Todo lo que sé sobre Pepe Carvalho (XIV)
Destruidas ventanas
XIV
—¿Los mataron ya?
—No, patrón. No se puede.
—A la verga huevón. Pues...¿Qué pasó?
—Les andan detrás unos comisarios españoles, patrón. Dice Regulero que esa bronca es suya con la embajada.
—Me vale madre Regulero. Le cortan los cojones, me los ponen molidos en un taco bien picoso de chapulínes con tasajo y se lo llevan para el almuerzo al embajador. ¿Oyó lo que le digo?
—No se puede patrón. No quedan chapulines.
En el Distrito Federal Mendinho no se ubica. Madrid y Barcelona, pueblitos al lado de la urbe mexicana, ya le parecen ciudades invivibles. La avenida Insurgentes que recorre en taxi, llegaría de Vigo a Pontevedra. Antes de llamar a Belascoarán quiere conocer tres rincones de la capital por sus propios medios. Por motivos profesionales la UNAM, Universidad Autónoma de México, por razón sentimental los estudios Churubusco y en busca de tranquilidad el corazón del barrio bohemio, recomendado entre risas por sus compañeros de la editorial: Tepito, donde piensa buscar hospedaje. La primera sorpresa fue no encontrar hotel en Tepito. Se vio plantado con la maleta de ruedas, en medio de los concurridos puestos de un mercadillo, o tianguis en el habla local, salpicado de altarcitos del culto a la Buena Muerte. Preguntó a los transeúntes por cualquier forma de alojamiento. Nadie tenía conocimiento de ningún establecimiento hostelero por la zona. En las paredes podía contemplar Simón Mendinho muestras del luminoso arte muralista mexicano, de insigne tradición y una notable eficacia expresiva. Encontró una pared con un homenaje a las Siete Cabronas, mujeres tepitenses relevantes, que no pudo evitar fotografiar con su Leica de titanio. Un hombre de mediana edad, con estimables tatuajes de influencia neocarcelaria en la cara, el cráneo rapado, labio partido, el ojo derecho amoratado y una sola pierna, se ofreció a ayudarle.
Dijo conocer en un apartado callejón adyacente, a una mujer viuda y necesitada que alquilaba habitaciones por horas a turistas confusos. No tendría inconveniente en acompañarlo. En agradecimiento Mendinho decidió invitarle a comer unos tacos de hígado que se olían cercanos y a brindar con unos vasos de tequila por el feliz encuentro. Al hombre le seguía un perro flaco con una mirada tan inteligente que conmovió a Simón Mendinho, le recordó a su padre. No pudo evitar dar una conferencia a su nuevo amigo Sixto.
—Has de saber Sixto, que el último rey azteca resistió más de noventa días el asedio de Hernán Cortés en Tepito. Cuauhtémoc defendió Tenochtitlan sin saber que sería el lugar de Los olvidados, Paquita la del Barrio, el Santo y…
—Órale güero, estás bien chistoso, pero son más jodidos los vatos que te traen en la mira, parecen tiras. Checa qué pedo traen. Ándale al tiro.
Simón Mendinho tradujo al gallego la sugerencia y se fijó en los bultos sospechosos fuera de lugar que el chucho marcaba a treinta pasos con las orejas y el rabo de punta. Puso veinte dólares en la mano de Sixto y le dio las gracias por la prudente observación. El perro acentuó la suplicante mirada al volver junto a su dueño, el filólogo cedió. Al taco de hígado le quedaba un último bocado. Se agachó Simón, puso el pedazo en la boca del animal y aprovechó el movimiento para escabullirse, agarrado a la maleta, por debajo de un tablero con mercancía. El puesto se desmoronó, le cubrieron pantalones, bolsos y camisetas, el asunto se puso complicado, el perro ladró como loco, Sixto gritó fuego y a su lado le siguieron la onda. Se armó un desmadre como si los EEUU estuvieran invadiendo Chihuahua. Una anciana empujó de un patadón con efecto a Mendinho al otro lado de la lona. Apareció en una callejuela lateral desierta en la que podrían haber rodado la enésima parte de Mad Max, sin necesidad de los estudios Churubusco. Despacito, tirando de la maleta con ruedas en dirección contraria al jaleo, consiguió llegar a una plaza de intenso color proletario y esconderse detrás de un camión con varios trabajadores acomodados en la caja. Púsose Simón recitativo y le acudieron al entendimiento unos versos de Sor Juana Inés de la Cruz:
“En
perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo,
cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y
no mi entendimiento en las bellezas?
