Todo lo que sé sobre Pepe carvalho (IV)

 

 

 

                                              


                                                            Coplas  a la muerte de mi tía Daniela

 

IV

 

   La hermana convaleciente de Moré, Dolors, está feliz, fuera de peligro. Se levanta sola de la cama con esfuerzo, paciencia y unas muletas. Lleva ocho meses de congoja, quimioterapia, radioterapia, operaciones, pastillas, fisioterapia, manchas en el techo, codeína, noches en blanco, pérdida del pelo y dieta blanda. Moré, Vicent para ella, viene de visita todas las semanas. Hoy trae horchata de Figueres, “El Jueves” con “El gilipollas de la semana”, el alcalde de Madrid, en portada, y la paga de Vania, la cuidadora guatemalteca instalada en su habitación infantil, con el poster del Español pegado con celo a la pared.

   Dolors lidió con niños en los barrios más exclusivos del Londres tatcheriano y atendió ancianos en Pedralbes cuando el pujolismo aspiraba a ser eterno. Dejó atrás la casa invivible de sus padres en el carrer de Praga, para darse un garbeo por el mundo. Conoce de sobra la jerarquía de las migraciones, la escala de valores que cotiza en la vida diaria de los mestizajes perseguidos.

   En los países originarios de las mujeres cuidadoras un narcocandidato a presidente, un tirano Banderas de mercadotecnia, repite en campaña electoral una frase robada del acervo popular que explica la emigración. En su boca resulta amenazadora: “La peor comida es la poquita”.

   Vicent Moré conoce las debilidades de su melliza. Trae un aire triunfal, una noticia secreta bajo contrato de confidencialidad que está deseando contar. Trabajar para la agencia Balcells, aunque sus responsabilidades sean menores y en un papel secundario, le ha supuesto mil puntos de interés ante su hermana. Siempre le consideró un cantamañanas. Dolors, desde su niñez de lectora encamada por enfermedades ficticias, admira a muchas autoras y autores de los libros que han acompañado su vivir y sinvivir. Al enterarse de que el zascandil de Vicent tendría la oportunidad de conocer a algunas de esas figuras se emocionó como una fan de los Beatles al hacer trasbordo en Penny Lane.

   Moré exagera sus encuentros con escritores famosos a los que muy rara vez ve. Se inventó una cena donde le dijo cuatro cosas a García Márquez, un paseo por el Gòtic con Carmen Laforet colgada de su brazo y una anécdota graciosísima con Ana María Matute que se habría reído mucho de una ocurrencia suya. Su despacho ni siquiera está en el mismo edificio y a él solo le llaman cuando los principales administradores de derechos de autor están ocupados en Frankfurt negociando cantidades astronómicas. No acaba de entender por qué le han elegido para buscar a Carvalho. Conoce a Salmorejo o, mejor dicho, Salmorejo le conoce a él. En los años noventa el comisario, retirado del servicio, montó una pequeña editorial con sede en Uruguay y le ofreció ser abogado de la firma. Varios comisarios le hablaron de una operación policial encubierta y acabó de testaferro. Iban a pagarle cincuenta mil euros de fondos reservados sin moverse de Barcelona. No vio un euro, ni había vuelto a ver al comisario desde que en una cena le agradecieron los servicios prestados y se lamentaron por la falta de liquidez. El dinero salía de España y acababa en una cuenta en Panamá a nombre de las empresas de Salmorejo.

   Su hermana letraherida conoce hasta el más pequeño detalle de las vidas publicadas de Salvo Montalbano y Kostas Jaritos. Quiere saber todos los pormenores del encuentro con los escritores Camilleri y Márkaris. De Montalbán fue siempre devota, estudió en las Manolitas descalzas. Álvaro, un ex de juventud, poeta guadalajareño, militante de la poesía pura y de la guadalajarañitud, no escribió nunca por miedo a perder la pureza y la autoestima. Acabó sus angustias al aprobar las oposiciones de auxiliar administrativo. Había conocido a Montalbán una noche de copas en un acto público, se lo presentó Jaume Sisa, encargado de componer música muda para sus poemas callados. Montalbán convenció a Alvarito de que era uno de los diez mil mejores escritores, bajo palabra de honor, de todas las Castillas y la más firme promesa de la poesía del silencio.

