Todo lo que sé sobre Pepe Carvalho (V)

 

 

 

 

                                            


                                                                             Si te pusieran al trasluz...

 

   V 

  En las antípodas antagónicas de Barcelona, afectivas y efectivas, Antonio Carpintero, cobrador de impagados fijo discontinuo, expolicía con bigote y exboxeador, al que le jode que le llamen Toni Romano porque Carpintero, un oficio, es su apellido, y Romano un gentilicio falso y un alias, se acaba de levantar. Le duelen todos los huesos, la mayor parte de los músculos y buena parte de las vísceras identificables sin estudios de medicina. El timbre de la puerta interrumpe la preparación del café. Todavía grogui y en calzoncillos abre. Espera una visita despachable por la vía rápida.

Buenos días, Toni.

   Habla un hombre que ronda los sesenta años, uno setenta, ochenta kilos. Viste de negro, gafas ovaladas, barba de una semana, cabeza cubierta, cara de no me vengas con chorradas y mueca de no soporto las metáforas.

Si usted lo dice… ¿Nos conocemos? Me resulta familiar.

Soy tu padre.

   Toni no contesta esperando el final de la broma. Fija la mirada unos segundos en el gracioso y examina el pasillo buscando posibles acompañantes. La cafetera empieza a dar señales sonoras.

huele bien, a Colombia.

¿Vendedor de café a domicilio? ¿Representante de gorras?

Escritor. Escribo novelas de esas que llaman negras. No me va mal. Mi personaje más conocido se llama Antonio Carpintero, Toni Romano. Ahora mismo está en gayumbos hablando con un extraño. No intentes una respuesta porque suelo escribirlas yo y no tengo tiempo para un duelo de ingeniosos.

Ya… Juan Madrid. He oído hablar de ti. No te ponía cara. Pasa y pon dos desayunos en la mesa de la cocina mientras me ducho. Abundantes.

Tienes la nevera vacía, Toni.

Eres escritor, algo sabrás de madalenas.

   Huele, además de a café recién hecho, a colillas de ayer y a esencia de Malasaña. Juan se sienta en la única silla disponible y enciende un transistor Grundig de la época de Arturito Pomar. No hay ninguna emisora sintonizada y mueve el dial hasta que suena algo. Mientras busca las tazas un conocido locutor lee la nota oficial de la Generalitat valenciana sobre el accidente de metro más grave de la historia española. Cuarenta y tres muertes. Tras la cortinilla publicitaria de unos grandes almacenes, el President recuerda la mayoría absoluta que lo respalda en el parlament y alaba a sus colaboradores. Especialmente a un asiduo visitante del Vaticano, exdirector general de la policía y orgulloso miembro del opus dei.

   La visita del Papa Benedicto a Valencia ha sido todo un éxito de público. El quinto encuentro mundial de las familias, las de las víctimas del accidente a las que el President no recibe no, las otras, ha dejado bendiciones y fajos de billetes. El impacto económico en la ciudad, según su alcaldesa, ha sido muy alto. Un cagamento iba a soltar Juan Madrid cuando Antonio Carpintero salió del baño descalzo con un albornoz amarillo. Sonó el timbre.

Pero… ¿Regalo trufas o qué cojones pasa?

   Al abrir la puerta Toni rebaja el mosqueo y relaja la mala hostia. Es su vecino y amigo Juan Delforo, otro escritor. Mide casi lo mismo que Juan Madrid, pesa más o menos igual, lleva unas gafas muy parecidas, similar despeinado, incluso en el gesto coinciden. Los dos Juanes se saludaron. Juan Madrid se explicó.

Tú vecino también es un personaje mío, Toni. Lo utilizo para meter baza subjetiva en mis ficciones. Café para tres.

Algo había notado. A ver si lo he entendido bien. Tú eres el cabrón que hace que mi vida sea una mierda…Te lo agradezco, me gusta. Y Delforo escribe lo que tú dictas. Eres una especie de dios. Nosotros no existimos pero tú sí.

