Todo lo que sé sobre Pepe Carvalho (XI)
Definitivamente nada quedó de Abril
XI
Hace fresco en la estación de Sans, desapacible. Antonio Carpintero, sin equipaje, decide no coger un taxi, abrocharse el abrigo y estirar las piernas. En media hora recorre la avenida Tarradellas y llega a la sede de la agencia Balcells, en la Diagonal. Le recibe pizpireta una secretaria muy joven con flequillo a tazón y gafas amarillas, a la que sigue por un flamante pasillo blanco recorrido durante años por escritores famosos. El despacho de Carmen Balcells tiene vistas al rio Hudson, en Greenwich Village, por el oeste, y a Bloomsbury Park, en Candem, por el norte. Toni tenía un trato con Moré que paga la agencia. No sabe muy bien si viene a dar explicaciones o a recibir instrucciones. La mujer compacta, sentada en el escritorio, saluda, da recuerdos para Juan Madrid, novelista de la casa, y observa a Toni calibrando la posible utilidad de su trabajo. Parece más dispuesta a escuchar que a hablar. Toni menciona al abogado muerto.
—El asesinato de Moré me supone una incomodidad digamos que ética. Cobré por buscar a Carvalho. Se lo dije a él y se lo digo a usted, Carvalho es un personaje literario.
Mientras Toni habla Carmen Balcells no levanta la vista. Mira a un punto fijo sobre la mesa, una pequeña tortuga blanca de porcelana que ejerce de pisapapeles. Deja un silencio antes de clavarle los ojos y abrir los brazos.
—Coincide con Moré. ¿Su muerte le parece una fantasía?
—No sé nada sobre la vida de Moré. Me habló de Charo. Su hermana dice que conoce a una prostituta telefónica con ese nombre. ¿Cuántas cree que puede haber en Barcelona?
La agente legendaria sonríe. Encuentra al Toni Romano que tiene enfrente muy parecido al descrito por Juan Madrid.
—Le puedo decir cuántas librerías o editoriales hay. Sobre el tema de la prostitución no manejo estadísticas. Esa Charo que usted menciona conoce bien a Carvalho. Escúcheme, sé lo que me digo, Manolo no hablaba por hablar.
No encaja bien Toni que le hablen con imperativos. Se inclina hacia adelante apoyándose en la mesa.
—No necesitaba hablar. Un escritor dedica la mayor parte de su tiempo a fabular. Alguien me ha dicho que se consideraba sobre todo poeta. Los poetas no son de fiar, están todos majaras porque no comen, aunque este no sea el caso. Hay tres nombres en esta historia, usted, Pujol y Salmorejo. Carvalho parece una excusa. Puede que para vender libros.
—Una insinuación atrevida. Le confieso que en el pasado estuve dispuesta a todo para aumentar la venta de mis autores. Ya no lo necesito, estoy jubilada, tengo el futuro arreglado para mí y algunas generaciones. Estoy aquí por una cuestión personal, cerrar cuanto antes lo de Pepe. Me gusta usted más al natural que en las novelas, Carpintero. Le advierto que las he leído todas, era mi obligación. Pero vamos a lo práctico. El asesinato de Moré es trabajo de la policía. Ha cobrado por rastrear a Carvalho y hasta ahora no ha aportado nada.
Toni inhala aire japonés y lo mantiene en los pulmones unos segundos antes de soltarlo y contestar.
—Puede poner una reclamación en el juzgado. Mire, mi tiempo tiene precio. Con lo que he podido averiguar hago hipótesis. Una es que usted ha decidido sacar a pasear el fantasma de Carvalho. Con qué intención no lo sé. Otra es más retorcida. Los mandos policiales o políticos, deciden correr la voz de los papeles para vigilar los movimientos de quienes puedan sentirse amenazados. La última es que el mismo Pujol haya puesto un cebo a ver que pesca. Tengo también certezas, necesito algunas para levantarme por las mañanas.