   Moré se explaya al contar a Dolors los encuentros en el restaurante de la Barceloneta, hace pausas dramáticas para estirar el suspense. Diserta, dándose importancia, sobre los entresijos del asunto Carvalho. Se le salió la horchata por la nariz cuando Dolors dijo:

Verás cuando se lo cuente a Charo.

   Al dejar atrás el piso familiar ahora de Dolors y pisar tierra en el primer bar, pide un Torres quince, prende un Chiston y se deja caer por el tobogán. Al tercer coñac oye voces sin ecualizar de alguien a su lado con quien parece ser que conversa. La camarera ecuatoriana, licenciada en historia y filosofía, embarazada, vestida con el uniforme de una franquicia, le explica mientras barre antes de cerrar, las violencias y contradicciones detrás del estado de bienestar o cualquier otra configuración de la modernidad capitalista. Hay quien las justifica, vive de ellas, las padece, las ignora, las soporta, las aprovecha, las esquiva, las asume, las acomete o se las bebe. Ante ellas se puede manejar, desde una estrategia para alejar el horizonte de escasez, una ética realista, clásica, romántica o barroca, los cuatro ethos explicados por Bolívar Echeverría, su mejor profesor en la UNAM. Otro día se los desarrolla. Da por terminada su exposición, lo invita a pagar y marcharse a casa.

   Moré en primer tiempo de borrachera se cree un muchacho excelente. En los bajones no se soporta. Por eso le gusta el pasaje de un estado a otro, el tránsito, ni aquí, ni allí, una cierta equidistancia parecida a la imparcialidad. Su juez personal, al que recurre y protesta como buen abogado, le condena en una sala y le absuelve en otra, depende del reparto en el juzgado. La veta de fiscal, menos trabajada gracias a su exmujer, le señala con un dedo destructor. Además de sentencias tiene diagnósticos, medicación, episodios en los que pierde el control, ingresos en aislamiento, voces que le gritan desde lugares en los que no hay nadie. En esos momentos lo ve todo como una inmensa red neuronal, un universo interconectado en el que cada movimiento, sonido o corriente de aire, se dirige a él con intención de hacerle daño. Al callar las alucinaciones no encuentra el sitio, lo ve todo desde fuera, flota en un mecanismo de precisión fluido del que no forma parte. Entonces vuelven las voces. Sigue la luz, traspasa el umbral y pide otra copa.

   En una galaxia hasta hoy desconocida por Moré, Dolors cuidó al ancianísimo padre de Joaquim Rigalt i Mataplana, un notario barcelonés tan cercano a Pujol como para susurrarle estrategias al oído desde que compartieran adolescencia nacionalista y montañismo católico, o al revés. Joaquim Rigalt i Mataplana, Quimet, acusado de financiación ilegal de partidos, fue cliente habitual de Charo desde sus tiempos de puta telefónica hasta que la hizo socia de un hotelito en Andorra. Con aquel trabajo ella pudo dejar de joder, de abrirse de piernas para pagar sus gastos, y se retiró. Pasaron a ser simplemente amigos. Al volver a Barcelona, a la búsqueda de Pepe Carvalho, el hombre de su vida, la sociedad continuó con un negocio al lado de la Torre de les Arts.

   Moré sale pedo del penúltimo bar con una gratitud incondicional a las médicas y enfermeras del Clínic, el hospital público universitario, y triste porque se acaba de acordar de que una lágrima cayó en la arena y Peret no fue capaz de encontrarla. Unas décadas atrás, en aquellas casas de socorro en las que le cosieron una herida o le escayolaron un brazo, regentadas por médicos fumadores de puros y monjas alféreces, la enfermedad de su hermana habría sido una sentencia de muerte. Esperar el día de celebrar con una fideuá en el mejor restaurante de la playa, la recuperación completa de Dolors, es el progreso.

   Hace tiempo que las vidas de Moré y Salmorejo, ethos realista de comisario emprendedor, un caso de colaboración público privada, se cruzaron. Volver a verlo no ha sido una experiencia agradable. Un fantasma del pasado con agenda del movimiento, acceso a información restringida, comisarías abiertas y pistola sin registrar, es intocable. Antes de viajar a la capital para ver a Antonio Carpintero y a Juan Madrid, necesita saber en qué anda metido el policía más turbio que ha conocido. Tiene que hablar con el Rubio y su ethos barroco, una mezcla extravagante y grotesca en pugna dialéctica con la realidad y sus contradicciones, a través de la fiesta y el juego. El Rubio, rumboso y sarandunguero, el rey del Achilipú, tiene oídos en los rincones más insospechados. Le puede echar un cable.

