Caldo de Carvalho (VIII) Abandonados a las puertas de las peores galaxias
Abandonados a las puertas de las peores galaxias
VIII
Joaquim Rigalt i Mataplana, Quimet, el amigo financiero de Charo y de Pujol, estuvo interesado en utilizar a Carvalho para construir una central de información semiclandestina al servicio del gobierno catalán. Así lo cuenta Montalbán en “El hombre de mi vida”. Si algo salía mal el charnego agradecido pagaría el pato. Moré llama a su vecino, el malasombra del Amores, encargado por descarte de las esquelas en “La Vanguardia”. Al Amores le colocó en el periódico por misericordia un amigo común, Francisco González Ledesma, antiguo redactor jefe, premio planeta en 1984 con “Crónica sentimental en rojo”, una historia del inspector Méndez. Moré pregunta sin preliminares después del saludo.
—¿Quién es la mano derecha de Pujol?
—A la vista y reconocido Maciá Alavedra. Es abogado. Le adjudican la paternidad del estatuto de autonomía. Lleva más de veinte años al lado de Pujol. Ya no está en política que se sepa. Dicen que fue el cerebro del pacto del Majestic que hizo presidente del gobierno al Aznar. Negoció el despliegue de los mossos y las competencias de seguridad. Ya eres mayor Vicent, podrías leer algún periódico de vez en cuando, aunque no sea el mío. ¿Qué tal está Dolors?
—Bien, mejora muy deprisa. ¿Sabes algo de Joaquim Rigalt i Mataplana?
—El notario. Dicen que es un tipo extraordinario, sobre todo los banqueros. En los monasterios lo llaman el Net, Don limpio. Pasa mucho tiempo en Andorra y tiene un único tema de conversación, Cataluña. Es íntimo de Pujol desde que hacían excursiones en pantalones cortos. Le convenció para que se tratara el tic en los ojos con una vidente de Carballino. Le trató con un huevo y una vela. Acabaron en su consulta la mujer de Pujol y media Convergencia.
Es todo lo que necesita saber, el horóscopo no le interesa. Quiere comprobar hasta dónde llega la carta blanca y la influencia de Carmen Balcells. Con membrete de la agencia y una propuesta de negocio, invita por escrito a Rigalt i Mataplana a una comida en el Palace. A Carmen le va a encantar la cuenta. Encarga a la secretaria de la agencia que localice la dirección y le pase la respuesta.
Si Biscuter está en Francia, en París, Tonia sabe quién podría encontrarlo. Si se trata de buscar cocina con acento catalán preparada por un expresidiario de Barcelona, o de llamar por teléfono a todos los restaurantes del centro y la banlieue, Tonia no ve ninguna razón, con un pequeño incentivo, para que Duluc se niegue.
Duluc visitó Le Passage, el bistró familiar de La Camarga, cuando era un zangolotino y trabajaba media jornada en el Midi Libre, un diario de Montpellier. Había terminado un reportaje en Saintes Marie de la Mer sobre la procesión anual de Sara la Kalí. Perdido en carreteras secundarias, le llamó la atención el nombre de una herejía gastronómica al leerlo escrito en la pizarra exterior. El plato estrella, una creación de Nana, mezclaba uno de los platos sagrados de la región con una palabra extranjera. Avgotaracho avec brandade de morue, câpres et miel de bruyère. En castellano manchego, con algunas variaciones: huevas de salmonete secas y saladas, atascaburras, alcaparras y miel de brezo. Desde entonces los martes, jueves y sábados iba a comer a Le Passage. Los viernes a cenar, cantar y emborracharse con Aldo. Era el mejor cliente de la casa. Se convirtió en parte de la tripulación de una barca a la deriva. Los vítores a la cocinera hacían falta, estaba al borde de la depresión. Nana veía como el colchón de ahorros desaparecía, el negocio no arrancaba, la niña necesitaba cosas y por allí no pasaban ni media docena de coches al día. Las botellas de vino con Aldo también contribuyeron a mantener la moral en el hundimiento. Duluc siempre estaba de buen humor y lo hacía contagioso. Su filosofía era sencilla y para la familia oportuna, a las penas puñalás. En el idioma de Descartes suena más filosófico. Duluc trabaja en el Instituto del Mundo Árabe de París. Tonia cree que su padre puede localizar a Duluc y Duluc puede encontrar a Biscuter.
