Caldo de Carvalho (XIII) Sin otra vida que el sentir del tiempo

 

 

 

                                                          


 

XIII


Despertar al patrón de la siesta con una mala noticia es peligroso. Cuando tiene la pistola en la mesita, al lado de una botella vacía de mezcal, es jugar a la ruleta rusa.

Pinche cabrón, chingue a su madre...

En México el apocalipsis bíblico es una pendejada, cuentos para niños. Ni en el antiguo ni en el nuevo testamento se menciona a los españoles a caballo o a la embajada de los EEUU. Hace siglos que los mexicanos viven el postapocalipsis todas las mañanas.

la parejita de españoles está en el DF, patrón.

Mátenlos.

¿A Belascoarán también?

A todos. Mátenlos a todos.

No se puede, patrón.

No sea culero, güey. No se va a poder. Mátenlos a chingadazos esta misma noche.

No, patrón, ni modo.

¿Por qué cabrón? ¿Para eso me despertaste?

El obispo no quiere.


Ahora qué. Despedida. Y ahora qué. Llama a casa para oír la voz de su madre, quiere tranquilizarla y que la tranquilice. En Barcelona llueve, Nana va en el autobús. No le dice que les han echado de Cuba, no cuenta la llamada de la jefa, no habla del bajón, no menciona la amenaza. Todo está bien, sí, ha comido. No, ningún problema. Hace muy bueno, la isla es preciosa. Sí, vuelve pronto. Besos. Corte. El distrito federal. Sale a la calle, la vida explota.

Mendiño está pletórico, su mujer se quiere divorciar y él también. Tonia no tiene cuerpo, ni presencia de ánimo, para soportar al filólogo recién divorciado. Mendiño quiere encontrarse con Belascoarán. El sabrá. Suerte Mendiño, hasta otra.

Tonia habla con la Nuri, le cuenta todo despacito. La Nuri sigue tachando días, Osorio sigue los trámites, pero eso ahora no importa, quiere saber cómo está, qué planes tiene. Escucha. Tonia se explica, tiene miedo y dudas, no le gusta que la empujen. Irse o quedarse, moverse o ser movida. Podría volver a casa, a la rutina agradable construída con esfuerzo, mimo y suerte. Romperla con sorpresas, fiestas y juegos. Andar en bici por Barcelona, pasar la tarde con ella de risas, picando algo rico o viendo pelis, tocar el violín sin exámenes al fondo, divagar en voz alta con Malik en la playa de Somorrostro, mientras él fuma un petardo al salir de trabajar y el humo azul los envuelve. Desayunar con su madre cuando llega cansada del hospital. Preguntar algo a su padre para que se haga un lio y se invente palabras. Tiene que buscar trabajo. No va a encontrar un chollo como el de la agencia. Podría no volver a casa, alargar el viaje, comprar un mapa e ir al sur. Le gusta el nombre de un destino a seiscientos kilómetros: Puerto Escondido.


Al obispo me lo cagan a madrazos.

No, patrón. No puede ser.

¿Ah no? ¿Por qué no?

Porque el obispo es su padre de usted, patrón.

No manches...¿Quien te dijo esa pendejada cabrón?

Su madre de usted, patrón.

¿No ves que te está dando atole con el dedo? ¡Mátenlos a todos!


Puerto Escondido, Salina Cruz, Tuxtla Gutiérrez, San Cristóbal de las Casas. Esa es la ruta de Tonia. Al sur primero, a oriente después. Toma todas las precauciones posibles para salir de la capital sin dejar rastro, taxi, autobús, tren, otro autobús, caminata. A las pocas horas de llegar a Puerto Escondido vuelve a su ser, una calma inquieta. En el hotel necesitan personal, estarían encantados de contratar a una joven políglota y ofrecen buenas condiciones. La oferta apaga demonios interiores que pronosticaban un futuro inestable. No le interesa, de momento. Es traductora, lo seguirá siendo, siempre podrá encontrar, en cualquier sitio, a alguien con la necesidad de interpretar códigos de otros.