   Toni sirve las tazas y añade unas gotas de ginebra. Delforo parece estar intentando colocar las piezas en su cerebro. Mira de reojo a su otro yo y lo encara:

Y ahora, jugando a ser Unamuno, escribes una escena hablando con tus propios personajes. Muy pobre, señor Madrid. Decepcionante.

Te equivocas Delforo, yo no estoy escribiendo esto. A dios también lo metieron en un libro y se inventaron sus aventuras. Cualquiera puede escribir lo que le venga en gana siempre y cuando respete la legalidad vigente, especialmente los derechos de autor.

   Interviene Toni. No parece dispuesto a participar en una tertulia literaria.

Ahora mismo os vais a la puta calle los dos, a desayunar al café Gijón. Tengo cosas mejores que hacer.

   Juan Madrid y Juan Delforo se levantan al unísono. El primero toma la palabra después de apurar de un sorbo el cafelito.

No es tan fácil Toni, no he venido por gusto. Quieren contratarte. Mi agente, Carmen Balcells, ofrece cincuenta mil euros por encontrar a un detective de Barcelona desaparecido hace tres años.

   Cincuenta mil pavos es mucho dinero. Toni se toca la nariz con el pulgar y mueve el cuello hacia los dos lados. Agarra la botella de ginebra y le pega un viaje a gollete.

Explícate, catedrático.

Pepe Carvalho.

¿Carvalho? Venga, no me jodas.

   Toni coge el paquete de Ducados y enciende un pito. Delforo saca su propio tabaco sorprendido y pide permiso a Toni con un gesto para servirse un buen chorro de ginebra en la misma taza del café. Juan Madrid continúa sus explicaciones.

Igual que Delforo es tu vecino, parece que Vázquez Montalbán lo era de Carvalho. Y lo mismo que Delforo escribe sobre historias que le cuentas tú, Manolo Vázquez, que era para mí como un hermano, lo hacía con Carvalho. Al morir Manolo, Carvalho desapareció. Su agente quiere saber porqué. ¿No tienes otra cosa aparte de esta ginebra?

Tengo orujo en el frigorífico, sírvete. Trescientos pavos diarios más gastos. Lo buscaré diez días. No lo encontraré y me pagarás tres mil. Esas son las condiciones. Si Carvalho ha desaparecido será por algo y si no quiere que lo encuentren buscarlo es tirar el tiempo y el dinero.

Hecho. No has contemplado una posibilidad, puede que lo hayan desaparecido. Los comisarios Jaritos y Montalbano se encargan de la búsqueda internacional. Kostas Jaritos es un buen policía, tan bueno que me extraña. Un funcionario honrado que trabaja en Atenas. Me desconcierta que empezara en la dictadura de los coroneles y nunca haya soltado una hostia. Salvo Montalbano es un siciliano culto y le gustan los rompecabezas. Del Foro los conoce bien y podrá darte más explicaciones. A ti te han asignado buscar aquí. Puedes contratar ayuda. Tu contacto será uno de los abogados de la agencia, un tal Moré. Aquí tienes su tarjeta.

Te falta contarme algo, Juanito. Carvalho no es una estrella del pop, ni de una familia rica. ¿A qué viene tanto interés en encontrarlo?

Papeles. Parece que en algún momento trabajó para los Pujol. Lo están buscando unos cuantos fontaneros, incluido tu amigo Salmorejo.

   Juan Delforo cerró la boca, tragó saliva e insistió en la ginebra. Parecía atascado. Toni se dirigió a la puerta, la abrió e invitó a los Juanes a marcharse.

Salmorejo… Un montón de mierda. Le tengo ganas desde sus tiempos en el sindicato de policía. Ese no encuentra ni el Bernabeu.


