectora Jefa García. Deja caer el bolígrafo, arruga el papel y lo encesta en la papelera.
—No trabajo en asuntos internos, siga el cauce reglamentario.
—No puedo. Cada vez que lo intento me rompo las costillas. No le enseño los moratones para no despertarle la libido.
—Se me ocurren dos preguntas, Mendez. ¿Qué he hecho yo para merecer esto? y ¿por qué a mí?
—Verá...Soy lector de Alicia Giménez Bartlett. Su personaje principal, Petra Delicado, es policía y su modelo Margarita García, inspectora jefe. Usted. Lo dice La Vanguardia. Giménez Bartlett trabaja con la agencia Balcells. Usted nació en Gijón en una familia de policías. En la semana negra, a la que no podré acudir porque si salgo de mi distrito me ataca la silicosis, habrá un especial Pepe Carvalho. Celebran los cuarenta años de su aparición.
Margarita García, inspectora jefe, se levanta, abre la puerta y pega un bocinazo revienta sonómetros.
—¡Petra!
Méndez se traslada a los coches de choque, las tómbolas y los algodones de color rosa. Reconoce una canción de Camela.
Una mañana de septiembre Maruja desayuna en la cocina. El fisio no puede venir. Pretende leer tranquila la prensa, no hay manera. Cierra la red, las redes, y abre el correo, tiene una invitación de los organizadores de la Semana Negra de Gijón. Adora esa literatura. Una característica de los escritores de novela negra, en la lectura marujiana de Manolo, el italiano, el griego o Paco González Ledesma es “la necesidad de estar deprimidos, de ver ¡oh! El horror de la vida. A los personajes todo les sale mal. Carvalho no está enamorado de la puta sino de una rubia estúpida que le pone cuernos. La única que consigue animar a su detective, Brunetti, es una mujer, Donna León”. Cree que las mujeres son mejores conocedoras de la naturaleza humana. Irá a Gijón. Tiene un mensaje de Tonia Calógero. Sí, la recuerda. Contesta. Sí, pueden verse.
José Antonio Pelayo, el Toto, tenía en la agenda del móvil pocos números de teléfono. Uno corresponde a Núñez y Vidal, un despacho de abogados en el Eixample de Barcelona. La entrada de Méndez haría saltar la alarma de incendios. Prefirió no intentarlo. Enfrente, en Calçats Torregrossa, una zapatería barata y antigua, con minúsculos escaparates polvorientos, la discreta anciana a cargo del establecimiento tuvo a bien informarle de sus dolores lumbares, lo incómodo del reuma, lo desagradecida que es su hija diseñadora en Alemania, y los vaivenes del negocio desde que lo heredó del tarambana de su padre en 1971. Aportó algunos datos útiles: Vidal es chileno, bajo, parlanchín, divorciado, maleducado y fumador. Tiene dos niñas, sus especialidades son las criptomonedas y los delitos financieros. Núñez: español, toxicómano, larguirucho, cabezón, chuleta, madridista, soltero, aficionado a las motos, a las bebidas isotónicas y lector del ABC. Éste le interesó más a Méndez, defiende a policías.
Esperó a la salida del despacho en la calle Mallorca y siguió al largo. Núñez, un hombre esbelto con planta de deportista, andaba deprisa. Salió al paseo de Gracia y a los treinta metros dobló por la calle Provenza. Ahí Méndez perdió su pista y el resuello. Al día siguiente le esperaba en la calle Provenza. En una semana consiguió el trayecto entero, setecientos metros, diez minutos andando. Núñez al salir del trabajo se dirige a diario al restaurante La Camarga, en la calle d’Aribau. Mendez decidió husmear, tirar la casa por la ventana e invitar al menú de treinta euros a la inspectora Petra Delicado.
Comer en un restaurante del centro con una mujer cúbica de aspecto saludable podría destruir su reputación labrada en baruchos, tabernas y tascorros durante decenios, provocarle una intoxicación. El inspector es un abnegado profesional, está dispuesto a jugarse la vida por el bien común y probar el envoltini de queso brie, el rissoto, el cogote de merluza y los profiteroles. Convence a Petra Delicado de que lo acompañe y se ocupe de estudiar el local, cocina, despensas, servicios, reservados, oficina. Él se centrará en el personal. Llegan pronto, hay poca gente. Se acomodan en una mesa desde la que se domina el enorme comedor principal y empiezan con un vermú y el aperitivo. Hay varias salas privadas, pequeñas y grandes, una de ellas con proyector, una terraza con mesa para doce. Predomina el color blanco, abundan flores y plantas, madera, lamparitas, cuadros absurdos y platos de colores. Pocas camareras. Petra se levanta y se dirige al servicio. La clientela que va llegando es guapísima, elegantísima, simpatiquísima y educadísima. Méndez da muestras de una reacción alérgica, le sudan las manos, le falta aire, le duele la garganta. Núñez llega a la hora calculada. Petra Delicado se sienta. Con un dedo en la boca marca silencio. Señala el centro floral y el candelabro. El inspector se da por enterado y pasa duples altos.
—Es precioso papi, me tienes que traer más veces. Me encantan los sitios discretos.
