Caldo de Carvalho (IV) Coplas a la muerte de mi tía Daniela
Coplas a la muerte de mi tía Daniela
IV
“El Rubio” se lleva bien con todo el mundo desde que era un chinorri diplomático, educado para evitar conflictos. No participaba en discusiones que pudieran derivar en bronca, sonreía a quien pudiera considerarse enemigo, desarmaba a los mayores más agresivos con paciencia de viejo. Alguna vez se llevó un par de hostias. Las encajaba sin aspavientos, pequeño, macizo, rápido y escurridizo. Se trabajó la confianza del vecindario y extendió sus relaciones a los alrededores. Su negocio consistía en hacer bien cualquier trabajo eventual. Ayudar aquí y allá, recados, encargos, chapuzas. Alguien cercano y de confianza, un valor escaso. Tiene una pequeña empresa dedicada al mantenimiento de fincas urbanas. No se ha hecho rico, si fuera un cabrón podría ganar mucho más. No lo es, es un hijo de puta. Su madre, la Lita, era una habitual del Chino. Se desvivió por él y lo sacó adelante como pudo. Las violencias, los desprecios, los chulos, el asco, las carencias y la rabia, se las comió con la inmensa resistencia y el estómago de hierro que su madre había educado.
—Pon una fanta pal Vicent, nene, y unas bravas. Cago en todo tío, qué bien te veo. ¿Cómo estáis por ahí, abogado? ¿La Dolors?
— Mejor, mucho mejor. Dicen que ya está fuera de peligro. La ciencia es la hostia. ¿Tú qué?
—Como siempre, en forma. El otro día estuve de juerga en la bolera con Pandiani, Kameni, Tamudo y las parientas, un descojone… Y campeones de copa. La vieja con achaques pero sana. Para Carnavales me la llevo a Cádiz de parranda a comer pescadito.
—Ole tú, a pasarlo bien. Te he traído esto. Me la regaló mi tía Daniela cuando cumplí quince años.
El Rubio sabía lo que era sin abrir la bolsa. La camiseta firmada de Marañón cuando le metieron cinco al Barça. Siempre se pedía Marañón cuando eran nanos.
—No, eso no se puede regalar. Quédatela, no seas bobo.
—Es para ti, no se hable más. Venía a pedirte un favor y me da vergüenza, joder. O la coges o me marcho.
—Qué te vas a marchar, ni marchar. Anda, tira, acaba las bravas. Vamos a dar una vuelta.
Salieron a la carretera del Carmel al ralentí. No estaban pendientes del reloj. Bajaron en dirección al Parque de las Aguas. Fumaban porros allí antes de que existiera.
—Salmorejo te puede amargar la vida, es su especialidad. Espera cualquier guarrada. Hay unos cuantos comisarios que tienen un tinglao particular y hacen lo que se les pone. No tienen que dar explicaciones.
—Lo que quiero saber es a qué juega, si es mosquetero o del Cardenal, si esto es cosa suya o un encargo.
—Es un listo como sus amigos, ya lo conoces. Compra y vende información, verdadera si la encuentra, y si no, se la inventa. Saca tajada de todo. Su punto débil son los enemigos, tiene muchos. Lo fuerte es su archivo, guarda mierda de media España. Pero tú… ¿Qué pintas en esto?
—No lo sé, creo que nada. En la agencia estaba de machaca. Con lo del Carvalho me dan mas cuartel pero desde que apareció el Salmorejo no me fio de la jefa. ¿Por qué me lo encargan a mí?
—Por que eres un tolili, Vicent. Espabila o te comen. Son gente chunga, manejan mucha pasta, cuando tú vas, ellos han vuelto tres veces. Si te la vuelve a meter doblada no te quejes. Pondré la oreja por ahí, si me entero de algo te aviso.
Se sentaron en el parque donde el Fanequita se inventaba las aventis de naves espaciales cuando era un descampado. Callados, fumaron un pitillo. Moré sabe que el Rubio se pone nervioso cuando sale Dolors en la conversación, aunque sea sin palabras. Sigue con la copla de su morena. Moré como intermediario es torpe, se le ve venir. Ni lo intenta, menuda es la Dolors. Se levanta el Rubio a tirar la colilla en la papelera y le sigue Moré. Cogen el sendero hacia la salida.
— Gracias, Luís. Te llamo cuando vayamos a celebrar lo de mi hermana. Dale un beso a tu madre de mi parte.
—Anda, anda…que no andas nada. Las gracias pa los curas, otro beso pa Dolors y vete por la sombra, gañán.