Aldo Calógero, el padre de Tonia, lleva treinta años sin hablar con el suyo, Gaetano, viudo, lector del L’Osservatore Romano, charcutero, acérrimo de Berlusconi. Su vida consiste en gastos, ingresos, salchichas, corderos, terneras, pollos y discos de Beniamino Gigli. Aldo no quiso continuar el negocio familiar y le costó la excomunión. Gaetano no le convenció de que la carnicería familiar era el futuro más deseable del mundo. Aldo se había negado además a ser seminarista en San Miniato. Gaetano lo echó de casa con gritos, arias y juramentos cuando se enteró de que había votado a los comunistas.
Aldo recorrió Europa tocando la guitarra y cantando éxitos italianos en la calle. Se hartó de Bella Ciao, Azurro, Pregherò, Volare y Tu vuò fa l’americano. Una noche, en una cervecería del puerto de Hamburgo, llena de “marinos dispuestos a la muerte por Jean Harlow”, se encontró con Nana, la griega que le puso los pies en el suelo y le pasó la sesera por la sartén, vuelta y vuelta. Acabaron en Berlín. La ciudad no pertenecía a la república federal, tenía un estatuto especial. Se llenó de jóvenes de toda Alemania que no querían hacer el servicio militar. Al enterarse Gaetano de que Aldo trabajaba en una factoría de BMW y había nacido una niña llamada Tonia, escribió a su hijo una carta llena de perdones anunciando la intención de poner a su nombre la “Gran Carnicería Gaetano”. Aldo se compró otra guitarra. Eléctrica.
Paco Camarasa, el librero, conoce los horarios de Tonia. Hoy le está esperando agitado, con un libro en la mano, a la puerta de la librería. Tiene ojeras, está cansado, ha pasado la noche entera leyendo el material. Se le ilumina la cara al verla, grita su nombre. Tonia escucha a Amy Winehouse por los auriculares a la vez que niega con la cabeza, no, no, no. Parece que se desliza con patines. Acaba la canción a diez metros de la librería. Saluda, desconecta el cacharro. El librero emocionado pone el libro en sus manos como si estuviera prohibido.
—Tienes que leer esto, acaba de llegar. Es lo último de Andreu Martín. “El Blues del Detective Inmortal”. Aparecen Carvalho, Charo y Biscuter, aunque les cambia el nombre. Te lo regalo.
—Me encanta que me regalen. Gracias, comisario librero.
Tonia le planta dos besos. Paco rompe a bailar como si fuera La Chunga por rumbas en el Somorrostro.
—Es un homenaje a Carvalho y a Montalbán. Andreu viene a veces, un día te lo presento, era muy amigo de Manolo. Si quieres que te mire mal y te mate en el primer capítulo de su próximo libro, solo tienes que decir que la realidad supera a la ficción.
—Me lo apunto.
El Amores le ha comentado a Moré en el ascensor sus enfermedades venéreas y que la masía de Rigalt i Mataplana tiene hectáreas de viñedos, acceso privado a la playa, bodega climatizada y porche de madera del último árbol del último bosque. Los empleados hablan inglés, francés y tagalo. En 48 horas ha llegado la respuesta del notario a su invitación. El señor Rigalt i Mataplana se encuentra en el extranjero. No tiene inconveniente en enviar a alguien con plenas facultades para decidir por él.
El Palace hace chaflán entre Roger de Llúria y la Gran Vía. En el restaurante de la azotea Moré pide un cóctel de largo nombre en inglés. A la hora en punto llega el representante de Rigalt i Mataplana. Exhibe saber estar, amabilidad y bronceado. Viene de jugar al tenis. Le apetece vichisoysse. Para beber, agua mineral. Moré pide Chablis y sopa de trufa con pan de pistachos y aire de mandarina.