Silencio espeso. No hay moscas, si las hubiera se escucharían sus pedos. Toni se arrellana en la silla.
—No espere a que le de un pie para contármelas Carpintero, me gusta el teatro sólo como espectadora.
—Vázquez Montalbán nunca le dijo nada. Ha vuelto de su retirada porque la agencia va mal. Otra certeza es que Vargas Llosa es idiota desde el prólogo hasta el epílogo.
Carmen Balcells le mira sin contestar. Aparece en su cara un gesto de secano, de pueblo pequeño. Entrecierra los ojos mientras arrastra las palabras. Una fotografía del escritor peruano ocupa un lugar de honor en la pared.
—Su opinión sobre Mario es irrelevante para mí, para él y para el mundo. Su auditoría sobre la agencia no cotiza en bolsa. Lo de llamarme mentirosa puede salirle caro, tengo licencia para matar. Hable con Andreu Martín. Ha identificado a Pepe Orvallo como el modelo que utilizó Montalbán para crear a Carvalho.
Toni se lleva las manos a la cabeza y las entrelaza sobre la nuca, echándose hacia atrás. Remolonea, recupera la rectitud y se apoya en la mesa, tamborilea con los dedos. Intenta no trabucarse con el trabalenguas.
—¿Me está diciendo que un escritor ha creado un personaje inspirado en
el personaje que sirvió de modelo a otro escritor para inventar su personaje?
La joven secretaria abre la puerta sin llamar. Hay en su voz urgencia y un ligero temblor.
—Está aquí Goytisolo, en la sala de espera, quiere verla.
—¿Qué Goytisolo?
—No sé, no los distingo. El más verde.
—Eso puede ser motivo de despido, guapa. Luís Goytisolo fue el primer escritor español de la agencia. Hazlo pasar en cinco minutos.
Un cronómetro parece haberse puesto en marcha. Toni se levanta y se dirige a la salida.
—Espere, tengo algo para usted, otro cheque. Si está dispuesto a enterarse de lo que dicen los escritores sobre Carvalho y hacer más hipótesis, es suyo. Yo también tengo certezas. Por ejemplo, estoy convencida de que puede serme provechoso. En la novela negra española los dos personajes más veteranos son Pepe Carvalho y usted, Toni Romano. Los dos son de la agencia. Quiero que siga siendo así.
—Carpintero, Antonio Carpintero. ¿A qué estamos jugando?
—No le pido que encuentre a Carvalho. Quiero un informe sobre lo que murmuran los escritores. Necesito saber si alguien maneja datos que se me escapan. Por ejemplo Andreu Martín.
Carpintero con el picaporte en la mano se vuelve.
—¿Quiere vender la agencia?
—¿Por qué? ¿Quiere comprarla?
La oferta es generosa. Es consciente de ser una herramienta, en eso consiste su trabajo. El que le haya seguido desde la estación un aprendiz, le extraña. Descarta que tenga que ver con Balcells. De Pujol espera algo mejor. Salmorejo. Coge el cheque, mira la cantidad y aprueba con un movimiento de cabeza. No tiene nada mejor que hacer. Al salir se cruza en el pasillo con Luis Goytisolo. El novelista le saluda amistoso como si fuera alguien del gremio. Le parece ofensivo que le confunda con un escritor. Olvida el ascensor y baja casi al trote, una planta, por las escaleras. Al llegar a la calle enciende un cigarrillo y no le asalta la tos, está en forma. Son las dos y tiene hambre. No es un sibarita, ni un entendido, ni un enterado, pero le ha dicho la Balcells, experta en banquetes, que para probar el rabo de toro en Casa Leopoldo, no hace falta. El imberbe disimula en la acera de enfrente. Salmorejo quiere que se de por enterado.