   Luis “El Rubio” sigue viviendo en Can Baró y alterna en los mismos bares, los que aguantan, desde hace casi cuarenta años. Tiene la partida en el Bar Delicias, su oficina a partir de las cinco, hora de la botifarra. Al ver entrar a Moré, el Rubio le abraza fuerte y palmea su espalda. Los tres compañeros de mesa reclaman al jugador. Luís se los quita de encima. Pide otra ronda y paga las dos.

   Se criaron juntos en la calle y en la escuela. El Rubio esperaba a la puerta del cuartel, al terminar Moré la puta mili, en un Seat Panda de segunda mano. Lo financiaron con dinero de la farmacia militar, en la que ponía el cazo todo el escalafón del cabo al coronel. Del tirón, al terminar de cenar en casa por todo lo alto con Dolors, la única familia de Moré, se fueron a Lisboa, “la ciudad de los espías y los héroes”. Descartaron Francia por los precios y el idioma. Ilusos, creían que iban a entender el portugués. Metieron los pies en el Tajo, se bañaron en la playa Do Dafundo y patearon tambaleantes las noches de la Alfama y Mouraira, los barrios más antiguos de una ciudad anterior a Roma. Era la primera vez que salían de Cataluña y para ellos aquel viaje de una semana fue lo más parecido a dar la vuelta al mundo. Al volver, a la entrada de Barcelona, se empotraron contra un Ford Escort.

   El Rubio” se llevaba bien con todo el mundo desde que era un chinorri diplomático, educado para evitar cualquier conflicto. No participaba en discusiones que pudieran derivar en bronca, sonreía a quien pudiera considerarse enemigo, desarmaba a los mayores más agresivos con paciencia de viejo. Alguna vez se llevó un par de hostias. Las encajaba sin aspavientos, pequeño, macizo, rápido y escurridizo. Conocía a todas y a todos. Se trabajó la confianza del vecindario y extendió sus relaciones en los alrededores ampliando la zona de influencia. Su negocio consistía en hacer bien cualquier trabajo eventual que saliera del entorno. Ayudar aquí y allá, recados, encargos, chapuzas. Alguien de confianza, un valor escaso.

  Tiene una pequeña empresa dedicada al mantenimiento de fincas urbanas. No se ha hecho rico, no le interesa, eso provoca envidias. Si fuera un cabrón podría ganar mucho más. No es un cabrón, es un hijo de puta. Su madre, la Lita, se desvivió por él y lo crió como pudo. Las violencias, los desprecios, los chulos, el asco, las carencias y la rabia, se las comió solateras con la inmensa resistencia y el estómago de hierro que su madre había alimentado, soldado, pulido y abrillantado.

Pon una fanta pal Vicent, nene, y unas bravas. Cago en todo tío, qué bien te veo. ¿Cómo estáis por ahí, abogado? ¿La Dolors?

Mejor, mucho mejor. Dicen que ya está fuera de peligro. La ciencia es la hostia. ¿Tú qué?

Como siempre, de puta madre, tío. El otro día estuve de juerga en la bolera con Pandiani, Kameni, Tamudo y las parientas, un descojone… Y campeones de copa. La vieja con achaques pero en forma. Para Carnavales me la llevo a Cádiz de parranda a comer pescadito.

Te he traído esto. Me la regaló mi tía Daniela cuando cumplí quince años.

   El Rubio sabía lo que era sin abrir la bolsa. La camiseta firmada de Marañón cuando le metieron cinco al Barça. Siempre se pedía Marañón cuando eran nanos.

No, eso no se puede regalar. Son cosas familiares. Quédatela, no seas bobo.

Es para ti, no se hable más. Venía a pedirte un favor y me da vergüenza, joder. O la coges o me marcho.

Qué te vas a marchar, ni marchar. Anda, tira, acaba las bravas. Vamos a dar una vuelta.

   Salieron a la carretera del Carmel al ralentí. Nadie los perseguía ni estaban pendientes del reloj. Bajaron en dirección al Parque de las Aguas. Fumaban porros allí antes de que existiera.