—He llamado a Carmen. No sabía nada de su carta. Me debe una explicación.
—No la hay. Quería contactar con alguien cercano a la inteligencia catalana.
—¿Inteligencia catalana?
No entiende Moré, con la vista en el plato, como sacan el aire a la mandarina.
—Los que preparan posibles transferencias del estado en materia de inteligencia. Los servicios secretos catalanes, el CNI de Pujol.
El señor vichisoysse prueba el agua mineral. Es de su gusto.
—No sé de qué me habla, ni de parte de quien. ¿Está bebido?
—Carmen Balcells quiere encontrar a Pepe Carvalho.
—Conozco a Carmen desde hace años, acaba de decirme que no se hace responsable de usted. Eso le deja en mal lugar...Así que busca agentes secretos catalanes y a Pepe Carvalho. Fantástico. Suerte con eso.
—¿Qué me dice de Charo? ¿Le parece fantástica?
—Soy especialista en derecho mercantil. En su carta menciona un contrato, por eso estoy aquí. Para cualquier otra cosa se ha equivocado de persona.
—Un comisario que trabaja con el CNI está muy interesado en Pujol y en Carvalho. Entre los dos está el señor Rigalt i Mataplana, Quimet, su jefe.
El tenista mercantil pide de segundo tortilla de calabacín. Moré se conforma con una becada asada con tosta de sus higaditos. Un Vega Sicilia le parece apropiado para acompañar la carne, suponiendo como supone que la becada es carne. Si no fuera carne los higaditos no serían suyos.
—¿Qué pretende Moré?
—Contactar con Carvalho.
—No se moleste, le he hecho una auditoría discreta. Es usted un insolvente. No tiene nada que aportar. No sirve para nada en nuestro modelo de negocio. No se preocupe, le diré a Carmen que ha sido una velada muy agradable y que es usted un tio formidable.
La botella de tinto está vacía. Moré se levanta para brindar con la copa en alto. Con la mano libre se baja la bragueta y mea con buena puntería la tortilla de calabacín. Salpica la camisa y los pantalones del abogado. Le da para empaparle los zapatos antes de que se levante dando gritos y llegue la seguridad del hotel.
Lo sacan a la calle a empujones después de amenazarlo en el ascensor. Se lleva un puñetazo en el esternón que lo deja sin aíre y dos rodillazos en el estómago. Lo retienen hasta que llega la policía y se lo llevan esposado. En el coche patrulla escucha la previa de un partido muy importante mañana, a las tres y media. Conoce el procedimiento, el papeleo, hay denuncia del hotel. Pasa la noche en comisaría encerrado con un cultivador de maría en el balcón y una Drag queen que de un tortazo ha convertido al islam a un bocazas. Sorprende a los compañeros de celda el delito de mear una tortilla con el agravante del calabacín. Al salir por la mañana y llegar a casa después de cruzarse con el Amores en el portal, le apetece desayunar fuerte y una ducha antes de ir a contárselo a su hermana. No lo va a reñir si lleva “El Jueves” y unos melocotones. Si Dolors ha conseguido por fin contactar con Charo todo puede ser más fácil en la próxima reunión con la jefa. No contesta al teléfono. El piso del Eixample está cerrado.
Tonia toca concentrada un rondó, el tercer movimiento de “La Trágica” de Malher. Vibra el teléfono. No es Moré, es la jefa. Lo que cuenta despacio, envuelto en frases analgésicas, tarda en procesarlo. A Moré lo han matado esta noche en su casa.
Al tanatorio, entre Sant Quintí y la ronda del Guinardó, llega Tonia con Malik a última hora. Hay compañeros de la agencia, camareros, el Amores, Dolors en silla de ruedas con Vania, su cuidadora. Tonia se presenta a la hermana de Moré y se ofrece para lo que sea necesario. No se conocían. La mujer llora angustiada apretando los dedos de Tonia, se abrazan. Frente al ataúd cerrado, de espaldas al llanto, se muerde el labio inferior. Ya no vas a Cuba, Moré.