En Puerto Escondido los turistas pasean por las calles más céntricas. Surfistas gringos a la búsqueda de olas gigantes, europeos avistadores de ballenas, nacionales con pesos, amigos de la vida nocturna. Tonia se los cruza en la Avenida del Morro, hay vuelos desde Houston y Los Ángeles. El hotel Casa Blanca, en la playa Zicatela, al otro lado de la bahía, tiene tres estrellas y ronda los cuarenta euros por noche. No escuchar el parloteo de Mendiño a todas horas, la soledad, aporta sosiego. Compra en la calle un taco y un refresco, pasea entre los puestos de comida y artesanía frente a las olas del Pacífico. Oscurece. Vuelve al hotel para acostarse pronto y salir temprano al día siguiente. La están esperando. El recepcionista añade confuso otra posibilidad a la oferta de trabajo. Una emisora nacional de radio necesita con urgencia intérpretes de alemán e italiano. Un alto directivo, el mero, mero, está en el bar, ha pagado la habitación. La respuesta es no. En segundos aparece el ejecutivo trajeado. Se dirige a ella con simpatía de plástico. Es, por lo visto y sus explicaciones, un exlocutor dinámico, reconvertido en experto modernizador de radio fórmulas caducadas. Engola la voz como si fuera a presentar una balada bien pedorra.

Qué gusto conocerte. Me llamo Vilasio Regulero, a tu disposición para lo que necesites. Me han dicho los amigos del hotel que también eres española. Yo soy de Valladolid.

No, no soy española y no me interesa el trabajo.

Mujer, no seas así, escúchame por lo menos. ¿De donde eres entonces?

De un barrio turco.

El engominado exagera la sonrisa de cartón, una interpretación muy poco convincente. Está acostumbrado a que lo atiendan y las respuestas a sus preguntas sean afirmativas.

Necesitamos una traductora. Han venido inversores europeos al superdesafío mundial del surf. La paga es buena y el trabajo fácil. Te va a encantar.

Los inversores europeos hablan inglés. Tú hablas inglés. Me voy a dormir.

Lleva un traje caro. Mira un reloj caro con gesto banal. Enciende un cigarrillo caro, con un mechero caro.

Consúltalo con la almohada. Mañana me comentas.

Tonia para en seco. Qué asqueroso. Desde que llegó a México es muy susceptible a las almohadas. Un minuto en la habitación, mochila preparada, intenta salir del hotel a la carrera. Hay vigilancia. Mantiene la calma, rebusca en la mochila. Sube al último piso y en el pasillo pega fuego al libro que tiene a mano, En el camino de Kerouac. Lo coloca entre el carrito de sábanas y las cortinas. Vuelve a su habitación. El humo empieza a oler. Gritos y carreras. Evacuación. La gente en la calle se arremolina. El fuego se extiende. Llega primero la policía, luego los bomberos. Se mezcla en el jaleo, dobla la primera esquina y corre. Deprisa, deprisa. No tarda en perderse por calles de tierra en dirección opuesta a las luces del centro. Deja a su espalda las últimas casas. Sigue, distancia, sigue, más. Es noche cerrada, no hay luna, ni oye ladrar los perros. Silencio, oscuridad, el llano en llamas. Palmeras, higuerillas y otras especies que no reconoce. Está en Arroyo Seco.

Abrió una bolsa de cacahuetes sentada en el suelo y colocó la mochila entre su espalda y los pinchos de un árbol que no sabía nombrar, un pochote. Tiene miedo, debería coger un puto avión y salir del país. Lo dijo Galeano, la vida de los nadie vale menos que la bala que los mata. En México ella es nadie, su bala es de plata. No quiere aparecer en las noticias locales. Salir de Puerto Escondido hacia Salina Cruz cuanto antes, sin ser identificada, plantea algunos inconvenientes de logística. Bebió agua de un botellín de plástico.

Al raso, sin dormir, alterada, pasó una noche húmeda y calurosa. Clareaba cuando tomó una brecha de tierra y anduvo algo más de un kilómetro hasta el cerro de la Vieja, al final de la colonia San Miguel. Se topó en un cruce de caminos solitario con un pequeño edificio de una planta pintado de azul maya: Abarrotes Baizabal. La joven que atendía la tiendita fue una bendición de los dioses prehispánicos. Tonia preguntó, se dejó aconsejar. La mamá estaba haciendo tejate, harina de maíz, granos de cacao, semillas de mamey, flor del cacao, agua fría. Le dieron una probadita. Pidió una jícara llena y unas galletas. Para el camino un itacate con botanas, aguacates y plátanos. Pudo cargar la batería del celular y conversar con las mujeres. Se explicó a fondo, tenía problemas. Si podía confiar en alguien era en aquella chica tranquila y amistosa que hablaba con voz dulce y acento cantadito. Necesitaba pasar desapercibida. La chamuca lo vio como soplar y hacer botellas para una turista morena con varo disponible que habla español. Unos pocos cambios en el peinado y la indumentaria, un par de consejos. Pasaría por mexicana. Mezclada con la gente no llamaría la atención.


¿Los mataron ya?

No, patrón. No se puede.

A la verga huevón. Pues...¿Qué pasó?

Les andan detrás unos comisarios españoles, patrón. Dice Regulero que esa bronca es suya con la embajada.