—Claro hija, claro. Cuando quieras. Tienen platos para celíacos, están en todo, da gusto. Y mira pa ahí, qué tulipanes.
Núñez ha entrado en un reservado. Méndez decide ir a lavarse las manos antes de comer. Asoma la cabeza, el abogado está acompañado de un caballero.
—Disculpen. ¿Son ustedes los de pompas fúnebres?.
Petra es, comparada con Méndez, joven y dinámica, puede encargarse de seguir al interlocutor. El inspector intercepta a un camarero que le mira con pánico.
—¿A ti no te detuve una vez por robar motos? Si dices a alguien que me has visto te pongo un tubo de escape oxidado.
—Oiga Méndez que la moto me la robaron a mi…
—Pues te aplico la propiedad conmutativa. Ni una palabra.
La descubierta en el restaurante La Camarga ha sido un éxito si descontamos la diarrea del inspector, con heces en forma de melena. Petra Delicado ha identificado en las diferentes salas a dos concejales con antecedentes, un constructor follonero en libertad vigilada, un narco de medio pelo a la espera de juicio, una cantante olvidada acusada de ser testaferro, un promotor de espectáculos inhabilitado y un delantero centro defraudador. El comensal que ha comido con el abogado Núñez, al que ha seguido la inspectora, es un detective de la agencia Norma cuatro. Se dedican a grabar las conversaciones de los reservados. En la Camarga hay más micrófonos que clientes.
La inspectora Petra Delicado está interesada en la agencia Norma Cuatro y su conexión con la policía. Grabar en La Camarga debe producir toneladas de información. Los arcaicos métodos de Méndez necesitan una actualización. Ella y el subinspector Fermín Garzón estudian los movimientos de los detectives de la agencia. Descartando las investigaciones comunes, asuntos de cuernos y divorcios, estafas a seguros, desaparecidos o espionaje industrial, lo más habitual en su rutina son los encuentros con policías. Reciben información ilegal sobre teléfonos, matrículas, movimientos de cuentas, domicilios o antecedentes. Visto el perfil de algunas de las personas objeto de seguimientos, vigilar a los abogados relacionados con el independentismo es la contraprestación. Incluye escuchas sin autorización judicial.
—¿El inspector Méndez?
—Un momento...son doce cincuenta, al café invita la casa. Niño, avisa al señor Méndez... Haga el favor de esperar, el inspector está dormido. Hay que despertarlo con una mascletá.
La descripción sonora de lo que escucha Petra Delicado no necesita mucha perspicacia. Se oye el tráfico, gritos, cafetera, cucharas, vasos, murmullo constante, risas y tacos. Un bar de los que ya no quedan, mitad monte de piedad, mitad casa de socorro, mitad comida casera de casa-cuartel. Aritmética antigua, demasiadas mitades.
—Dígame.
—Inspectora Delicado. ¿Puede dormir ahí? ¿No tiene casa?
—Vivo aquí, es un remanso de paz, un monasterio. Huele fuerte pero se acostumbra uno. Todos los años cambian el aceite de la freidora. Usted dirá.
—He trabajado algo por mi cuenta, Méndez. Los de Norma cuatro siguen a los abogados relacionados con la consulta de autodeterminación y pasan la información a algunos policías. Es muy probable que estuvieran al tanto del encuentro en el Palace de Moré con el abogado de Rigalt i Mataplana.
—¿Qué policías?
—Los clientes de Núñez y alrededores.
—¿Contreras y Lifante?
—Podría ser. No lo sabemos todavía.
La anciana envuelta en andrajos oscuros que se acercó a Tonia al salir de la pulquería con Perico el negro, la última noche en San Cristóbal, insistió en leerle la mano. La miró a los ojos y empezó a hablar en alemán.
—Te llamas Tonia, vienes de Barcelona. Calla y escucha. Soy la Mari, María, Maruja, Marieta, la gitana o la portuguesa, como más te guste. Veo tu futuro negro. Sigue mis instrucciones y podrás volver a tocar el violín. No vayas al hotel, te están esperando. Sube a ese taxi, vete directa al aeropuerto de Tuxtla Gutiérrez y sal en el primer vuelo. No necesitas saber nada más.
La traductora no demostró sorpresa. Empezó a caer una lloviznita fresca. La mujer hecha de barro podría disolverse, fluir hacia el rio por la vereda.
—...Prefiero decidir yo lo que necesito, gracias. Tengo planes para esta noche. Si es Marieta conoció a Carvalho. Él distinguía bien entre moverse y ser movido.
La portuguesa levantó la mano y el taxi se acercó. Al volante había una milpera con una brillante cola de caballo. Se bajó y abrió la puerta. Medía uno ochenta, rondaba los noventa kilos. Marieta hizo un gesto con la cabeza y se pasó al español.
—No me hables de Carvalho. Adentro. Los dos.
Una pistola negra y los empujones de la conductora borraron las dudas.