  Meses después del viaje a Barcelona, cumplida con Adriani la promesa de unas vacaciones en Patmos, la pequeña isla bíblica del Dodecaneso donde Juan el mensajero y dios se encontraron en una gruta, el comisario Kostas Jaritos recibe en su casa de Atenas una carta ilegible enviada desde Vigata, Sicilia. Necesitó para su descodificación un traductor, un calígrafo y un espiritista.

   Salvo Montalbano recién bañado en el Tirreno, de buen humor por los salmonetes con alcaparras de Adelina, la asistenta, escribió un mensaje corto en la terraza de su casa frente al canal. Confía más en el correo tradicional y el fuego lento que en la tecnología y la inmediatez. Vistas las inversiones millonarias en ciberespionaje de las agencias globales considera más seguros el sobre, el sello, el bolígrafo, la cuartilla y el buzón. No se hace idea de cuántos ordenadores necesitarían los centros criptológicos interesados en descifrar su letra.

  No ha descubierto nada, ni siquiera un rastro mínimo. Envía a su colega un saludo, buenos deseos y una cita literaria: “Carvalho recibió el impacto de un paisaje privilegiado, de una marina total perfecta como sólo había podido contemplar en Formentor, Patmos, la costa norte de Jamaica o Port Lligat”. Corresponde a “Los pájaros de Bangkok” de 1983. Señal de que Montalbano está releyendo las novelas de Carvalho, cosa que Jaritos no piensa hacer. Ni las ha leído, ni se le ocurre.

   Adrianí y Kostas Jaritos pasaron en Patmos una semana celebrando sus muchos años exactos de casados. El comisario, hombre de orden, estuvo horas en el hotelito de la playa frente a una de esas marinas perfectas de las que habla Carvalho mientras su mujer revisitaba la capilla de la virgen en el monasterio de San Juan. Adrianí pidió favores e hizo promesas de sacrificio en pago por su cumplimiento. Ayunos que acabaron incluyendo al comisario.

   Jaritos se siente emparentado con el detective aunque sus vidas hayan sido muy diferentes. Ha reconstruido con informes policiales el paso documentado de Carvalho y Biscuter, o Bouvard y Pecuchet, o como se llamaran en aquel momento, por Grecia, donde cometieron varios delitos. Fueron tiroteados, se deshicieron de unos kilos de cocaína y cambiaron de coche. Llegaron al puerto de Patras procedentes de Bríndisi. Salieron por El Pireo rumbo a Alejandría con documentación falsa, perseguidos por no está claro quién. No pasaron desapercibidos. En el informe que le proporcionó Moré encontró coincidencias entre su vida y la biografía de Carvalho.

   Carvalho, casado por la iglesia, había viajado a Patmos a finales de los años cincuenta en su luna de miel. Su mujer, Muriel, una atleta del marxismo, leyó quince veces “El Capital” antes que Enrique Dussel. Tuvo la idea de comprar a su hija, cuando tenía unos meses, “Así se templó el acero”, la novela de Nikolai Ostrovski publicada en 1934. Carvalho, superado por la tensión dialéctica, urgido a la autocrítica, salió por patas y se mudó de continente dejando atrás a Muriel, a una niña de tres años y al partido. “O se está con Muriel, o se está con la CIA”.

   En EEUU siguió siendo un acumulador de esos objetos fetichizados que a lo largo de las diferentes etapas de su vida serían combustible necesario, los libros. Acompañaron su militancia comunista, su trabajo en la CIA y su carrera de detective privado en Vallvidrera. Carvalho ha leído y carbonizado una literatura que Kostas Jaritos se limita a ignorar. El comisario lee solo diccionarios con preferencia por el Dimitrakos. Los dos confían en pocas cosas; un reducido círculo de personas, unos conceptos básicos, mirar a los dos lados antes de cruzar, no salir de casa sin llaves, y en el pulpo braseado, los suvlakis, los tomates rellenos, la escalibada o el conejo con salsa romesco. Carvalho no se limita a disfrutar de las maravillas ofrecidas por los dioses mayores y menores, las cocina: “el gastronómico es el único saber inocente, la única forma de cultura que merece la pena respetar”. Eso lo acerca más a Adrianí. La realidad no se observa, se transforma y se guisa, sobre todo, en el hogar, en el fuego. Para Montalbán, que cocinaba a diario, cocinar es una metáfora de la cultura y su contenido hipócrita.