Me vale madre Regulero. Le cortan los cojones, me los ponen molidos en un taco bien picoso de chapulínes con tasajo y se lo llevan para el almuerzo al embajador. ¿Oyó lo que le digo?

No se puede patrón. No quedan chapulines.


En el Distrito Federal Mendiño no se ubica. Madrid y Barcelona, pueblitos al lado de la urbe mexicana, ya le parecen ciudades invivibles. La avenida Insurgentes que recorre en taxi, llegaría de Vigo a Pontevedra. Antes de llamar a Belascoarán quiere conocer tres rincones de la capital por sus propios medios. Por motivos profesionales la UNAM, la Universidad Autónoma de México, por razónes cinéfilas los estudios Churubusco, y en busca de arte y tranquilidad el corazón del barrio bohemio, recomendado entre risas por sus compañeros de la editorial: Tepito, donde busca hospedaje al llegar. Se vio plantado con la maleta de ruedas, en medio de los concurridos puestos de un mercadillo gigante, o tianguis en el habla local, salpicado de altarcitos del culto a la Buena Muerte. Preguntó a los transeúntes por cualquier forma de alojamiento, no encontró respuesta. En las paredes podía contemplar muestras callejeras del luminoso arte muralista mexicano, de insigne tradición y una notable eficacia expresiva. Encontró un muro con un homenaje multicolor a las Siete Cabronas, siete mujeres tepitenses relevantes, que no pudo evitar fotografiar con su flamante Leica de titanio. Un hombre de mediana edad con estimables tatuajes de influencia neocarcelaria en la cara, el cráneo rapado, el ojo derecho amoratado y una sola pierna, se ofreció a ayudarle.

Dijo conocer en un apartado callejón adyacente, a una mujer viuda y necesitada que alquilaba habitaciones a turistas confusos. No tendría inconveniente en acompañarlo. En agradecimiento Mendiño decidió invitarlo a un pitillo, a comer unos tacos de hígado que se olían cercanos y a brindar con unos vasos de tequila por su suerte y el feliz encuentro. Al hombre le seguía un perro flaco con una mirada tan inteligente que conmovió a Simón Mendiño, le recordó a su padre, una eminencia. No pudo evitar dar una conferencia a su nuevo amigo Sixto.

Has de saber Sixto, que el último rey azteca resistió más de noventa días el asedio de Hernán Cortés en Tepito. Cuauhtémoc defendió Tenochtitlan sin saber que sería el lugar de Los olvidados, Paquita la del Barrio, el Santo y…

Estás bien chistoso güero, requetesimpático. Pero ten cuidado, hay unos vatos que te traen en la mira, parecen policías.

Simón Mendiño tradujo al gallego la sugerencia y se fijó en los bultos sospechosos fuera de lugar que el chucho marcaba a treinta pasos con las orejas y el rabo de punta. Puso veinte dólares en la mano de Sixto y le dio las gracias por la prudente observación. El perro acentuó la suplicante mirada al volver junto a su dueño, el filólogo cedió. Al taco de hígado le quedaba un último bocado. Se agachó Simón, puso el pedazo en la boca del animal y aprovechó el movimiento para escabullirse, agarrado a la maleta, por debajo de un tablero con mercancía. El puesto se desmoronó, le cubrieron pantalones, bolsos y camisetas, el asunto se complicó. El perro ladró como loco a los policías, otro perro se sumo al concierto y Sixto aprovechó para empujar a Mendinho y sacarlo de plano. Apareció detrás de los puestos, en una callejuela lateral desierta. Despacito, tirando de la maleta con ruedas dejó atrás el jaleo. Consiguió llegar a una plaza de intenso color proletario y esconderse detrás de un camión con varios trabajadores acomodados en la caja. Púsose Simón recitativo y le acudieron al entendimiento unos versos de Sor Juana Inés de la Cruz:


En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?

Dejó pasar el tiempo que creyó necesario antes de incorporarse a la marea humana de la calle principal. Siguió la corriente, compró cosas. Nota poco a poco los cambios urbanísticos al cruzar la frontera de Tepito y adentrarse en el centro histórico. A los veinte minutos de acarreo llegó, sorprendido por la cercanía, al Zócalo. Ahí sí encontró donde dormir.

Instalado en su confortable habitación, cenado, duchado, bebido y fumado, Simón llamó a Héctor Belascoarán. En mala hora, las cuatro de la mañana. Belascoarán leía en su oficina “El arte de la fuga”, de Sergio Pitol, con el ojo útil lloroso por el humo del penúltimo Delicados del paquete. Buscaba una salida al trabajo de ser un solitario por correspondencia.