Tonia echa de menos a Malik sentado a su lado con un petardo en la boca, atento y dubitativo, cuando ella se pone a contestar preguntas que nadie le ha hecho. En La Habana maneja cuatro palabras; pelota, cine, choteo y odisea. Eso es Cuba para ella antes de poner un pie en la isla. Ha cruzado los recuerdos de Leonardo de la Caridad Padura con los de Guillermo Cabrera Infante. Los dos fueron niños ante todo peloteros, locos por el bate. Vivieron el cine como un paraíso preferible a las sardinas, rieron con los amigos más golfos del barrio, la Ilíada fue su primera batalla y la Odisea su puerto de partida literario. Espera descubrir el equivalente al juego de pelota para las mujeres, magas o no, siempre más ocultas.
Simón Mendinho se calla por fin al aterrizar en el aeropuerto José Martí. Agotado y automedicado, se desinfla al pisar tierra cubana. Llueve, hay nubarrones negros. Al recoger la maleta se desmaya y cae redondo. A Tonia no le extraña, a los empleados y a la seguridad sí. Le atienden rápido. Reacciona Simón a las voces que le ofrecen agua y le dan palmadas en la cara. De súbito abre desmesuradamente los ojos. Declama ceceando como si tuviera capa, barba de chivo y bastón.
—“La real academia española de la lengua la preside Maura y habla en chino, como su consejo de ministros. La guerra de Marruecos no parará hasta que los tenientes sean coroneles”
—¿Qué cosa?
—¡Alfonso XIII es un cobarde vergonzoso¡ ¡Soy bolchevique¡
El corro de personas que se ha formado mira a Tonia esperando alguna explicación.
—Lleva así desde que salimos de Barcelona. Tiene miedo a volar, a saber que ha tomado. Me parece que está atascado en 1921.
—Entonces han viajado en barco. ¿Vienen a ver jugar a Capablanca contra el alemán?
—Pues no. A visitar a Leonardo Padura, el escritor.
—Vuelvan dentro de treinta y cuatro años. El señor Padura no nace hasta 1955.
—Ya. Esperaremos en el Hotel Ambos Mundos, si le parece bien.
—Faltan dos años para que lo construyan. Pueden ir al Florida. Entre la calle Obispo y Cuba, es muy cómodo.
—Gracias, muy amable.
Simón sale descentrado del aeropuerto, le falta tiempo para encender un cigarrillo y abrasarlo de dos caladas. Tonia parece confusa, con los pensamientos extraviados entre el cielo, el reloj y el calendario. Puede que acaben de aterrizar en lo real maravilloso, lo irreal ordinario o en una síntesis por determinar. Las contradicciones en la isla famosa son de primer plano, plano medio, plano general y plano detalle. Sopla bajito José Martí:
“Ruge el cielo: las nubes se aglomeran
Y aprietan, y ennegrecen, y desgajan...”
El tiempo cubano, improvisa Mendinho catatónico dirigiéndose al taxista, tiene clave africana, compás caribeño, medida americana y aire europeo. Los pocos esquimales, ángeles o poetas que viven en la isla, son esquivos y no se dejan fotografiar. A veces el azar concurre y en las fotos aparecen poetas enormes, esquimales flacos o fantasmas extemporáneos. El Che Guevara bautizó a Chinolope y Santo Trafficante le salvó la vida. En Cuba, para que usted lo sepa, señor conductor, se hacen antologías de cuentistas contemporáneos, se fotografía a los elegidos, se entrevista a bailarinas clásicas y acaba uno en reeducación. Los visitantes no podemos evitar encontrarnos en las esquinas más insospechadas de La Habana con Chinolope, sus gafas redondas y su mirada oblicua que convierte todo lo que avista en cronopio, signifique eso lo que signifique.