A más de dos mil kilómetros, en Culiacán, Sinaloa, el zurdo Mendieta escucha molido al psiquiatra, su único flotador de emergencia sin alcohol. Pasa la depresión con las uñas, le agrede en la memoria un cura abusador. Han desaparecido para siempre su ciudad compartida y provinciana, la invitación a un raspado por aprobar el curso, los domingos confiados en el obregonazo, cerca de La Lomita. Le queda el cine con palomitas y Coca-cola, el apartamento en la Col-Pop, la carne con papas que le deja preparada Ger para calentar en el micro, la agente Gris Toledo y el rock setentero en el estéreo. El resto de su vida es todo matazón, encobijados y fierros escupiendo plomazos. El zurdo sabe que el psiquiatra no existe, ni su pasado. Son invenciones de Elmer Mendoza, su creador, ese sí está tumbado del burro. Cada vez que suena la caballería en el celular se sobresalta. Es Belascoarán, el gallego tiene prisa. Qué onda, mi zurdo. Al pinche gallego le encanta la machaca con salsa picante, estamos en el café Miró. Bueno. Pues sí, tengo novedades. Ahorita nos vemos. En el Jetta vuelve a poner a la Credence, los chicos del Cerrito, que le acompañan desde hace semanas. Necesita guitarras fuertes para salir del sopor, rolas contundentes para subir el ánimo. Diez minutos y ya. Cerveza, nada de comer. Pueden irse, no tienen nada que temer, todo se aclaró. Uno se pasó de listo, les señaló, abrió el hocico y les pusieron en la diana. Dijo que andaban en tratos con los de Tepito para meterlos en Europa. Quieren darlos de baja unos polis desde España y tienen gente en México. Encargaron a un español fresa de Telemisa, Regulero, especialista en chayotes. Estimado Mendieta, el sobre prometido, aquí tiene. Además del agradecimiento, si me permite. ¿Dónde se ha comprado esas botas? Me gustaría llevarme un par. ¿Podría recomendarme algún poeta sinaloense? Ni modo, mi zurdo, no le diga poetas al gallego que luego me los recita a mí a traición. Pues si no es irrespeto les dejo, me esperan en Mazatlán. Un abrazo detective y que tenga suerte gallego, al volver a su país. No le esperaba nadie. Solo quería llegar a casa, apagar el celular, quitarse las botas y escuchar a oscuras el “Piece of my heart” de Janis Joplin con una cerveza helada.
El taxi se detuvo muy cerca del hotel, frente a una pizzería. Tonia lo vio sentado con otro hombre. La pistola no temblaba en la mano de la vieja.
—Lo reconoces ¿verdad? Es Regulero. El de la gorra de beisbol un asesino profesional. Han venido a por ti. Vámonos.
La mujer grande conducía muy deprisa, apuraba las marchas hasta el final. El ruido del motor, curvas, oscuridad. El coche paró a la media hora junto a un puente de piedra y la anciana mandó bajar. Les quitó los teléfonos encañonándoles.
—No sé si tu plan para esta noche era follarte a este cabrón. Toma su móvil, busca en los mensajes. Perico vendió a su hermana y vendería a su madre.
Perico se tensó. Le destensó inmediatamente la conductora de una patada en los huevos que hubiera hecho llorar al capitán América. Tonia comprobó el teléfono sin alterarse. Lo del Perico era teatro, todito puro teatro. ¿La pinche fuereña? ¿la española pendeja? Pendeja puede, española no.
—Si no es mala pregunta...¿Podrían acercarme al aeropuerto?
Perico se quedó tirado en medio de la nada con la hinchazón. El trío se dirigió al oeste. Marieta encendió un cigarrillo carraspeando y escupió el gargajo por la ventana.
—Te ha salvado la vida Elías Contreras, tenía vigilado a Perico, un chota del gober. Contreras es un insurgente zapatista que se inventó Marcos para escribir a cuatro manos con Paco Taibo la novela que no pudo hacer con Montalbán. En vez del imbécil de Carvalho intervino el idiota de Belascoarán.
—Amigos suyos, supongo.
—A Héctor Belascoarán no le conozco, he leído sus historias. A Pepe sí le conozco y no he leído sus historias. Tal para cual. Son hombres, no se les puede pedir más. Tarados.
La conductora asentía dando cabezazos de confirmación. Una luna baja apareció detrás de las nubes acompañando el recorrido y Tonia imaginó a una Marieta anterior, a un Carvalho anterior, envueltos en amores, antes, cuando todavía era posible algún misterio. Viajó sin darse cuenta a la misma luna que alumbraba la Barceloneta, a los versos de Montalbán, a un presente moribundo de Pepes y Marías...
más allá de los labios besados, silenciosos
ahora como un mundo prohibido sin lluvias,
Sin fronteras, un vasto mundo de venas
heladas, ramajes de bosques horrorosos
sin pájaros
ni estrellas
donde no cabe el miedo ni el valor.
Héctor Belascoarán Shayne le pasó al gallego “El Universal” antes de despegar. En portada con foto: un alto ejecutivo de Telemisa, Vilasio Regulero, apareció anoche colgado de una grúa en la calle Galileo de Polanco, en el DF, frente a la embajada española. Le cortaron los genitales. Mendinho no recitó nada en todo el trayecto.
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