Dos preguntas rondan a Tonia mientras espera con la bici a que se abra el semáforo. ¿Por qué es importante Pepe Carvalho? ¿Qué es el pujolismo? El detective inventado por Montalbán, el escritor mismo y el president de la Generalitat durante veintitrés años, por lo visto, son personajes centrales de un tiempo en peligro inminente de extinción del que no conoce nada. Desaparecen sus paisajes físicos y mentales, sigue el ciclo de la vida, lo nuevo y lo viejo, la tradición y el progreso.
La edad de Tonia y su vida relativamente apacible, con un viaje de Chihiro particular al llegar a Barcelona a los catorce años, no le permiten el ejercicio de la nostalgia, palabra etimológicamente emparentada con el dolor. Según el diccionario tristeza y pena por ausencias o pérdidas. Para Montalbán, la censura de la memoria. El ayer y el mañana no son evocaciones para Tonia, tienen un sentido literal. Ayer empezaron las fiestas de Gracia, mañana es el último día de plazo para renovar el DNI. Hoy, un día de calima, con Carvalho atosigando su espacio mental, decide entrar en la librería de su calle. Se llama Negra y criminal, es el número cinco de la acera de enfrente.
Ha coincidido alguna vez en el Jai-Ca, un bar de la calle Ginebra, a la vuelta de la esquina, con Montse Clavé, la librera. El camarero le contó que era dibujante de comics. Paco Camarasa, el librero, es para Tonia un señor con gafas, cara de inocente de todos los cargos, sospechoso de ser sospechoso. Lo conoce aunque no es clienta habitual. Se han cruzado en la acera, se han saludado. Ha visto a los dos abrir y cerrar la librería. Un día entró a curiosear buscando algo para regalar a la Nuri. La novela negra, policial, criminal o como quieran llamarle, no es lo suyo, ignora todo sobre Pepe Carvalho. Prefiere vampiros, fantasmas, casas góticas, zombis, ciencia ficción, aventuras, viajes, terror y, sobre todo, poesía, a la que llegó vía Serrat al sur y Brassens al norte, con parada en Colliure, en la tumba de Machado, a la que peregrina, sola o acompañada, cada vez que necesita los consejos de Juan de Mairena.
Saluda a Paco, sentado en una mesa revuelta con el ordenador encendido y un lote de libros a su lado. Abstraído en cuentas imposibles de cuadrar, tarda en procesar la presencia de Tonia. Levanta las cejas, responde amistoso al saludo y le dedica toda su atención. La observa de arriba abajo, como si tuviera que hacer una descripción aséptica en una declaración jurada ante notario. La reconoce, es la violinista joven, vecina de enfrente, a la que ha visto algunas veces candar la bicicleta o bajar la basura. Intenta adivinar qué tipo de asesinato atraparía su atención, adjudicarle un título. Según los cálculos de Paco la clientela es de cinco mujeres por cada dos hombres. Sólo una de cada ocho es menor de cuarenta años.
Tonia mira las fotografías de los escritores que han pasado por la tienda, no conoce a ninguno. Paco va adjudicando nombres a las caras: Camilla Lackberg, Andreu Martín, Asa Larsson, Juan Madrid… A su espalda, Tonia nota una mirada de cosmonauta perdido en su ciudad. Al darse la vuelta se encuentra con dos ojos en una foto grande, que la observan emitiendo señales de complicidad, debajo de la frente arrugada del intelectual ante el enésimo empate de Osasuna en el Camp Nou. Dos ojos burlones que la miran desde el razonable pesimismo histórico y el necesario optimismo voluntarioso. Dos ojos que, unos segundos antes, le estaban mirando el culo. No se molesta, también se considera voyeur y culóloga. La fotografía en blanco y negro, ampliada y enmarcada, es de Montalbán en la contraportada elegida para la primera edición de “La soledad del mánager” en 1977.
Cuando Paco tenía la edad de Tonia, lectura y militancia exigían compromisos forzosos con los clásicos marxistas. Se trataba de llegar a los veinte duros de marxismo indispensables para abrir la boca en las reuniones y no caer en lo que los filósofos ortodoxos del partido llamaban “vaguedades especulativas”. Montalbán proporcionaba la coartada para poder leer a Simenon primero, o a Chandler después, sin la acusación de estar traicionando al Partido, a la revolución y a la famélica legión: “Antes que nada, se trata de afirmar que los placeres de la vida no entran en contradicción con un compromiso político de izquierda”. Un antídoto contra la beatería revolucionaria. Para Paco el comodín iniciático a jugar con las mujeres jóvenes contemporáneas, no adscritas a la hermandad negra, es Donna León, el comisario Brunetti y sus andanzas venecianas. Empieza a desarrollar una estrategia.
—¿Buscas algo concreto? ¿Te puedo ayudar?