El taxista para el carro, enciende un tabaco del tamaño de un cartucho de dinamita, se vuelve hacia el turista, echa el humo para que lo disfrute y explica:
—Un cronopio es un dibujo fuera del margen, un poema sin rimas. Cortazar era un cronopio. Los cronopios nunca se preocupan de lo que pasó alguna vez. Esa es la definición canónica. Para el socialismo científico los cronopios pueden ser de tres clases, enormísimos como Louis Armstrong, grandísimos como Nijinsky o de tamaño natural, como los extintos mamíferos driolestoideos. No se equivoque, Chinolope fotografía cronopios, pero también esperanzas, famas y gangsters recién asesinados. Tengan cuidado.
Leonardo Padura conoce a Chinolope desde que los caimanes eran barbudos y necesitaron fotógrafos revolucionarios. Recibe en el vestíbulo del hotel a la extraña pareja con saludos protocolarios, curiosidad y algo de intriga. Juega a descubrir quien es Jack Lemon y quien Walter Matthau. Suben a la habitación de Tonia, tiene terraza. Mendiño entrega a Padura los regalos, traslada los saludos de Carmen Balcells y se bloquea al buscar un cenicero. Tonia pide vasos a recepción, abre una botella del whisky de malta favorito de Carvalho y de la mochila saca un táper con aceitunas negras, aliñadas por su madre.
Padura ha leído las novelas de Carvalho. “La soledad del manager” se la regaló en el rastro de Madrid Paco Ignacio Taibo II. “Asesinato en el comité central” es a su juicio un despliegue lúcido de mala leche. Llama Conde. No puede acudir, tal vez mañana. Mendiño se queda dormido y resopla sentado en una silla de playa con el pitillo en los labios. Quedan solos Padura, Tonia y el whisky de doce años, metidos en conversación sobre Montalbán y Carvalho. El escritor puede facilitarles la llave de La Habana indescifrable. Si hubo en Sierra Maestra una mujer portuguesa, es fácil saberlo. Chinolope podrá abrir la tapa de lo que Lezama Lima llamó, parodiando el título de un ensayo de Virgilio Piñera, el baúl de Kafka; los recuerdos del fotógrafo. Si hay un tema que interese a Chinolope es el tiempo. La necesidad concurre también, menos literaria que el azar, más alimenticia. Chinolope está marcado, no tiene ingresos. El acuerdo es posible, hay presupuesto.
Tonia vuelve a una infancia no tan lejana, en los Berlínes. Gentes iguales y distintas a cincuenta metros, a noventa millas. Las calles siniestras del Postdam pre y post soviético, Truman, Churchill y Stalin, el viejo cuartel abandonado de los rusos, el frío histórico, los edificios desconchados, la noche de la barbarie hitleriana. Al otro lado, el éxito de la policía federal. Los guardias de la victoria cierran las salidas de Zoologischer Garten para acarrear menores turcos cazados al vuelo. Niños vendedores de tabaco llenan los furgones verdes de la polizei.
Cuando los soviéticos bloquearon Berlín los estadounidenses señalaron al Kremlin. Cientos de aviones montaron un puente aéreo con artículos de todas clases, sus pilotos lanzaron caramelos a los niños. Cuando los estadounidenses bloquearon Cuba también culparon al Kremlin. No hubo puente aéreo, ni caramelos. El whisky de malta se acaba, la terraza se oscurece, Mendiño despierta, Padura se despide.
Simón y Tonia no están dispuestos a pasar la primera noche en La Habana sin salir del hotel. Mendiño se ducha para ir a cenar, a pisar un rato el suelo que siempre supo terminaría por caminar reviviendo las historias de los mayores. Su bisabuelo explicaba cómo en una epidemia durante la travesía, tiraron los cadáveres al mar. Un ciego centenario, sus fatigas al llegar moribundo al puerto. Todos, el asombro por el bullicio de la ciudad, el mar y el Malecón. Al cruzarse con dos peatones, de lento caminar, le anuncia a Tonia que son Nicolás Guillén y León Felipe.
—No empieces. ¿En qué año estás?
—En 1936. Acaba de empezar la guerra española.