Dejó pasar el tiempo que creyó necesario antes de incorporarse a la marea humana de la calle principal e hizo como Vicente, seguir a la gente y comprar cosas. Nota poco a poco los cambios urbanísticos del montacargas social al cruzar la frontera de Tepito y adentrarse en el centro histórico. A los veinte minutos de acarreo llegó, sorprendido por la cercanía, al Zócalo, el meollo. Ahí sí encontró donde dormir, en la calle república de Guatemala, detrás de la Catedral Metropolitana, al lado del centro cultural de España en México. Bajo la rojigualda de rigor se anunciaba una curiosa exposición en la bienal iberoamericana de arquitectura y urbanismo, con un título que, viniendo de donde venía, Mendinho consideró sarcástico: habitar al margen. Luís Úrculo, el arquitecto y artista invitado muestra su trabajo “nunca seré de piedra (ni la misma piedra lo es)”. El filólogo reconoció el verso de Alberti y con el cuello torcido se quedó pasmarote cavilando sobre el duro mundo de la piedra. Le pareció un verso algo peculiar a unos pocos pasos del lugar donde las huestes y arquitectos de Hernán Cortés, en nombre del primer rey que se llamó a si mismo de España, arrasaron el templo mayor mexica, Huey Teuccalli en náhuatl, y otros edificios del zócalo para construir, con las mismas piedras, la plaza, la catedral y el palacio Virreinal.
Instalado en su confortable habitación, cenado, duchado, bebido y fumado, Simón llamó a Héctor Belascoarán. En mala hora, las cuatro de la mañana. Belascoarán leía en su oficina “El arte de la fuga”, de Sergio Pitol, con el ojo lloroso por el humo del penúltimo Delicados del paquete, buscando una salida al triste trabajo de ser un solitario por correspondencia.
—¿Bueno?
—¿Don Héctor Belascoarán Shayne?
—Acento español...¿Desde dónde llama? ¿Ha oído hablar de la diferencia horaria?
—Sí, por supuesto. En 1884 se inventaron los husos horarios, la zona entre dos meridianos. Al ir hacía el oeste retrocedemos una hora por cada uso horario. ¿Por qué? ¿está interesado en la rotación de la tierra?
—Mucho. Si no amaneciera aumentaría el caos en el DF y no me queda cocacola.
—No se preocupe por eso, es imposible.
—No ha visto las obras del metro…oiga ¿ha llamado para platicar al pedo?
—No. Me dio su teléfono Mario Conde. Dijo que podría ayudarme.
Belascoarán mandó el cerebro en un vuelo de la Pan-Am a La Habana, recordó al expolicía, su nuevo trabajo vendiendo libros usados, la nota que había recibido y la barba del Che. Se pasó la mano por la suya.
—Quieren matarle.
—Exacto. ¿Se lo ha dicho él? ¿Cómo lo sabe?
—La gente siempre quiere matar a los que llaman a las cuatro de la mañana. Si me dice dónde está y es cerca, puedo matarle yo mismo.
—Estoy en el DF pero tendrá que darme en la cabeza. En Tepito me han vendido un chaleco antibalas de segunda mano de excelente calidad. Al dueño anterior, un médico que casi no lo usaba, le envenenaron.