—Eh…sí. Quería saber cuántos libros hay de Carvalho.
Ni estrategia, ni nada, la chica va directa. Le entraron ganas de abrazarla, llevarla en una alfombra voladora al carnaval de Rio, regalarle el María Moliner con dedicatoria de Marsé o su mayor tesoro, el original, firmado por doce autores, de la novela titulada como su librería, Negra y Criminal. Se contuvo. Podría ser un truco, un trabajo universitario, una broma de Flanagan, el adolescente que trabaja para Andreu Martín y Jaume Ribera.
—¿Carvalho? ¿Pepe?
— Ese, sí. El de Vázquez Montalbán.
—Claro. ¿Ya has leído alguno o es para empezar? Si es la primera vez te recomiendo…
—Los quiero todos.
—Hosti tú, vas fuerte. ¿Son para una tesis?
—No, curiosidad. Me han dicho que son divertidos.
Paco quiere bailar a lo Michael Jackson, saltar en paracaídas, beber cava a morro, cantar un corrido y cualquier cosa que se haga cuando te toca la lotería. Hace memoria mientras recopila información, cierra los ojos y los abre deprisa, no sea que desaparezca esa joven morena con los labios pintados de azul y peinada con un kiki, sobre la que descansa su recién adquirida fe en el futuro de la humanidad. Se vuelve formal.
—Pepe Carvalho tiene dieciocho novelas, unos treinta relatos y una obra de teatro. Hay también cuatro películas, dos series de televisión y Quim Aranda escribió una biografía. Están, además, los libros de cocina, unos cuantos. Ah, y existe una página con mucha información sobre Montalbán y Carvalho, vespito.net.
—¿Usted conoció a Montalbán?
Cuidado. El profesional lector de miles de interrogatorios detecta en la pregunta un interés extraliterario.
—Sí, claro. Vino una vez. Decía que su primer trabajo fue aquí, en la Barceloneta, un barrio tan pobre como el suyo pero con mar. Creo que venía a vender seguros de entierro para ayudar a su padre. Algunas veces lo hacía con amigos. Llamaban a la puerta y cuando preguntaban ¿quién es? gritaban ¡los muertos¡
—¿Y a Pujol? ¿Conoce a Pujol?
—¿Pujol?... ¿Carlos Pujol el escritor de “Los secretos de San Gervasio”? Es un profesor de literatura que situó a Sherlock Holmes en Barcelona en el año…
—No. Jordi Pujol. El expresident.
¿Cómo? ¿Una espía de Convergencia? ¿Una chiflada desorientada? ¿En qué mundo paralelo vendría el Gran Maestro de la Orden Jedi a esta humilde tienda en un rincón perdido de la vía láctea? ¿De dónde ha salido esta chica? ¿Qué quiere? Paco recordó una frase de cabecera del buen manoloísta: “La cultura de la sospecha es fundamental a la hora de enfrentarse al poder”. Se avergonzó de relacionar al poder con una joven que compra libros. Divaga…
—Pues no.…espera. Escuché en una entrevista celebrando los veinticinco años de Carvalho en canal sur, allá por el noventa y ocho, decir a Manolo en broma que después de Milenio, la última de las novelas previstas desde el inicio del proyecto, Carvalho estaría viejo para seguir siendo detective y podría ser el coordinador del Cesid de Pujol o de su sucesor, si consiguiera la transferencia de los servicios secretos y formara un Cesid catalán.
—¿Un qué?
—Cesid. Ya no existe. Ahora se llama CNI. Es el centro nacional de inteligencia. Los del espionaje.
—Me los llevo todos.
Moré es consciente, se lo ha dicho un médico por escrito, de sus trastornos paranoides. La desconfianza enfermiza es una patología que el psiquiatra relaciona con el alcohol. Hablar con el Rubio abre otras posibilidades, la desconfianza necesaria aplicable en contextos hostiles. La suspicacia en todo lo que tenga que ver con Salmorejo y su aparición inesperada es forzosa. Una cosa es tomar la medicación y otra el coñac. Una cosa es un diagnóstico y otra el Mini azul que ha visto dos veces en el mismo día, a la puerta del despacho y en la carretera del Carmel.
Llevo leído tan solo los primeros cuatro capítulos y, sin titubear, creo que son suficientes como para considerar que esto es canela fina. Toda la cosmogonía montalbaniana bien napada en un estilo propio de un montalbanólogo, carvalhófilo o qué se yo. Y ojo con la historia, apetecible y siempre capacitada para pervivir aunque sea un suicidio. Seguiré con la lectura y comentaré al final. Aunque eso sí, agradezco desde este difuso presente lo leído hasta ahora.
ResponderEliminarMuchas gracias.
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