—¿Por qué hablas tan alto?
—Para que me escuchen desde allí.
—La que he bebido soy yo, no me amargues la noche. Voy a pasear para que me dé el aire. En el primer sitio que vea frijoles con arroz y fruta fresca pediré la cena. Si me la estropeas te saco los ojos, te arranco el corazón y se lo doy a los perros.
Simón Mendinho no oye, ni ve. Ha entrado en estado lunático. Habla dirigiéndose a un publico imaginario.
—Lorca pasó los mejores días de su vida en Cuba. Carvalho salvó dos veces libros de Federico del fuego al releer algunos versos al azar. “Pero la noche es interminable cuando se apoya en los enfermos y hay barcos que buscan ser mirados para poder hundirse tranquilos”. A estas horas Federico cenaría en el Hotel Unión. Después iría a la playa de Marianao a escuchar al Chori, un timbalero, y a tocar con él. Lorca, el anarco-católico criado con las partituras de Falla en el piano, acompañado por “mil panderos de cristal” y los gitanos de Fuente Vaqueros, congenió bien con el Chori, escritor de paredes, devoto de Santa Bárbara y Shangó. Padura ha escrito sobre el Chori. Chinolope lo fotografió.
—¿Habías oído hablar de Chinolope?
—Claro, mi niña. Supe de él gracias a una fotógrafa que conocí en Granada, Estrella Nicolás. Lo mencionan Cortázar, Galeano, Lezama Lima, Roque Dalton y otros. Vive también en Marianao. Si su padre no fuera japonés podría ser mi primo.
—Impresionante, mi niño. Si te portas bien te compraré un helado e iremos a ver al Chori, vivo o muerto.
—Carvalho buscaría para cenar quimbombó con carne de puerco o ropavieja, e iría al cabaretucho del Chori a emborracharse. No se le pasaría por la imaginación tocar o bailar. Padura tampoco sabe bailar, será algo infeccioso de la novela negra.
Se acabó la choricera
Bongó camará
Un chorizo solo queda
Bongó camará
En la desangelada oficina del grupo Cresta, agencia privada de información, los ayudantes Stewart y Nicolás esperan desganados al comisario Salmorejo. Stewart escucha música country en un viejo cacharro de mano con los cascos puestos, los pies encima de la mesa, los ojos cerrados y un chándal con lamparones. Nicolás, un adolescente, juega en la computadora con medio dedo perdido en la nariz. El comisario aparece moreno, recién llegado de Florida. En Palm Beach ha tomado el sol en la piscina del hotel, acompañado de algunos cubanos encantados de monitorear la visita a Cuba de Tonia Calógero y Simón Mendinho. Tienen informaciones sin confirmar sobre la posible renuncia inminente de Fidel al cargo de máximo dirigente, dosieres sobre Leonardo Padura y Mario Conde. Sus hombres en La Habana, una anciana cigarrera y una empleada municipal, vigilan el Hotel Ambos Mundos. Han notificado el contacto con el escritor. En la agencia central, consultada por los amigos cubanos de Miami, no tienen claro el estatuto de Salmorejo. Figura como un comisario metido en negocios comprensibles solo por católicos mediterráneos. Ha trabajado para algunos gobiernos españoles como fontanero. El gobierno de Madrid le ha puesto la lupa. Los conductos oficiales con el CNI informan de que su nombre está subrayado, sus maniobras son sospechosas. Como fuente de información no vale un dólar. Nada de lo que diga es creíble. Como especialista en chantaje, es fácil de chantajear.
Carvalho interesa en Washington, Londres y Moscú. Coinciden republicanos y demócratas, los lores y el círculo íntimo de Putin, en que los nacionalistas catalanes tienen capacidad de desestabilizar el statu quo español y europeo. Al activar la policía española la orden internacional de búsqueda de un exagente de la CIA, puso en funcionamiento algunos mecanismos burocráticos. Dicen los expertos en implacabilidad que implacables.