Salmorejo te puede amargar la vida, es su especialidad. Puede hacer cualquier guarrada. Hay unos cuantos comisarios que tienen un tinglao particular y hacen lo que se les pone. No tienen que dar explicaciones.

Lo que quiero saber es a qué juega, si es mosquetero o del Cardenal, si va por libre o tiene respaldo.

Es un fachorro, como sus amigos. Compra y vende información, verdadera si la encuentra, y si no, se la inventa. Saca tajada de todo. Tiene ministros en la agenda. De ahí para abajo lo que quieras. Su punto débil son los enemigos, tiene muchos. Lo fuerte es su archivo, guarda mierda de media España. Pero tú… ¿Qué te juegas en esto?

No lo sé, creo que nada. En la agencia estaba de machaca. Con esto del Carvalho me dan mas cuartel pero desde que apareció el Salmorejo tampoco me fio de la jefa. ¿Por qué me lo encargan a mí?

Por que eres un tolili, Vicent. Espabila o te comen. Son gente chunga, manejan mucha pasta, cuando tú vas, ellos han vuelto tres veces. Si te la vuelve a meter doblada no te quejes. Pondré la oreja por ahí, si me entero de algo te aviso.

   Se sentaron en el parque donde el Fanequita se inventaba las aventis de naves espaciales cuando era un descampado. Callados, fumaron un pitillo. Moré sabe que el Rubio se pone nervioso cuando sale Dolors en la conversación, aunque sea sin palabras. Sigue con la copla de su morena. Moré como intermediario es torpe, se le ve venir. Ni lo intenta, menuda es la Dolors. Se levanta el Rubio a tirar la colilla en la papelera y le sigue Moré. Cogen el sendero hacia la salida. Otro abrazo.

Gracias, Luís. Te llamo cuando vayamos a celebrar lo de mi hermana. Dale un beso a tu madre de mi parte.

Anda, anda…que no andas nada. Las gracias pa los curas, otro beso pa Dolors y vete por la sombra, gañán.

   Dos preguntas rondan a Tonia mientras espera con la bici a que se abra el semáforo. ¿Por qué es importante Pepe Carvalho? ¿Qué es el pujolismo? El detective inventado por Montalbán, el escritor mismo y el president de la Generalitat durante veintitrés años, por lo visto, son personajes centrales de un tiempo en peligro inminente de extinción del que no conoce nada. Desaparecen sus paisajes físicos y mentales, sigue el ciclo de la vida realmente existente. Lo nuevo y lo viejo, lo antiguo y lo moderno, el futuro y el pasado, la tradición y el progreso, se persiguen en la rueda del hámster.

   La edad de Tonia y su vida relativamente apacible, con un viaje de Chihiro particular al llegar a Barcelona e instalarse en el carrer de Martí a los trece años, no le permiten el ejercicio de la nostalgia, palabra etimológicamente emparentada con el dolor. Según el diccionario tristeza y pena por ausencias o pérdidas. Para Montalbán, la censura de la memoria. El ayer y el mañana no son evocaciones para Tonia, tienen un sentido literal. Ayer empezaron las fiestas de Gracia, mañana es el último día de plazo para renovar el DNI. Hoy, un día de calima, con Carvalho atosigando su espacio mental, decide entrar en la librería de su calle. Se llama Negra y criminal, es el número cinco de la acera de enfrente y tiene un cartelón rojo en la puerta.

   Ha coincidido alguna vez en el Jai-Ca, un bar de la calle Ginebra, a la vuelta de la esquina, con Montse Clavé, la librera negra. El camarero le contó que era dibujante de comics. Paco Camarasa, el librero criminal, es para Tonia un señor con gafas, cara de inocente de todos los cargos, sospechoso de ser sospechoso. Le conoce aunque no es clienta habitual. Se han cruzado en la acera, se han saludado. Ha visto a los dos abrir y cerrar el portal verde. Un día entró a curiosear buscando algo para regalar a la Nuri en su cumpleaños. La novela negra, policial, criminal o como quieran llamarle, no es lo suyo, ignora todo sobre Pepe Carvalho. Prefiere vampiros, fantasmas, casas góticas, zombis, ciencia ficción, aventuras, viajes, terror y, sobre todo, poesía, a la que llegó vía Serrat al sur y Brassens al norte, con parada en Colliure, en la tumba de Machado, a la que peregrina, sola o acompañada, cada vez que necesita los consejos apócrifos de Juan de Mairena o Abel Martín, profesores de sofística y metafísica en la Escuela Popular de Sabiduría Superior.