El libro de camuflaje que ha comprado Tonia para el último tramo del viaje, “Dos crímenes” de Jorge Ibarguengoitia, se hace corto. Baja del autobús de excelente humor y con hambre, en San Cristóbal de Las Casas. Tiene mensajes de Mendinho, no los ha leído. Al morir Manuel Vázquez Montalbán hubo consecuencias en las montañas del sureste mexicano. El entonces subcomandante Insurgente Marcos, el señor de los espejos, en nombre del ejército zapatista de liberación nacional, escribió a Doña Ana Sallés, la mujer del escritor, y a Don Daniel Vázquez, su hijo, una carta para transmitir un mensaje. La rabia y el coraje que les produjo su muerte, la desaparición del ingeniero que construyó el Puente Montalbán. La carta la publicó Daniel Vázquez Sallés en su libro “Recuerdos sin retorno”, una conversación con su padre poniéndole al día de los sucesos en su ausencia, de algunas intimidades pendientes de comentar. Tonia pretende cruzar ese puente.
Llega desde Barcelona sin chorizos, con las manos vacías. Quedaba pendiente una novela “a la limón” del ya exsub y Don Vázquez. Emiliano Zapata debe estar muy mayor. Las siguientes generaciones de indígenas atareados en ocupar las montañas, en intentar no ser globalizados a golpe de multinacional o de disparo de fusil, no. Tonia volverá a Barcelona, a su casa, con el olor de la leña en el comal, el rico chilito, y los muertos vivos de Comala pululando en su cabeza. Un México literario con montañas azules, puertos escondidos, rebeldes insurgentes y mujeres morenas que cargan la historia en su espalda para hacerla avanzar por los senderos de la selva o por las calles olvidadas en las guías de las monedas fuertes. Revisita el puente que unió la historia del barrio chino de Barcelona, las derrotas de la guerra civil, las exclusiones contemporáneas, con las memorias y los deseos sureños de los rebeldes mexicanos. Solo pasear. Vagar sin norte, mezclarse, compartir unos tacos, algunas palabras y ya.
El puente de Don Vázquez, en perfecto estado de conservación, es transitable. En San Cristóbal de las Casas no hacen surf. En el encuentro con Montalbán, contado por el sub como el de dos boxeadores que se estudian antes de llegar a la conclusión de que al que hay que pegar es al árbitro, hablaron de Don Antonio Machado, de Juan de Mairena. Confirmaron que “los mejores textos de análisis político están en la literatura universal”. La carta del subcomandante insurgente termina con una definición: Don Vázquez Montalbán fue, y es, un puente.
Si en Tepito no le hubieran vendido un chaleco antibalas a Mendinho ahora tendría siete agujeros. Le cazaron en el DF, a la puerta de la oficina compartida de Belascoarán, que escuchó primero el frenazo de un auto, luego la balacera y al final el acelerón de la escapada con ruido de quemar llanta. Bajó a la carrera y ahí estaba Mendinho, hecho un ovillo en la banqueta. Se reía medio pendejo con la respiración cortada, antes de vomitar y desmayarse. Al despertar en el hospital le volvió la risa, contando los impactos, convertidos en moratones, en el pecho y el abdomen. Ha sido un don de los dioses, repetía el cabrón. Belascoarán no estaba tan optimista, es mexicano. Si el gallego era un objetivo lo seguía siendo, y en cualquier momento podrían volver a intentarlo. Si las balas no habían servido encontrarían la manera. Era urgente salir rápido y buscar un lugar seguro, algo absurdo en el DF si te andan detrás con artillería. A Belascoarán le pareció mejor idea salir de la ciudad, buscar protección. Mendinho dolorido, sentado junto a la puerta de una cantina en el barrio de La Merced, en el que se supone que el bullicio les oculta, ha pedido vino y enchiladas de pollo. Belascoarán refresco de cola, carnes frías y mole poblano. El gabinete de crisis intenta tomar una decisión. El detective mexicano pretende enterarse de quienes son los perseguidores y el motivo de su simpatía por el gallego. Las explicaciones de Mendinho son confusas, sobre todo cuando habla con la boca llena. La historia que cuenta incluye balas de plata y un chingo de gente, policías, espías, escritores, agentes literarios, detectives desaparecidos...Prefiere Belascoarán pensar por exclusión. ¿Quien falta en el potaje para que sea bien mexicano? El narco. ¿Quien puede saber qué información tienen de una historia tan estrafalaria? El zurdo Mendieta. Dos billetes a Culiacán, por favor. Paga el español.