Carmen Balcells es conocida en el departamento de estado. La mayor parte de escritores en español con alguna capacidad de influencia son de su agencia. Algunos de ellos aprovechables para crear opinión. Stewart y Nicolás, ocupados en seguimientos, escuchas y en desentrañar el sentido de las órdenes del jefe, esperan las indicaciones correspondientes. Grabar en restaurantes caros, vigilar personas, organizar fiestas trampa y robar móviles, son sus actividades rutinarias más productivas.
Fidel ha llegado a viejito. Anuncia en Granma su retirada del poder. Ha visto pasar presidentes estadounidenses, papas, misiles soviéticos, gángsters, bicicletas chinas y a Montalbán. En 1997 Juan Pablo II visitó Cuba y “Dios entró en La Habana”. Manuel Vázquez Montalbán cubrió el fenómeno en varias visitas. Empezó una amistad con un periodista reeducado en “Juventud Rebelde” al que conocía de años atrás. Le había entrevistado en Gijón durante la Semana Negra de 1986. Padura.
Leonardo Padura, Nardito para los vecinos que lo vieron crecer en la casa construida por su padre, un chofer de guagua trabajador del derribado paradero de la ruta 4, recibe la noticia de la retirada de Fidel mientras trabaja en “El hombre que amaba a los perros”, una novela sobre Trotsky, su asesino, Ramón Mercader, el paisaje estalinista y un aspirante a escritor. Leonardo nació en casa de los Padura cuatro años antes de la revolución. Su barrio, Mantilla, y su calle, el antiguo Camino Real del Sur junto a la Calzada de Managua, su frontera infantil, está a unos quince kilómetros del centro. A Padura La Habana le huele a gas y a mar.
A primera hora de una mañana huracanada aparecen en su puerta Tonia y Simón Mendinho. Guayabera de dril, pantalón de lino crudo, sombrero de yarey y sandalias él, camiseta con frase de Harpo Marx, pantalones cortos de deporte y alpargatas, ella. Por los aires vuelan dirigentillos menores, hojas de periódico con la última derrota de Industriales, vírgenes negras, bibliotecarios cojos, cachivaches masónicos, gritos de Armandito, el Tintorero, desde la tercera base del Latino y plátanos. Leonardo, habanero periférico, zurdo como su padre, los ve llegar desde la ventana sobre el fregadero. Fuma un popular con filtro y toma café en una taza grande. Lucía, su esposa, teclea absorta en la computadora. Mario Conde, amigo interesado de Padura, “un tipo tan jodido que, por haber sido, fue hasta policía, cornudo y aprendiz de escritor” no ha llegado todavía. Un perro, el sinvergüenza del Chori, un sato blanco y carmelita acostumbrado a las visitas, olfatea discretamente a la pareja de jóvenes venidos del otro lado del océano. Padura, alejado del énfasis, apóstata de los signos de admiración, los acomoda y sirve café. Le divierte el lío identitario entre autores y personajes. Rechaza la oferta de Balcells por lealtad a Beatriz de Moura, su editora. Se dispone a escuchar. Del exterior llega amortiguada la algarabía del vecindario. Agarra la voz cantante Simón Mendinho, cuerdo una vez cumplidas las horas de sueño necesarias.
— ¿Le molesta que fume?
—No. Prueba uno de estos, es negro. Te veo integrado, vas hecho un mambí. Para asaltar el cuartel de Moncada te falta el machete.
—No tengo sentido del ridículo. Un filósofo maragato me contó que, cuando era pequeño, su madre le dijo que era muy tonto. La creyó y nunca tuvo problemas de autoestima. Me pasa lo mismo.
El interés del escritor por la maragatería es nulo. Tonia tiene ganas de decir algo y lo dice.