   Saluda a Paco, sentado en una mesa revuelta con el ordenador encendido y un lote de libros a su lado. Abstraído en cuentas imposibles de cuadrar, tarda en procesar la presencia de Tonia. Levanta las cejas, responde amistoso al saludo y le dedica toda su atención. La observa de arriba abajo, como si tuviera que hacer una descripción aséptica en una declaración jurada ante notario. La reconoce, es la violinista joven, vecina de enfrente, a la que ha visto algunas veces candar la bicicleta o bajar la basura. Intenta adivinar qué tipo de asesinato atraparía su atención, adjudicarle un título. Según los cálculos de Paco, a ojo pero fiables, la clientela es de cinco mujeres por cada dos hombres. Sólo una de cada ocho es menor de cuarenta años.

   Tonia mira las fotografías de escritores famosos que han pasado por la tienda, no conoce a ninguno. Paco va adjudicando nombres a las caras: Camilla Lackberg, Andreu Martín, Asa Larsson, Juan Madrid… A su espalda Tonia nota una mirada de cosmonauta perdido en la ciudad del olvido. Al darse la vuelta se encuentra en una foto grande con dos ojos que la observan emitiendo señales de complicidad, debajo de la frente arrugada del intelectual ante el enésimo empate de Osasuna en el Camp Nou. Dos ojos burlones que la miran desde el razonable pesimismo histórico y el necesario optimismo voluntarioso. Dos ojos que, unos segundos antes, le estaban mirando el culo. No se molesta, también se considera voyeur y culóloga. Bertold Brecht en el poema “Elogio al Partido” decía: El individuo tiene dos ojos, el partido tiene mil. Eso significa que el Partido, la vanguardia, el intelectual orgánico, tenía, en los buenos tiempos de Brecht, aplicando el método científico, quinientos culos. Demasiados para Nikita Kruschev o Jrushchov o como se llame ahora, hasta que le vuelvan a cambiar el nombre. La fotografía en blanco y negro, ampliada y enmarcada, es de Montalbán, con mirada inorgánica, en la contraportada elegida para la primera edición de “La soledad del mánager” en 1977.

   Cuando Paco tenía la edad de Tonia, lectura y militancia exigían compromisos forzosos con los clásicos marxistas. Había que leer a Manuel Sacristán o a Gramsci, demostrar interés por la epistemología. Se trataba de llegar, como mínimo, a los veinte duros de marxismo indispensables para abrir la boca en las reuniones y no caer en lo que los filósofos ortodoxos del partido llamaban “vaguedades especulativas”. Montalbán, que había leído casi todo antes que sus críticos, desde la izquierda ecuménica de Triunfo proporcionaba la coartada para poder leer a Simenon primero, o a Chandler después, sin la acusación de estar traicionando al Partido, a la revolución y a la famélica legión: “Antes que nada, se trata de afirmar que los placeres de la vida no entran en contradicción con un compromiso político de izquierda”. Un antídoto contra la beatería revolucionaria. Para Paco el comodín iniciático a jugar con las mujeres jóvenes contemporáneas, no adscritas a la hermandad negra, es Donna León, el comisario Brunetti y sus andanzas venecianas. Empieza a desarrollar una estrategia.

¿Buscas algo concreto? ¿Te puedo ayudar?

Eh…sí. Quería saber cuántos libros hay de Carvalho.

   Ni estrategia, ni nada, la chica va directa. Le entraron ganas de abrazarla, llevarla en una alfombra voladora al carnaval de Rio, regalarle el María Moliner con dedicatoria de Marsé o su mayor tesoro, el original, firmado por doce autores, de la novela titulada como su librería, Negra y Criminal. Se contuvo. Podría ser un truco, un trabajo universitario, una broma de Flanagan, el adolescente que trabaja para Andreu Martín y Jaume Ribera.

¿Carvalho? ¿Pepe?

Ese, sí. El de Vázquez Montalbán.