¿Bueno?

¿Don Héctor Belascoarán Shayne?

Acento gallego...¿Desde dónde llama? ¿Ha oído hablar de la diferencia horaria?

Sí, por supuesto. En 1884 se inventaron los husos horarios, la zona entre dos meridianos. Al ir hacía el oeste retrocedemos una hora por cada uso horario. ¿Por qué? ¿está interesado en la rotación de la tierra?

Mucho. Si no amaneciera aumentaría el caos en el DF y no me queda cocacola.

No se preocupe por eso, es imposible. Confiemos en dios.

No ha visto las obras del metro…oiga ¿ha llamado para platicar al pedo?

No. Me dio su teléfono Mario Conde. Dijo que podría ayudarme.

Belascoarán envió el cerebro en un vuelo de la Pan-Am a La Habana, recordó al expolicía, su nuevo trabajo vendiendo libros usados, la nota que había recibido y la barba del Che. Se pasó la mano por la suya.

Quieren matarlo.

Exacto. ¿Se lo ha dicho él? ¿Cómo lo sabe?

La gente siempre quiere matar a los que llaman a las cuatro de la mañana. Si me dice dónde está y es cerca, puedo matarlo yo mismo.

Estoy en el DF pero tendrá que darme en la cabeza. En Tepito me han vendido un chaleco antibalas de segunda mano de excelente calidad. Al dueño anterior, un médico que casi no lo usaba, lo envenenaron.


El libro que ha comprado Tonia para el último tramo del viaje, “Dos crímenes” de Jorge Ibarguengoitia, se hace corto. Baja del autobús de excelente humor y con hambre, en San Cristóbal de Las Casas.

Paramilitares teledirigidos por el PRI asesinaron a cuarenta y cinco indígenas en Acteal en 1997. El entonces subcomandante Marcos ya había invitado a Montalbán a visitar Chiapas. No tardó en presentarse en “La Realidad”, montando a caballo por primera vez en su vida, a través de la selva. Escribió un libro que tituló “Marcos: el señor de los espejos”. Don Vázquez Montalbán eligió a Marcos “porque forma parte de un sujeto histórico de cambio realmente existente: el globalizado frente al globalizador”. Tiene mensajes de Mendiño, no los ha leído. Tonia volverá a Barcelona con el olor de la leña en el comal, el rico chilito y los muertos vivos de Comala pululando en su cabeza. Un México literario y realista con montañas azules, puertos escondidos, rebeldes insurgentes. Protagonistas: Las mujeres morenas que cargan la historia en su espalda para hacerla avanzar por los senderos de la selva o por las calles olvidadas en las guías de las monedas fuertes. Tonia solo quiere caminar. Vagar sin norte, mezclarse, compartir unos tacos, algunas palabras y ya.


Si en Tepito no le hubieran vendido un chaleco antibalas a Mendiño ahora tendría siete agujeros. Lo cazaron a la puerta de la oficina compartida de Belascoarán, que escuchó primero el frenazo de un auto, luego la balacera y al final el acelerón de la escapada con ruido de quemar llanta. Bajó a la carrera y ahí estaba Mendiño, hecho un ovillo en la banqueta. Se reía medio pendejo con la respiración cortada, antes de vomitar y desmayarse. Al despertar en el hospital le volvió la risa tonta contando los impactos, convertidos en moratones, en el pecho y el abdomen. Ha sido un don de los dioses, repetía. Belascoarán no estaba tan optimista, es mexicano. Si el gallego era un objetivo lo seguía siendo, y en cualquier momento podrían volver a intentarlo. Si las balas no habían servido encontrarían la manera. Era urgente salir rápido y buscar un lugar seguro, algo difícil si te andan detrás con artillería. A Belascoarán le pareció mejor idea salir de la ciudad. Mendiño dolorido, sentado junto a la puerta de una cantina en el barrio de La Merced, en el que se supone que el bullicio les oculta, ha pedido vino y enchiladas de pollo. Belascoarán refresco de cola, carnes frías y mole poblano. El gabinete de crisis intenta tomar una decisión. El detective pretende enterarse de quienes son los perseguidores y el motivo de su simpatía por el gallego. Las explicaciones de Mendiño son confusas, sobre todo cuando habla con la boca llena. La historia que cuenta incluye balas de plata y un chingo de gente, policías, espías, escritores, agentes literarios, detectives desaparecidos...Prefiere Belascoarán pedir ayuda y protección. ¿Quien puede encontrar información lógica en una historia tan estrafalaria? El zurdo Mendieta. Dos billetes a Culiacán, por favor. Paga el gallego.













 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

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