Tonia en San Cristóbal de Las Casas es turista, está allí porque quiere. En el momento inicial del movimiento zapatista los accionistas del balneario llamaron a eso turismo revolucionario. Gobernaba el PRI, se firmaron tratados de libre comercio con EEUU y se privatizaron multitud de empresas estatales. La historia se había acabado, la democracia y el capitalismo eran una pareja casada a perpetuidad, tenían un anillo con una fecha por dentro. Derrotado el mal soviético, el futuro era un crecimiento económico continuo gracias a los dioses del mercado. Sin el gran hermano iban a florecer todas las libertades. In god we trust. La memoria dejaba de tener sentido, no había nada que transformar. El departamento de estado decretó la “libertad duradera” y la “justicia infinita”.
Perico, al que dicen el negro, acompaña a Tonia por la orilla del río Amarillo. Los federales lo buscaron por participar en la organización de una huelga en los cafetales de Palenque. No lo encontraron y se fueron a por su hermana. No ha vuelto al pueblo. Vive de vender a los turistas artesanía de madera. Ayer hubo tiros en San Cristóbal de Las Casas, hombres armados tomaron el control de un cruce y mataron a un comerciante. En un puesto de tacos Perico pregunta por Barcelona. Cómo es vivir en Europa, si tiene miedo cuando sale a la calle. Tonia no sabe qué contestar, México es rudo, hay muchas armas y miseria. Europa es rica, deslocaliza la violencia. Los miedos son otros. A Moré lo mataron en su casa. Perico vuelve a preguntar.
—¿Por qué lo mataron?
Tonia se sorprende al contestar.
—No lo sé. También tenía una hermana.
No lo sabe. Tenía una hermana. Al morder el taco de huitlacoche, un hongo del maíz, algo hace contacto entre el cerebro y el sabor a tierra húmeda. Buscaban a Perico y fueron a por su hermana. ¿Buscaban a Dolors y fueron a por su hermano?
Manuel Blanco Chivite, periodista y escritor, condenado a muerte en 1975, amnistiado en el 77, publicó en la colección ¿Yo soy así? un libro sobre Manuel Vázquez Montalbán. Incluía conversaciones con el escritor en las que cuenta cómo conoció en la cárcel a Biscuter y Bromuro. Eran personas reales. Años después les incluiría en sus novelas. Se lo repite a Raimon en una entrevista. De Fuster, su vecino en Vallvidrera, hay fotos. Carvalho era un recurso del escritor, lo dicen sus amigos escritores y su hijo. Todos los personajes habituales de la serie Carvalho están conectados a una persona real. La mayoría son rastreables. Hay una excepción: Charo, el punto débil de Carvalho. Cualquiera que buscara al detective desaparecido pensaría en ella y él tenía que saberlo. La habría protegido. Malik contesta al teléfono, pone el manos libres y sigue cortando tiras de pescado. Deja hablar a Tonia, como de costumbre. En Barcelona no hay muchas novedades aparte de la proliferación de banderas, las conversaciones sobre la independencia, la champions y la soberanía de Andorra. Tonia ya tiene billete de vuelta. Han pasado algunas cosas en su ausencia. El secretario general del sindicato de Malik, el revolucionario retórico que llamaba vendidas a las otras organizaciones sindicales, deja al morir dieciséis pisos. Los fundamentalistas suelen trabajar para el enemigo. Tonia no cae en el desaprensivo “te lo dije”.
En un vuelo de Aeroméxico, Héctor Belascoarán Shayne no acaba de entender el problema de su compañero de asiento, ni porqué recita a Amado Nervo mirando rígido por la ventanilla. Mendinho está del lado del ojo chungo del mexicano y no hay comunicación visual. Cuando pasa a Jose Emilio Pacheco, le extraña todavía más.