El Peloponeso en plena ola de calor arde entero. Desde Atenas huele a quemado, hay más de setenta muertos. Kostas Jaritos aparta las llamas de su cabeza al oír al teléfono la voz de su jefe, el general de brigada Guikas. Recuerda bien al abogado bigotudo atronando el restaurante, al comisario que no estaba invitado, a la traductora joven parecida a su hija que pidió berenjena. Se lo contó a Adrianí que le planchaba los pantalones, pobre hombre, dijo. Pobre hombre. Tenía buen recuerdo de Barcelona. Ahora aparecía un lado siniestro, el cadáver de alguien con quien había compartido mantel.
Tonia también seguía, o sigue, desde una cierta distancia y con un papel de reparto, las huellas de Carvalho. Moré ya no necesita traductora, ni asistente. La posibilidad de convertirse en objetivo de alguien empieza a entrar en sus cuentas. Ahora sabe más que Moré. La historia de Andreu Martín confirma que el despacho de Carvalho y Biscuter estuvo en la plaza del teatro frente a la estatua de Pitarra. Lleva años vacío en un edificio con pasado de burdel, la casa de putas de Madame Petula, y presente de oficinas. Tonia intenta cuadrar las nuevas noticias. Charo, acusada de matar a Carvalho, entra en la cárcel y sale sin cargos. Biscuter autoinculpado, debería estar preso. Hay un pequeño problema, no hay cadaver. Para el mundo, más allá de Charo y Biscuter, su mínimo y estricto círculo de confianza, Carvalho no está ni vivo, ni muerto.
Salvo Montalbano leyó dos veces la nota fúnebre que le envió la agencia. En Sicilia y en el mundo cuando se escuchan tiros todo se complica. A la salud de Moré descorchó un vino de Pantelleria, mirando al mar. Bebió despacio y compasivo.
En la plaza Dos de Mayo, Madrid, atento por si aparece la policía, un acordeonista se queja con música. Juan Madrid recuerda vagamente al abogado Moré. Antonio Carpintero, Toni Romano, con nitidez, tenía un trato con él. No le hace gracia que maten a sus clientes. Si son inofensivos abogados que pagan bien, aunque tengan la gracia en el culo, menos. Pone diez pavos en el estuche del acordeonista llamándolo por su nombre. Pide que toque a muerto. El músico coge aire y se arranca a cantar en ruso ronco. Toni nota un gancho al hígado y baja la calle asqueado. Le duele la cabeza. Cuando se le pase no estará de mejor humor, no acostumbra a cobrar por no hacer nada. Alguien tiene que pagar la cuenta y la putada.
La historia sin confirmar de Andreu Martín, que no trabaja para Carmen Balcells, pone todo patas arriba. Los hechos: Carvalho, involucrado por Charo en un asunto menor, se complica la vida, su habilidad más contrastada, y ejecuta a unos asesinos argentinos relacionados con un banquero español. Carvalho organiza el simulacro de su muerte para evitar a la policía y desaparece. La policía culpa a Charo hasta que Biscuter confiesa ser el asesino de su jefe. Tonia no se cree nada.
Cuando llega el cante a la comisaría de Vallecas el Trini no se lo cree. La única vez que vio a Moré, discutía con Salmorejo. Nota olor a mierda y se le calienta la sangre. En Vallecas corren comentarios en voz baja sobre el comisario. Unos jóvenes ocuparon un edificio en ruinas que llevaba décadas abandonado. En una subasta compró el solar una empresa y los desalojó por la vía rápida. Un macarra habitual en follones de encargo los amenazó pistola en mano. Un inspector veterano se enteró del motivo. La empresa había pedido ayuda a un comisario especialista en favores. Hace tiempo que Ramalho ha oído hablar de los comisarios salvajes.
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