—Me gusta mucho lo que escribe. La Habana vista con los ojos de Conde y sus amigos es parecida a la mirada sobre Barcelona de Carvalho, Charo o Biscuter. Montalbán dice que sus novelas son instrumentos de análisis y conocimiento de la sociedad. Su Cuba es distinta a la de los folletos y la propaganda pro y anti.
Padura se pasa la mano por la barba, da lumbre a Mendinho y se fija en los ojos atentos de Tonia.
—Entonces ya puedes tutearme. Montalbán y Chandler nos enseñaron eso a los escritores posteriores. Marlowe y Carvalho son el abuelo y el padre de Conde. Veo la vida, Cuba y el mundo, desde esa esquina de ahí afuera. La miro desde la altura de la calle y de mi generación. O eso intento. Conde hace lo mismo pero más agobiado, siempre está en la fuácata.
—¿La qué?
—Fuácata. Sin un peso, afónico, tieso. La vida está cara. Desde que dejó la policía no tiene ingresos fijos. Es una mezcla de superviviente y buscavidas. Él puede ayudaros, yo no. Viene con Chinolope, se juntaron la peste y el mal olor. Lo que ellos no puedan encontrar en La Habana, no existe.
La puerta del estudio de Padura llama la atención de Mendinho. Una plancha en la que hay escrita una leyenda. Tiene que entrecerrar los ojos para leer: “Le pido a Dios que nadie venga a quitarme el tiempo”. Oportuno suena un claxon. Desde un auto alquilado, el Conde y Chinolope avisan de su presencia. Padura ve a los visitantes entre tres y dos, se levanta, abre la puerta y educadamente se despide.
—Montalbán dijo una vez algo que llevo a rajatabla. Ni un día sin una linea. Vuelvan cuando quieran.
En la calle el viento sigue fuerte. Parece que estén soplando el Cumbanchero tubas, trombones y trompetas. Suben al carro Tonia y Mendinho. Conde saluda con apretón de manos, Chinolope arquea las cejas. Conde, al volante, informa.
—¿Cómo están?...Tenemos algo que les puede interesar. Un jubilado de la dirección general de inteligencia nos habló de la operación 77, un dispositivo en España para vigilar a Batista. Duró tres años. Lo suspendieron cuando el objetivo cantó el manisero en Marbella de muerte natural. Participaron seis agentes. Uno de ellos nos espera en el barrio chino. Pueden preguntar lo que quieran, es compadre. Habrá que darle algo por las molestias.
En el barrio chino de La Habana ahorcaron a Pedro Cuang. El entonces teniente Conde tuvo que investigar la dimensión asiática de Cuba y de América. Los chinos llegaron desde Hong Kong, Taiwan y Macao para sustituir en las plantaciones azucareras a los africanos. Olas posteriores de emigrantes llegaron huyendo de California y sus leyes racistas. La percepción del Conde de esas calles degradadas y en decadencia, abandonadas por miles de personas después de la revolución, cambió al entrar en contacto con los últimos resistentes. Soledad, desarraigo y violencia son las secuelas históricas de un barrio en el que la presencia de emigrantes chinos es testimonial y que vivió su esplendor muchas décadas atrás.
Conde acelera. Chinolope recoge el testigo. Conoce bien el Bronx de New York. Anduvo por allí con Tatica, un músico medio cubano, medio portorriqueño, con quien hacía fotos por los cabarés en los años cincuenta.
—Nino Castellano es el último superviviente de los agentes de la CIA que trabajaban con Albert Anastasia y Meyer Lansky. Le encargaron la vigilancia de Carvalho. La carta al comisario Montalbano es auténtica. Lo de Marieta, la portuguesa en Sierra Maestra no está claro. Pronto sabremos algo.
Mendinho enciende un cigarrillo y pierde la mirada por la ventanilla, detrás de un culo incomprensible. Tonia arruga el entrecejo antes de preguntar.
—Oiga...¿Por qué le llaman Chinolope si su padre era japonés?
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