Claro. ¿Ya has leído alguno o es para empezar? Si es la primera vez te recomiendo…

Los quiero todos.

Hosti tú, vas fuerte. ¿Son para una tesis?

No, curiosidad. Me han dicho que son divertidos.

   Paco quiere bailar a lo Michael Jackson, saltar en paracaídas, beber cava a morro, cantar un corrido y cualquier cosa que se haga cuando te toca la lotería. Hace memoria mientras recopila información, cierra los ojos y los abre deprisa, no sea que desaparezca esa joven con los labios pintados de azul y peinada con un kiki, sobre la que descansa su recién adquirida fe en el futuro de la humanidad. Se vuelve formal.

Pepe Carvalho tiene dieciocho novelas, unos treinta relatos y una obra de teatro. Hay también cuatro películas, dos series de televisión y Quim Aranda escribió una biografía. Están, además, los libros de cocina, unos cuantos. Ah, y existe una página con mucha información sobre Montalbán y Carvalho, vespito.net.

¿Usted conoció a Montalbán?

   Cuidado. El profesional lector de miles de interrogatorios detecta en la pregunta un interés extraliterario.

Sí, claro. Vino una vez. Decía que su primer trabajo fue aquí, en la Barceloneta, un barrio tan pobre como el suyo pero con mar. Creo que venía a vender seguros de entierro para ayudar a su padre. Algunas veces lo hacía con amigos. Llamaban a la puerta y cuando preguntaban ¿quién es? gritaban a la vez ¡los muertos¡

¿Y a Pujol? ¿Conoce a Pujol?

¿Pujol?... ¿Carlos Pujol el escritor de “Los secretos de San Gervasio”? Es un profesor de literatura que situó a Sherlock Holmes en Barcelona en el año…

No. Jordi Pujol. El expresident.

   ¿Cómo? ¿Una espía de Convergencia? ¿Una chiflada desorientada? ¿En qué mundo paralelo vendría el Gran Maestro de la Orden Jedi a esta humilde tienda en un rincón perdido de la vía láctea? ¿En qué cabeza cabe que un librero valenciano de la Barceloneta se codeara con alguien como Pujol? ¿De dónde ha salido esta chica? ¿Qué quiere? Paco recordó una frase de cabecera del buen manoloísta: “La cultura de la sospecha es fundamental a la hora de enfrentarse al poder”. Se avergonzó de relacionar al poder con una joven que compra libros. Divaga…

Pues no.…espera. Escuché en una entrevista celebrando los veinticinco años de Carvalho en canal sur, allá por el noventa y ocho, decir a Manolo en broma que después de Milenio, la última de las novelas previstas desde el inicio del proyecto, Carvalho estaría viejo para seguir siendo detective y podría ser el coordinador del Cesid de Pujol o de su sucesor, si consiguiera la transferencia de los servicios secretos y formara un Cesid catalán.

¿Un qué?

Cesid. Ya no existe. Ahora se llama CNI. Es el centro nacional de inteligencia. Los del espionaje.

Me los llevo todos.


   Moré es consciente, se lo ha dicho un médico por escrito, de sus trastornos paranoides. La desconfianza enfermiza es una patología, el psiquiatra lo relaciona con el alcohol. Hablar con el Rubio abre otras posibilidades, la desconfianza necesaria aplicable en contextos hostiles. La suspicacia en todo lo que tenga que ver con Salmorejo y su aparición inesperada es forzosa. Una cosa es tomar la medicación y otra el coñac. Una cosa es un diagnóstico y otra el Mini azul que ha visto dos veces en el mismo día, a la puerta del despacho y en la carretera del Carmel.

 

 

 

 

 

Comentarios

  1. Llevo leído tan solo los primeros cuatro capítulos y, sin titubear, creo que son suficientes como para considerar que esto es canela fina. Toda la cosmogonía montalbaniana bien napada en un estilo propio de un montalbanólogo, carvalhófilo o qué se yo. Y ojo con la historia, apetecible y siempre capacitada para pervivir aunque sea un suicidio. Seguiré con la lectura y comentaré al final. Aunque eso sí, agradezco desde este difuso presente lo leído hasta ahora.

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  2. Muchas gracias. Es el primer comentario y creo que se escribe para ser leído. Espero su comentario final con mucho, mucho, interés. Lo dicho mil gracias.

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