   Hubo fuego en la cárcel de Lérida durante 1959 cuando Carvalho, un estudiante rojo condenado a dos años, conoció a Biscuter, un ladrón de coches perseguido por la “gandula”, la ley de vagos y maleantes. Aún recuerda la bullabesa de quien acabaría siendo su jefe, cocinada en una lata con un hornillo precario. El dominio del calor y del cocer puede ser una estrategia de supervivencia para náufragos sin vocación de robinsones.

   La estrambótica y desestructurada familia de Carvalho, resentido con el estructuralismo, formada por Charo, Biscuter, Fuster y Bromuro, antes de su muerte en 1988, receptora de sus afectos simbólicos, es, o era, tan arbitraria o convencional como el triángulo familiar clásico y ordenado formado por Jaritos, Adrianí y Katerina.


   El comisario no podía saber que Montalbán había dejado por escrito: “Si nos ponemos estructuralistas, es decir, desalmadamente pedantes y codificadores…”. Tampoco imaginó nunca, ni sufrió por ello, que los estructuralistas, de los que desconocía todo, incluida su existencia, eran especialistas en sistemas de parentesco. Abrió un diccionario a su alcance:


Familia: Del lat. Familia


1. Grupo de personas emparentadas entre sí que viven juntas.

2. Conjunto de ascendientes, descendientes, colaterales y afines de un linaje.

3. Hijos o descendencia. Está casado, pero no tiene familia.

4. Conjunto de personas que comparten alguna condición, opinión o tendencia. Toda la familia universitaria está de enhorabuena.

5. Conjunto de objetos que presentan características comunes que lo diferencian de otros. La familia de los instrumentos de cuerda.



   El contacto algo violento del avión con la pista de aterrizaje al llegar a Madrid despertó a Moré sudoroso y con la boca estropajosa. La noche anterior en una discoteca de Lloret del Mar, chunda-chunda y pum catapum chimpún, se alargó hasta el amanecer. Una extrovertida viuda rotunda le había seguido el rollo en la conga final. Le contó, al encenderse las luces, que se encontraba mal. Había fumado por primera vez un cigarrillo de esos que llaman canutos y mezclado copas de garrafón con una pastilla verde encontrada en el pantalón de su hija. Al salir del antro y ver la playa, la mujer recordó con hipo a su marido socorrista, ahogado el verano anterior por un corte de digestión. Apoyados en un contenedor desbordado de bolsas negras y botellas vacías, maldijeron la crueldad de algunos destinos. Al pasar Moré el brazo por su cintura la mujer empezó a llorar. El abogado no se lo tomó como algo personal, le había pasado más veces. El precio del primer café con gotas en el aeropuerto y el frio de diciembre en la cara al salir de la terminal, le devolvieron al hiperrealismo y al tráfico disparatado. En el taxi, adormilado por el día gris y la calefacción, una canción de Shakira y otra de Nena Daconte, a punto de coger la circunvalación, un estruendo y un temblor le sobresaltaron. El ruido venía de atrás. El taxista soltó un cago en todo reconcentrado. Al volverse vieron una enorme columna de humo saliendo del aeropuerto. Los coches en la M-40 se acercaron al arcén y algunos conductores salieron a mirar. Al momento la avalancha de vehículos provocó un atasco descomunal. La humareda, ahora más negra, ascendía dando una idea del tamaño de la explosión. Moré, egocéntrico, descartó tener algo que ver con lo ocurrido.