—¿Qué onda, gallego?
—Mi repertorio de poetas mexicanos es muy limitado. Me temo que tendré que recitar a Jaime Sabines, aunque Taibo II le llamara muerto domesticado. También puedo disertar sobre Carlos Monsiváis, al que citaba Montalbán con frecuencia o recitar entera la antología rota de León Felipe, lo que no puedo es callarme.
Belascoarán giró el cuello para ampliar su campo de visión e intentar hacerse una composición de lugar sobre el nerviosismo y la declamación deficiente de Mendinho. Levantó el brazo en un angulo de noventa grados y le atizó un golpe seco en la mandíbula. Lo despertó de una colleja al llegar a Culiacán.
—¿Durmió bien el recitador?
Territorio Mendieta. En algún lugar de la capital sinaloense suena en el celular el séptimo de caballería. Órale mi zurdo, le traigo a un gallego pendejo para que me lo repare. Cómo no, carnal, a sus órdenes, mi detective, pues ni qué. Habrá que darle de comer, viene de la ría de Vigo, compadre, allá no saben del ceviche. Ah, pues bien, que conozca el pescado del pacífico. Media hora y los espero en El Serru, en Constituyentes. Cogieron un taxi. Mendinho recuperaba la conciencia mirando las morritas culichis por la ventanilla. Intentaba recordar qué lo había llevado hasta allí. Un avión que se apagó sin saber porqué. Belascoarán fumaba sin ofrecer. Encendió Simón un cigarro y se mezclaron los humos. Pinche gallego, su tabaco apesta, qué calor, cuarenta grados y lleva el chaleco puesto. Mendinho se censuró una conferencia al taxista por el dolor mandibular. ¿Qué hacemos aquí, detective? Mire gallego, si lo quieren escabechar y no sabe por qué, habrá que preguntar a los reyes del escabeche, el zurdo Mendieta los conoce mejor que nadie. Pueden pasar dos cosas, que nos expliquen o que lo tiren encobijado en la Costerita. No creo, llevamos un rato en la ciudad. Si lo tuvieran en la agenda no habría pasado del primer semáforo. Me calma, detective. Mucho. Haga el favor de no aplicarme más tranquilizantes, ahorran la angustia del vuelo pero humillan. Sepa que un filólogo medievalista de mi estirpe tiene su corazoncito. Ande a cagar, licenciado. Eso le pasa por recitar cuando no debe. Aquí llegamos.
En el Serru recomiendan los callos de robalo y el aguachile de camarón. Robaliza para el galego y vino blanco. Local lleno. Con la cocacola de Belascoarán llega el zurdo sonriente. Pues ¿Qué pasó? ¿Cómo le va a mi chilango preferido? Todo bien mi zurdo, éste es el gallego, me lo balacearon en la puerta del despacho, Simón Mendinho. Encantado señor, disfrute de la visita. Gracias, seguro que sí. Suena la caballería, Mendieta apaga el celular. Taco de camarón y agua de tamarindo. Pues no más queremos saber por qué lo quieren matar y quienes, mi zurdo. Si es posible, mientras respire. Viene amenazado desde Acapulco y en el DF no lo achicharraron por ese chaleco que trae puesto el muy pendejo. Llegó buscando al Pepe Carvalho. Lo expulsaron de Cuba y el Conde me pidió el favor. Claro, un paro al Conde, güey, me apunto. Checaré por ahí. La neta es que Pepe Carvalho pasó por la CIA, mi zurdo, y desapareció en Jalisco. Perdonen caballeros, no es por interrumpir pero querría agregar algunos datos. Todo viene de la agencia Carmen Balcells. Puede tener su importancia. Ah pues sí, tienen un chingo de dinero. Es la agencia de los autores del boom y del mismo Rulfo. Bueno, pues si puedo les cumplo. Un par de días.
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