¿Podremos salir de aquí?

Tardaremos… No nos ha cogido de milagro. Llevaba ahí, en la puerta de llegadas, desde las siete de la mañana. A algún compañero le ha pillao, fijo. Se habrá estrellao un avión.

   Alejandro Sanz desapareció al cambiar el taxista la emisora. Sonaron sirenas acercándose, algún claxon empezó a sugerir que había que moverse. Los de la radio hablaban de una explosión en la T4 de Barajas, era todo lo que sabían. Moré no quitaba ojo del taxímetro. Recordó que pagaba la agencia. De imaginar a la jefa con las facturas en la mano pasó a Rigalt i Mataplana, el Quimet de Charo. Un notario cercano a Pujol con negocios en Andorra sí podría conseguir el dinero necesario para sacar a Carvalho de la cárcel.

   Los insultos del taxista cada vez que hablaba alguien del gobierno le devolvieron al atasco y a la conciencia de estar en la corte. Moré no es monárquico, es Juan Carlista, esa rama extraña del carlismo. Hacía años que no pisaba la capital del reino. Al acercarse al centro empezó a identificar alguna referencia, El Retiro, Atocha, Gran Vía. Había quedado con Carpintero, Toni Romano, en un bar de la calle del Pez.

   La emisora decía que había explotado una bomba en el aparcamiento de la terminal recién inaugurada. El ministro de interior, Pérez Rubalcaba, daba explicaciones. Habló de una llamada para desalojar, ETA. El taxista entró en éxtasis. La cabeza le giró 360 grados varias veces y afirmó, poseído por los tercios de Flandes, el Cid y los regulares de Melilla, que esto con Franco no pasaba. Miró por el retrovisor con ojos justicieros. Creía haber detectado un leve acento en el pasajero. Un acento catalán.

   Moré había propuesto “El Palentino” porque era el único bar que recordaba de sus escasos días madrileños. Solía estar lleno de gente joven. Un sitio clásico y barato muy conocido. La ley antitabaco empezaba a implantarse con la oposición de la aznaridad en proceso de marianización. No impidió que Antonio Carpintero entrara con un pitillo en la boca. Nunca se habían visto pero Toni no dudó. El pureta del traje arrugado y bigote espeso, apoyado en la barra tomando una copa de algún licor blanco, era Moré, el abogado de la agencia Balcells.

¿Moré?...Soy Antonio Carpintero. ¿Viene del aeropuerto?

Encantado de conocerle, me han hablado mucho de usted. Sí, menuda bienvenida. No tenían que haberse molestado. Con un collar de flores y un daikiri ya valía.

¿Eso es humor catalán? Me parto, me encantan las bromas. Sobre todo cuando no he dormido, me duelen los pies de andar toda la puta noche y tengo ardor de estómago. Muchos amigos míos trabajan en Barajas. Hay dos muertos. Muy divertido.

   Moré vació la copa y se solidarizó con Carpintero.

Pruebe la sal de frutas, el bicarbonato es más agresivo. Podemos volver a empezar. Encantado de conocerle.

Aquí tiene el informe. Que le aproveche. Si quiere esperar a que coma algo, cuando termine se lo resumo.

Faltaría más. Lo mejor para la ulcera son las patatas bravas.

Antonio Carpintero se volvió hacia el camarero, dio la espalda a Moré y mirando el expositor, eligió su pedido.

Abogado y gastroenterólogo, mis profesiones favoritas.

   El atentado de ETA rompió la tregua. Dos emigrantes ecuatorianos dormían dentro de una furgoneta en el aparcamiento subterráneo. Los mediadores, pacificadores y negociadores fueron puestos en cuestión. Dos muertos más, Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio, en la cuenta, cercana al infinito, de las banderas y las naciones con o sin estado.

   En la carpeta que Antonio Carpintero entregó a Moré había un folio en blanco. El resumen era prometedor. Las croquetas y los champiñones desaparecieron a buena velocidad deglutidas con la ayuda de una caña espumosa. El abogado sin gesto visible esperaba las explicaciones con el cheque en el bolsillo. Cuando Carpintero tiró la última servilleta de papel y pidió un café, Moré aprovechó el hueco.

¿Esto es humor madrileño o castellano? Ya sabe que los polacos no entendemos ninguno de los dos.

Mire, por acabar pronto, me deben cuatro mil euros. Aquí tiene las facturas, he redondeado a la baja. Estuve diez días en Barcelona. No existe ningún Carvalho. Es un personaje de Manuel Vázquez Montalbán. Nunca tuvo un vecino detective. Nadie en Vallvidrera, ni en el Raval, ha oído hablar de ese señor. No hay, ni hubo, ningún Biscuter, ni Bromuro, ni Fuster. Dígale a la señora Balcells que esa historia que le contó el escritor es mentira.

Joder, qué seguridad. Eso creía yo desde el principio hasta que por casualidad apareció la señora Rosario, Charo, con la que espero encontrarme al volver a Barcelona. Verá Carpintero, antes me pasaba la vida entre el despacho y el juzgado haciendo papeles, derechos de autor, contratos, finiquitos y esas cosas. Desde que busco a Carvalho lo paso mucho mejor, tengo carta blanca para ir y venir, talonario, horario flexible. Así que, si no le molesta, prefiero que exista.

Págueme y por mí se puede ir a comer con Spiderman. El mundo está lleno de Charos y de impostores, abogado.

No, no puedo, he quedado con su…el señor Madrid. En cuanto lo de pagarle ¿Qué le parece doble o nada?

El doble, bien, lo de nada ni lo intente. Soy especialista en impagados, puedo ponerme muy desagradable.

Lo dudo mucho, es usted encantador. Aquí tengo un cheque en blanco a su nombre firmado por el contable de la agencia. Puedo poner la cifra que quiera. Cuatro mil y hasta aquí hemos llegado o, segunda opción, ocho mil por seguir investigando. Usted y yo no creemos que Carvalho ande por ahí. Pero lo están buscando la interpol, varios gobiernos y gente que dice trabajar para el CNI. ¿Me explica por qué?

No veo la opción del nada, me tranquiliza.

Si encuentran a Carvalho su informe no valdría un euro ¿No le parece?

La señora Balcells tiene amistades que se ponen a su disposición para lo que quiera o ella puede estar haciendo un favor a alguien. Salmorejo dice que está buscando a Carvalho, pero su objetivo es Pujol con la excusa de la patria y esas gilipolleces. Lo único que le interesa es la pasta. Esos supuestos papeles que nadie ha visto podrían aparecer cuando hagan más daño a los nacionalistas catalanes. O desaparecer. Atribuírselos a un detective privado les permitiría dejar fuera a la policía, extorsionar a todos o vendérselos al que mejor pague.

   Moré se acordó del Rubio. La versión de Antonio Carpintero cuadra bastante bien con su visión de la jugada. Tiene lógica, es verosímil.

Se lo compro Carpintero, pero necesito pruebas. Si visten un muñeco deberían dejar pistas para demostrar la existencia de Carvalho. Usted no ha encontrado ninguna. Voy a rellenar el cheque. Ocho mil. Usted sigue la pista verdadera o falsa de Carvalho. Si sus gastos, o sus días superan esa cifra, llámeme. Y le invito a otra caña, esto ya por mi cuenta.

   Antonio Carpintero con el cheque en la mano mejoró de sus dolencias estomacales. No saldrá de pobre. Caerá alguna juerga con el Moléculas y puede que hasta sea divertido tocar los cojones a Salmorejo. El abogado Moré no huele a colonia cara, no lleva ninguno de los seis peinados para camuflar fascistas, ni habla como un pijoliberal. Acepta.






















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